20 de junio de 2022

Montaigne

 

Montaigne. VV. AA. Comares Editorial, 2020
Edición de Joan Lluís Llinàs

La ausencia de sistematización de los Ensayos relegó a la obra y a su autor de los manuales de historia de la filosofía pero, recientemente, la modernidad parece haberlos recuperado. La Guía Comares de Montaigne es un conjunto no sistematizado de escritos acerca de la obra y el pensamiento de Montaigne a cargo de especialistas.

Este blog no pretende dedicarse a la discusión filosófica, sino, con mayor o menor fortuna, un simple registro de impresiones de lectura. Si bien es cierto que Michel, Seigneur de Montaigne, es un personaje por el que este redactor siente una especial fascinación, no es este el momento ni el lugar para profundizar en el pensamiento del perigordino; por tanto, me limitaré a reproducir el mapa de la Guía y me detendré en aquellas citas que me parezcan relevantes para facilitar una introducción a la obra de Montaigne para quien no la haya leído todavía o visiones  particulares de algunos de sus temas mayores para aquellos lectores que han merodeado ya por la fructífera huerta de los Ensayos.

1. Análisis del contexto de los Ensayos

1.1. Histórico: El contexto político y social de los Ensayos de Mointaigne. Philippe Desan.

«La escritura de Montaigne no pretende nunca ser definitiva, se mantiene en el ensayo esperando ser reafirmada o reprobada por los acontecimientos de su tiempo».
«El famoso yo de Montaigne no puede ser considerado como un objeto fijo ―de ahí la imposibilidad de hablar de un carácter o de una personalidad de Montaigne. El movimiento ―es decir, las transformaciones sucesivas del texto y del autor― debe ser tenido en consideración cuando se quiere interpretar un texto que presenta mil facetas y cuya escritura se extiende por más de veinte años».
«La primera recepción de los Ensayos estuvo ampliamente asociada con el género de los discursos morales, políticos y diplomáticos, que correspondían al espíritu de su tiempo y que se interesaban en problemas de gobierno, el arte de la guerra, la diplomacia y la moral cívica».
«El Montaigne de 1580 se inserta dentro de un debate político cuyo principal objetivo era el gobierno de un país desgarrado por las guerras civiles, así como la representación del poder real ante las cortes extranjeras».
«Aún partidario de la reciente moderación en política, Montaigne preconizaba ahora un modo de vida regalada. Sus Ensayos se convirtieron entonces en remanso de paz, donde se encontraba quietud y tranquilidad. Para ello, entre 1588 y 1592, Montaigne persigue una perspectiva literaria que no había considerado antes. La advertencia "Al lector" no expresa tanto un deseo y una apertura a la sociedad y el mundo como una toma de consciencia de la realidad política que le forzó a replegarse sobre sí mismo: la introspección a falta de alguna alternativa mejor».

«Es el lector indiligente el que pierde mi asunto, no yo; se encontrará siempre en                un rincón alguna palabra que no deje de ser suficiente, por más ceñida que esté [...] Mi espíritu y mi estilo vagabundean del mismo modo». Ensayos, III, 9

«Yo no he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho a mí, libro consustancial a su autor, por una ocupación propia, parte de mi vida; no por una ocupación y un fin tercero y ajeno como todos los demás libros». Ensayos, II, 18
«Los Ensayos contribuyen a su manera a descentrar el discurso político a fin de otorgarle un objetivo novedoso, más privado y menos dependiente de los efectos de pertenecer a un grupo, a un clan o a una fe. Esta es, ciertamente, la razón por la que Montaigne no perteneció a ninguna alianza, liga ni brigada».

