Comunicado de prensa del Secretariado Permanente de la Academia Sueca acerca de la concesión del Premio Nobel de Literatura 1985 a Claude Simon
Claude Simon empezó a ser conocido a finales de los años cincuenta, en el contexto del gran interés que suscitaba en Francia la llamada nouveau roman. El término había sido introducido por el crítico Roland Barthes y fue efectivamente lanzado unos años más tarde por Alain Robbe-Grillet. La idea que subyacía bajo el término era reunir a un grupo de prosistas franceses, con poco más en común, salvo que eran contrarios la ficción más convencional y rompían la regla de que una novela debía tener una historia continua y realista y avanzar de forma clara y coherente en el tiempo. Los nuevos narradores de Francia enlazaron con otras tradiciones, con modelos de la poesía y las artes plásticas y con precursores como Faulkner y Proust. Sus obras en prosa tenían el aspecto de montajes o collages lingüísticos. Se desarrollaban en las dimensiones de la memoria y la asociación aparentemente arbitraria o libre. Fragmentos de distintas épocas se unían estrechamente en función de su contenido o de sus correspondencias emocionales o efectos estéticos, pero no en función de cómo podrían haberse sucedido en el curso ordinario del tiempo. La influencia de las artes visuales era muy evidente. En un cuadro todo es contemporáneo. El flujo temporal de los sucesos se debe a que la atención del espectador y su sentimiento de co-creación se mueven sobre lo que realmente existe como un único presente coherente. Esta descripción abstracta puede abarcar bastante bien lo que parecía unir a los defensores de le nouveau roman. En su forma general, sigue siendo válida para Claude Simon y su prosa. Sin embargo, los escritores que solían incluirse bajo este término eran muy distintos entre sí, con objetivos y compromisos muy diferentes en su trabajo lingüístico. Y se opusieron a que se les agrupara, como realmente acabó ocurriendo.
Claude Simon había comenzado con varias novelas en parte autobiográficas desde mediados de los años cuarenta hasta mediados de los cincuenta. Estas obras, actualmente poco leídas, anunciaban, sin embargo, su producción posterior, entre otras cosas en lo relativo al sentimiento de lo trágico y lo absurdo de la condición humana. El método narrativo era, sin embargo, muy parecido al tradicional, aunque influido por Faulkner. El cambio en el carácter de autor de Simon se produjo con las novelas Le Vent (1957) y L’Herbe (1958). Él mismo considera esta última como un punto de inflexión en su escritura. Ambas historias transcurren en el sur de Francia, donde el propio Simon tiene sus raíces y vive como viticultor. El personaje principal de Le Vent es semejante al de El idiota de Dostoievski: un hombre misteriosamente complejo, a la vez confuso y perspicaz, expuesto a la fascinación y a las provocaciones y crueldades inquisitivas de sus semejantes. Regresa a la pequeña ciudad del sur de Francia para hacerse cargo de un legado, una granja, y se ve envuelto en absurdos conflictos de diversa índole, financieros, eróticos, de prestigio y de lucha por el poder. Y sobre todo ello aúlla el caluroso mistral, el viento que inunda el pueblo con su sempiterna, abrasadora y polvorienta infatigabilidad, un elemento inhumano en el que la gente vive como si, a pesar de sus actividades e intromisiones, estuvieran aprisionados en condiciones permanentes y poderosas que les superan. En estas dos novelas el autor teje una estrecha y evocadora red de palabras, de acontecimientos y ambientes, de recuerdos, pensamientos, asociaciones, con deslizamientos y uniones de elementos según una lógica distinta de la que prescribe la continuidad realista en el tiempo y el espacio. En ellas se percibe cómo toman forma el arte y la peculiaridad lingüísticos de Claude Simon, tal como se manifiesta en su prosa en obras posteriores. El lenguaje comienza a vivir su propia vida. Cada palabra y cada descripción llevan a la siguiente. Elucidaciones, ampliaciones, desarrollos de pensamientos y recuerdos e imágenes, matices, correcciones con la inserción de alternativas y posibilidades, hacen que el texto crezca como si el lenguaje fuera un organismo vivo e independiente que brota, hace surgir zarcillos y siembra semillas por sí mismo, como si el autor fuera una herramienta o un medio para su propia fuerza creativa.
También el propio Claude Simon ha descrito su forma de trabajar, sobre todo después de sus experiencias al escribir el libro Histoire (1967), una arrebatadora conciencia de la vida sensual y el encanto de entregarse al trabajo lingüístico y a sus sorpresas y seducciones. El libro es una de las cumbres de la escritura de Simon, quizá la obra en la que su peculiaridad lingüística se manifiesta con mayor claridad.