1.2. Religioso: Montaigne y la religión. George Hoffmann

«El profundo deseo de Montaigne de liberarse de las obligaciones sociales sigue, aunque a distancia, el nuevo equilibrio de la vida doméstica que los reformadores imponen basándose en el ideal del "don gratuito", dejando de lado la idea de una compleja red de deudas tejidas en una cadena de interdependencias».
«Montaigne representa la Francia de aquella época en tanto que el país en su conjunto permaneció confesionalmente católico a la vez que culturalmente continuaba marcado por multitud de posiciones y actitudes protestantes. La agresividad con que las autoridades francesas reculturizaron a los reformados ―frecuentemente a punta de espada― no excluyó la correspondiente asimilación de algunas de sus prácticas y de sus modelos culturales en la principal corriente de la cultura no reformada».
«¡Qué graciosa la fe que cree en aquello que cree solo porque no tiene el valor de no creerlo!». Ensayos, II, 12
«Fundada en criterios epistemológicos diferentes de la "evidencia" y la "prueba" (de ahí el error más grave de Sibiuda), para Montaigne la verdad religiosa reposa en el sentido jurídico del testimonio, en el que la naturaleza y el estatus del testigo determinan el valor de su declaración. Esta es la razón por la que mantener la propia palabra, o la "buena fe", es para Montaigne la virtud fundamental de la sociedad cristiana, una virtud a la que, como él mismo reconoce agudamente, se honra más cuando se quebranta».
«Montaigne considera que la costumbre ejerce su considerable imperio sobre la sociedad humana no en tanto que origen de normas sino como acción "pre-interpretativa", de forma que la gente la obedece no como podría obedecer a la ley sino como lo haría frente a un sistema de códigos a través del cual deseara comunicarse. La costumbre no es por tanto un conjunto de prácticas impuestas sobre la cultura; es la sustancia de esa misma cultura».

 «Montaigne escogió obedecer diligentemente la "fe de su padre" y, con esa diligencia, sintió acaso que expresaba la única forma de religiosidad que, como mero ser humano, estaba a su alcance». 

1.3. Intelectual: Montaigne lector. Marco Sgattoni.

«En casa, me aparto un poco más menudo a mi biblioteca, desde donde, con toda facilidad, dirijo la administración doméstica. Estoy a la entrada, y veo debajo de mí mi huerto, mi corral, mi patio, y en el interior de la mayoría de piezas de mi casa. Ahí, hojeo ahora un libro, luego otro, sin orden ni plan, a intervalos. A veces pienso, a veces registro y dicto, mientras me paseo, mis sueños, que tenéis delante». Ensayos, III, 3
«[...] pasar descansando y apartado la poca vida que me resta. Se me antojaba que no podía hacerle mayor favor a mi espíritu que dejarlo conversar en completa ociosidad consigo mismo, y detenerse y fijarse en sí. Esperaba que, a partir de entonces, podría lograrlo con más facilidad, pues con el tiempo se habría vuelto más grave y más maduro. Pero veo, variam temper dant oria mentem, [la ociosidad vuelve siempre el espíritu inestable], que, al contrario, como un caballo desbocado, se da cien veces más trabajo por sí mismo de lo que lo hacía por otros. Y me alumbra tantas quimeras y mostruos fantásticos, los unos sobre los otros, sin orden ni propósito, que, para contemplar a mis anchas su insensatez y extrañeza, he empezado a registrarlos, esperando causarle con el tiempo vergüenza a sí mismo». Ensayos, I, 8.
«En cierto modo, la obra de Montaigne es una especie de reescritura que loa y divulga esta obra [De rerum natura, Lucrecio], destinada a revitalizar al comienzo de la época moderna aquello que puede ser definido como el más elevado canto humano nunca entonado a la naturaleza. Por un lado, la belleza poética, discutida raramente; por otro lado, su visionaria actualidad científica que, por el contrario, levantó ásperas disputas filosófico-religiosas».
«Pero me cuesta más deshacerme de Plutarco. Es tan completo y tan rico que, en cualquier ocasión, y por más extravagante que sea el asunto que elijas, se injiere en tu tarea y te tiende una mano generosa e inagotable de riquezas y adornos. Me irrita por ello estar tan expuesto al pillaje de quienes le frecuentan. No puedo tener un trato tan breve con él que no saque un muslo o un ala. Para mi propósito me resulta también conveniente escribir en mi casa, en un país salvaje, donde nadie me ayuda ni me corrige, donde no suelo frecuentar a nadie que entienda el latín de su padrenuestro, y francés, un poco menos. La habría hecho mejor en otro sitio, pero habría sido una obra menos mía. Y su fin y perfección principal radican en que sea exactamente mía». Ensayos, III, 5
«El primer período en la composición de los Ensayos, entre 1572 y 1580, podría ser definido como dominado por la literatura griega, y en el milieu de este primer período se puede colocar el encuentro con las Hipotiposis pirrónicas de Sexto Empírico, obra de la cual no se acabará nunca de subrayar la incidencia en la obra de Montaigme».

«Pero entonces, ¿Montaigne fue un escéptico o un moralista? ¿Quién le influyó con mayor peso entre los grandes del pensamiento helenístico, Pirrón, Plutarco o Epicuro? Leyendo los últimos estudios dedicados al filósofo, parece cada vez más difícil o en todo caso imposible pensar en ofrecer una imagen coherente y compartida. Desde diferentes perspectivas, las mismas piezas (tolerancia religiosa y civil, mundo natural y mundo humano, mente y cuerpo, alteridad, viaje, imaginación, razón, moral y política) dibujan innumerables formas en un juego de interpretaciones sin reglas ni confines. Incluso queriendo respetar un amplio cartografiado conceptual, hace falta destacar la primacía del escepticismo, que impregna su círculo isocrático de pensar, escribir, actuar».
«Helenismo aparte, ¿en qué medida se ha dejado [Montaigne] condicionar por su tiempo? Lo que Montaigne constata y ve es el fracaso del humanismo, su incondicional confianza en la grandeza y en el éxito del hombre. No hay necesidad de relevar los incesantes zarpazos que los Ensayos lanzan contra la enfermedad del siglo. "Ahora bien, volvamos la vista en todas direcciones: a nuestro alrededor todo se viene abajo" (Ensayos, III, 9)».
«Donde otros reúnen centones de principios dogmáticos, Montaigne ha definido claramente la andadura del sabio, "no para establecer la verdad, sino para buscarla". (Ensayos, I, 56)»

2. Análisis de las interpretaciones de los Ensayos

2.1. La representación del yo: El retrato de Montaigne en los Ensayos: formas sociales e implicaciones éticas de la representación literaria de sí. Jean Balsamo

«Uno de los "lugares" (topoi) más frecuentes del discurso consagrado a los Ensayos de Montaigne desde el inicio del siglo XX, es el de la "pintura del Yo". Esta, formulada en términos de introspección y subjetividad, constituiría la originalidad del libro, transformando de un modo nuevo un viejo proyecto antropológico de origen socrático: conocer al hombre en general mediante el conocimiento de sí».
«Si no son un retrato del Yo, Los ensayos en su conjunto, y no solamente en algunos capítulos privilegiados, constituyen un retrato e incluso un autorretrato de Montaigne: este, desde el aviso "Al lector" que abre su libro, los define precisamente con tal término. Se trata del retrato "al natural" de un modelo, en la plenitud de su personalidad, no solo afectiva, intelectual, moral, sino también física y social, que ofrece de él una representación en tanto que gentilhombre letrado».

 «Los Ensayos son un discurso en primera persona, cada vez más insistentemente marcado por las sucesivas ediciones. Esta dimensión personal, más que ser la de la subjetividad y sus límites, sirve para confortar el discurso general, ofreciéndole su ethos y su autoridad: el que habla no es cualquiera, es Michel, señor de Montaigne, un hombre de bien que se presenta como tal, un gentilhombre distinguido, sometido a la vejez, que efectúa la experiencia verídica de la enfermedad y el dolor, y está seguro, sin embargo, incluso en esta experiencia, de encontrarse en un estado mejor, en "mejor condición de vida" que "mil otros que no padecen otra fiebre ni dolor que los que se procuran ellos mismos por culpa de su razón" (Ensayos, II, 37)».