Fue precedida por otras dos novelas, en las que se pueden encontrar algunos de los temas básicos que se repiten constantemente en las novelas de Claude Simon, como en la mencionada Histoire: La Route des Flandres (1960) y Le Palace (1962). La primera de ellas dio a conocer internacionalmente el nombre de Simon. Es una descripción amplia y compleja con toques fuertemente autobiográficos y con recuerdos y tradiciones de la familia del propio autor. Se cree que la historia transcurre durante la noche que "el héroe", Georges, pasa con su amante, Corinne, y sólo esto ya supone una ruptura radical con todos los métodos narrativos realistas. La narración profusamente fluida, sus fragmentaciones, la acumulación de acciones paralelas y la unión discontinua de escenas y de historias dentro de historias quiebran el marco del arte narrativo realista en el sentido tradicional. La novela adopta la forma de una penetrante descripción del colapso francés de 1940, en el que el propio Simon participó como soldado de caballería y acabó como prisionero de guerra. Las experiencias de Simon durante esta guerra, al igual que durante la Guerra Civil española, en la que participó en 1936, han sido de gran importancia para él, y se repiten constantemente en sus escritos. La crueldad y el absurdo son los elementos dominantes, imprevisibles. Lo que aparentemente está bien planeado acaba en confusión y disolución, en las que cada uno vive sus penurias y tiene que salvarse como puede. Similares fueron las experiencias de Simon en la Guerra Civil española, retratadas en Le Palace y en su última y más importante novela, Les Georgiques (1981). A pesar de todas las simpatías que él y otros pudieran tener por los fieles al gobierno de la Francia libre que luchaban contra los fascistas, pronto resultó que estos paladines, por su parte, eran incapaces de seguir ninguna estrategia ni operación regular e inteligentemente planificada. Al contrario, los combatientes se dividieron en facciones enfrentadas, dando paso a temeridades absurdas y sin sentido, a obstrucciones y a iniciativas arriesgadas. En Les Georgiques aparece George Orwell, apenas disimulado. El retrato que Simon hace de la Guerra Civil española y de los idealistas intelectuales que, como Orwell y sus simpatizantes ingleses, querían encontrar una razón ideológicamente clara en la lucha contra la opresión, se configuran en una versión, a la vez grotesca y trágica, compasiva e irónica, de la realidad de la guerra y de la incapacidad del hombre para guiar su destino y corregir sus condiciones. La Route des Flandres y Les Georgiques son composiciones profusamente ornamentadas que, con una perspicacia sensual y una invocación lingüística, evocan una trama extremadamente compleja de recuerdos personales y tradiciones familiares, de experiencias durante la guerra moderna y de las equivalentes de épocas pasadas, concretamente la época napoleónica. En otros contextos, Simon se remonta aún más atrás: a la lucha de César contra Pompeyo en el 43 a.e.c. —en la novela La Bataille de Pharsale (1969)—. Los paralelismos son idénticos: la crueldad, la violencia y el absurdo son comunes a todos, al igual que la dolorosa compasión y el sentimiento que el autor expresa en paradójico contraste con la fascinación que estos fenómenos ejercen sobre él. Un sentimiento similar es característico de las descripciones que Simon hace de las relaciones eróticas, más propiamente sexuales. También en estos contextos hay una fascinación o una fijación por la violencia y la violación. Los contactos sexuales aparecen como conquistas, tomas de posesión, semejantes a las montas de los sementales a las yeguas, o ultrajes parecidos a situaciones bélicas. Se manifiesta un sentimiento trágico de la vida, una imagen de la soledad humana y de cómo las personas están expuestas a pasiones destructivas e impulsos egoístas, disfrazados de vano afán de compañerismo e intimidad .
A estas sombrías descripciones se contraponen elementos de otro tipo: de ternura y lealtad, de devoción al trabajo y al deber, al legado y a las tradiciones, y de solidaridad con los compatriotas vivos y muertos. En particular, aparece como un contraste de tipo consolador o edificante la devoción a lo que crece y brota independientemente del ansia de poder y de la prepotencia del hombre. Hay un crecimiento que sobrevive por su propia fuerza, a pesar de lo que puedan hacer los hombres. Las mejores personas de las novelas de Simon son las que se subordinan a este crecimiento y lo sirven. Conocemos a algunas ancianas, leales a la granja, a la familia y a las tradiciones. Incluso encontramos en el brutal y al fin desilusionado guerrero un amor leal por su joven esposa muerta. Nos encontramos también con una resistencia servicial y paciente que, sin aires de prepotencia, se refleja en el interior de estas personas, que convive con ellas aunque, bajo otro punto de vista, en sus actos y maneras ostentosas, aunque parezcan llenas de egoísmo y brutalidad.
Ante todo, encontramos esta evolución, esta vitalidad, esta creatividad y esta viabilidad en el lenguaje y la memoria, en la plasmación, la renovación y el desarrollo de lo que es y fue y de lo que resucita inspirado y vivo a través de las imágenes de las palabras y la historia para las que parecemos ser más instrumentos que maestros. El arte narrativo de Claude Simon puede parecer una representación de algo que vive en nosotros, queramos o no, lo comprendamos o no, lo creamos o no: algo esperanzador, a pesar de toda la crueldad y el absurdo que parecen caracterizar nuestra condición y que se reproduce de forma tan perspicaz, penetrante y abundante en sus novelas.
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