2.2. El escepticismo: Los Ensayos de Michel de Montaigne y el escepticismo. Vicente Raga Rosaleny.

«Montaigne sostiene que "filosofar es dudar" y, en apariencia al menos, se alinea con el escepticismo, pues, a renglón seguido afirma que lo que él hace en los Ensayos, "tontear y fantasear", también debe ser dudar. Para el autor francés estas son maneras de inquirir y rebatir sin resolver o establecer la verdad. Y, en ese sentido, si esa irresolución permanente que define a la filosofía en la caracterización mencionada puede interpretarse legítimamente como una actitud escéptica, Montaigne lo sería de manera "evidente", en la medida en que duda o se ensaya sin resolverse».
«Montaigne se reconoce como un "filósofo impremeditado y fortuito", es decir, como alguien que llegó como por azar al escepticismo que, como las otras escuelas, pudo haberle servido como modelo para ajustar su propio pensamiento, o bien como un material que incorporar a sus reflexiones».
«La racionalidad que subyace a las corrientes escépticas se vería subvertida al constatar el carácter contingente y arbitrario de la razón humana, por comparación con la omnipotencia divina. Por eso los rasgos centrales del escepticismo antiguo (neo-pirrónico o académico), a saber: isostheneia [valor igual de las opiniones], epoché [suspensión del juicio] y atarasia [imperturbabilidad] se transforman o invierten en los Ensayos. En lugar de buscar el equilibrio de opiniones contrapuestas lo que se observa en la obra de Montaigne es una indefinida sucesión de opiniones o asthenia que llevan al lector a desistir de hallar la verdadera».
«Si la fe en el catolicismo renacentista, al que Montaigne se adhiere explícitamente, consiste en un proceso cuyo primer paso es la libre adhesión por medio del uso del juicio racional, el supuesto escepticismo de los Ensayos, y de manera eminente el de la "Apología [de Ramón Sibiuda]", no facilitaría el acceso a la fe, sino que la arruinaría. Desde esta perspectiva que apenas podemos esbozar, Montaigne no puede ser un fideísta escéptico, no solo por el anacronismo del término, ni meramente por las tensiones irresueltas de dicho constructo intelectual, sino porque desde la perspectiva ortodoxa de su tiempo, la razón no sería lo opueso a la fe, sino su aliada. Y en esa alianza el papel del escepticismo, sean o no los Ensayos obra de un escéptico, sería no el de una herramienta útil sino el de una amenaza de primer orden».
«Más bien podría decirse, me parece, que en todo aquello que se nos presenta hay alguna diferencia, por leve que sea; y que en la visión o en el tacto se da siempre alguna distinción que nos tienta o atrae, aunque sea de forma imperceptible». Ensayos, II, 14 

2.3. La actualidad de los Ensayos: Montaigne y la ontología. Jan Miernowski.

«Finalmente, no existe ninguna existencia constante, ni de nuestro ser ni del ser de los objetos. Tanto nosotros como nuestro juicio, como todas las cosas mortales, fluyen y ruedan incesantemente. Así pues, es imposible establecer nada seguro del uno al otro, dado que tanto el que juzga como lo juzgado están en continua mutación y movimiento. No tenemos ninguna comunicación con el ser». Ensayos, II, 12
«Todo lo que vives lo arrebatas a la vida: es a sus expensas. La tarea continua de tu vida es forjar la muerte. Estás en la muerte mientras estás en vida. Porque dejas atrás la muerte cuando abandonas la vida. O si lo prefieres así: estás muerto después de la vida, pero durante la vida estás muriendo, y la muerte afecta con mucha mayor rudeza y de manera más viva y sustancial al que muere que al muerto». Ensayos, I, 20

3. El concepto de moral.

3.1. La moral en el contexto del pensamiento del siglo XVI: Los Ensayos de Montaigne como filosofía moral. Ullrich Langer.

«El título mismo del libro de Montaigne es un indicador del proyecto moral que se propone: Les Essais de Michel [Seigneur] de Montaigne. El término "ensayo" tiene el sentido de "tentativa", "prueba" y no lo hallamos en los títulos de otros tratados de la época. Montaigne mismo no parece haber pensado en un "ensayo" como un texto coherente sobre un tema, al estilo de Francis Bacon, sino literalmente como una aplicación práctica de su memoria y juicio. Nunca se refiere a los capítulos individuales de su libro  como distintos "ensayos", aunque usa el verbo y el nombre en el mismo libro, y se refiere a sus escritos como sus "ensayos". Este ejercicio práctico de memoria y juicio es precisamente un ejercicio, un intento: su escrito no consiste tanto en conferir un conocimiento definitivo como en mostrar la variedad del esfuerzo y la experiencia humana, en la historia y en el mundo que rodea a Montaigne, y permite al escritor mismo intervenir ocasionalmente a través de anécdotas personales y apartes y a través de consideraciones sobre las alternativas».
«La virtud moral es antes que nada una actividad, no la comprensión o contemplación de un concepto o valor. Además, no es una acción aislada, derivada de un sentido de lo que está bien y lo que está mal, o producida al aplicar una regla o precepto. Es "actuar bien" más que "hacer lo correcto". Uno "actúa bien" cuando se reconoce como un ser humano, al demostrar que uno posee prudencia, templanza, justicia y fortaleza».
«La duda de Montaigne a la hora de establecer ejemplos de conducta moral deriva de dos factores: uno es un escepticismo recurrente en cuanto a los motivos de aquellos que actúan de manera loable; el segundo, es un escepticismo igualmente recurrente acerca de la naturaleza habitual de la conducta moral».
«Los Ensayos constituyen una filosofía moral solo en el sentido restringido de que Montaigne registra sus "intentos" en la acción y en la buena vida constituida por esa acción, en relación con varias virtudes: prudencia, fortaleza templanza... Además, y quizás esto sea lo más importante, Montaigne "intenta" la integración de la muerte como una experiencia en la buena vida, la suya propia, y prácticamente sin garantías, registra estos intentos para sus lectores».

3.2. La prudencia y la sabiduría: Prudencia y sabiduría en Montaigne. Thierry Gontier.

«La vanidad de las ciencias tiene como corolario la vanidad de la acción: el hombre no tiene más poder sobre los acontecimientos y sobre la historia que sobre el  conocimiento».
«Montaigne propone una doble argumentación que podemos resumir así: 1) Los grandes doctos saben también ser grandes hombres de acción. 2) Si a la opinión común les parecen incapaces de manejar los asuntos públicos, ello se debe a que se niegan a comprometerse en una tarea que consideran despreciable. Por el contrario, si el pedante no es un hombre de acción, ello no se debe al desdén, sino a la incapacidad. La conclusión será, pues, que el saber no está separado de la acción concreta, sino que lo está el pedante, y que ello es así por la falsa relación que mantiene con el saber».
«Solemos decir con razón que los resultados y desenlaces dependen en su mayor parte, especialmente en la guerra, de la fortuna, que no se quiere ceñir y someter a nuestro razonamiento y prudencia [...]. Pero si hemos de entenderlo bien, parece que nuestras resoluciones y decisiones dependen también de ella, y que la fortuna enrola en su tumulto e incerteza también a  nuestros razonamientos. Razonamos al azar y a la ligera, dice Timeo en Platón, porque, como nosotros, nuestros razonamientos participan grandemente en el azar». Ensayos, I, 47 
«Quien conoce sus deberes y los cumple forma en verdad parte del gabinete de las Musas, ha alcanzado la cima de la sabiduría humana y de nuestra felicidad. Este, sabiendo exactamente qué se debe a sí mismo, encuentra en su papel que debe aplicar a sí mismo el uso de los demás hombres y del mundo, y, para hacerlo, aportar a la sociedad pública los deberes y los servicios que le atañen».
«Por lo demás, no me apremia pasión alguna, ni de odio ni de amor, hacia los grandes; a mi voluntad no la atenaza ninguna ofensa ni obligación particular. Miro a nuestros reyes con un afecto simplemente legítimo y civil, ni movido ni alterado por interés privado alguno. De lo cual me alegro. La causa general y justa me obliga solo con mi moderación y sin fervor. No estoy sometido a hipotecas ni a compromisos penetrantes e íntimos. La cólera y el odio van más allá del deber de la justicia, y son pasiones que solo sirven a quienes no se atienen lo bastante a su deber por la mera razón. Todas las intenciones legítimas son de suyo moderadas; de lo contrario, devienen sediciosas e ilegítimas. Esto es lo que me hace ir por todas partes con la cabeza alta, con el semblante y el corazón abiertos». Ensayos, III, 1

4. Los Ensayos como obra antropológica: El hombre de Montaigne. La antropología de los Ensayos. Nicola Panichi.

«Si sociabilidad (y amistad) e insociabilidad parecen, en efecto, dibujar el espacio antropológico de lo humano, los límites del bien y del mal, ambas encuentran sus propias raíces profundas en el sujeto y en su aptitud contra el "desdoblamiento", en su saber ponerse al nivel y adaptarse a la contradicción que le enaltece y le identifica».
«Una sociedad sin justicia es una enfermedad casi incurable, una crueldad que pertenece al sujeto como el peor de sus vicios en la erasmiana "guerra interior". El hombre es, siguiendo a San Agustín, una "madera curvada" que, para ser enderezada, "cúrvase en sentido contrario". Única forma del universo, el hombre, en medio de la compasión, siente "en su interior cierta punta agridulce de maligno placer al ver sufrir a los demás". (Ensayos, III, 1)».
«Cada hombre encierra la forma entera de la condición humana. Danse a conocer los autores al pueblo por alguna marca particular y externa; yo soy el primero en dar a conocer mi ser total, en mostrarme como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o jurisconsulto». Ensayos, III, 2
«La obra maestra (reformulada en sus diferentes repeticiones, a partir del primer libro) del universal/singular es vivir como se debe, hacer bien de hombre (como es su deber), construir la moral como ciencia de la vida, saber vivir bien y con naturalidad. La filosofía considera la "substancia" y la "realidad"; educa "para ser, no para parecer».
«Montaigne se esfuerza por definir un género paradójico próximo: similitud/semejanza, diversidad/diferencia no se fundan a sí mismas, sino que se definen y se relativizan la una en la otra. Diferencia y combinación dibujan los "extremos" de un recorrido antropológico apuntado por etapas finamente marcadas y fluidas, susceptibles de resultados inesperados y de interrogaciones derivadas. Díptico conceptual que atraviesa ampliamente las cogitaciones privadas de Montaigne, da fe de la lógica del viviente en lo que él es de naturaleza, intersubjetividad, cultura, cosmos. En el espacio definido por la membrana que liga fuertemente la díada del amplio espectro de la subjetividad y de sus vínculos con alteridad, Montaigne instala toda la fenomenología de las clásicas categorías filosóficas cuestionadas, vivificadas, resucitadas en una nueva perspectiva epistemológica y moral: extravagancias, monstruos, metamorfosis, híbridos, mezclas abandonan el claro-oscuro del viejo repertorio para sufrir, a su vez, contaminaciones y mestizajes, como en el caso de las categorías de contrariedad y contradicción».
«Montaigne considera la imaginación como una "amplia facultad" que nos obliga a conversar con nosotros mismos, y que es esta misma facultad la que confiere un cierto orden y un proyecto a los pensamientos que son así [en la imaginación] "anotados" y, por consiguiente, que dibuja "la cuestión del futuro". Acumulando ejemplos, Montaigne quiere poner de relieve la función principal de la imaginación en todos los campos de los desiderata humanos: informar de la materia mediante imágenes productoras de energía. La imaginación representa más allá de la presencia y rellena, por así decir, los vacíos de la ausencia con una acepción que es, al contrario, completamente positiva en el caso del concepto de identidad/alteridad en el cuadro del modelo clásico de la amistad. Todos los capítulos que la conciernen muestran que Montaigne la considera, a la vez, como una fuerza y una virtud dotada del poder de conocer y de organizar».
«No se ha de juzgar lo que es posible y lo que no lo es según lo que es creíble o increíble para nuestro juicio [...]. A cada cual le parece que la forma maestra de la naturaleza está en él, que es la piedra de toque, y a ella remiten todas las demás. Son fingidas y artificiales las actitudes que no se adaptan a las suyas. ¡Cuán bestial estupidez!». Ensayos, II, 32.

5. Las ideas de Montaigne sobre la educación como germen del juicio: La educación en los Ensayos. Joan Lluís Llinàs Begon.

«Montaigne no solo se describe, o se estudia, sino que esto tiene un efecto sobre la acción: se trata de hacer "bien" al hombre. No hay forma de hombre estable a la que uno deba adecuarse, pero sí podemos "construirnos" de la mejor manera posible, a partir de considerar adecuadamente nuestra posición en relación a la naturaleza. El hombre es un ser limitado, y el conocer sus limitaciones le permite hacer mejor el hombre. Somos seres naturales, pero al tiempo no estamos totalmente hechos, y así debemos, para no despreciar nuestro ser, construirlo, para vivir como hombres. La condición humana, pues, exige la formación del hombre, la educación, que se erige así en una ciencia del saber vivir».
«Las propensiones naturales existen, en el hombre como en los animales. El educador no puede trabajar desde cero, sin tener en cuenta cómo es el educando. Erasmo exagera al pretender que la naturaleza del hombre es potencialmente buena, ya que posee disposición a la virtud y a la sabiduría, y que la tarea de la educación es simplemente aplicarse desde el inicio a desarrollar estas disposiciones. Las inclinaciones existen, y en esto Platón no yerra. La cuestión, entonces, es el peso que hay que darles. Ante los hechos, a) hay inclinaciones naturales; b) no podemos descubrirlas desde el nacimiento y se confunden entre las conductas derivadas de la vida social; entonces, la conclusión de Montaigne es c) hay que encaminarlos a las cosas mejores y más provechosas».
«Para aprender a pensar sin certezas se hace imprescindible formar el juicio, y eso es lo que pide Montaigne que posea el preceptor, un juicio bien formado para hacer posible a su vez que el alumno pueda formárselo. Esta formación del juicio parte de una cierta indiferencia, necesaria para que la acción libre sea posible, de una cierta distancia en relación a las cosas. La capacidad de tomar distancia para poder pensar adecuadamente es condición necesaria para formar el juicio. Ahora bien, tomar distancia no significa que el juicio emitido no sea nuestro, sino al contrario. Es precisamente porque somos capaces de distanciarnos y observar los hechos en perspectiva que podemos emitir un juicio que sea completamente nuestro».
«La escuela recibe una enmienda a la totalidad, en la medida que produce eruditos, no sabios, en la medida que solo se preocupa de transmitir una ciencia que, para Montaigne, es "ornamental". La formación del juicio, pues, debe plantearse extraescolarmente, aunque comprende el mismo período de tiempo que el colegio (los primeros años de vida), y los contenidos que aparecen pueden ser considerados como disciplinas alternativas a las de la escuela».
«La filosofía moral, desligada del sistema escolástico, vale la pena, mientras abandone las pretensiones vanas de verdad y se ofrezca como un material para la formación del hombre. Considerada como un conjunto de reflexiones acerca del ser humano, la filosofía adquiere su valor y pasa a ocupar un lugar central en el proyecto educativo de Montaigne».
«La filosofía, para Montaigne, es un ejercicio que tiene que ver con la pregunta sobre uno mismo, sobre quiénes somos y cómo hemos de vivir. Pero al ser aquello sobre lo que se pregunta algo no concluido ni definitivo, no es posible establecer una Verdad ni escribir en consecuencia un tratado, por lo que no queda más que someterse a prueba continuamente, a ensayarse. De este modo, pues, la propuesta educativa de Montaigne va más allá del período escolar, y abarca toda la vida. Y entronca con el proyecto de escritura de este libro singular con título en plural, que son los Ensayos».
«Para Montaigne lo primordial de la educación no es la adquisición de contenidos, sino la puesta en juego de todo aquello que haga posible la formación del juicio, y parece que la manera de distinguir quién posee un juicio formado de quien no lo posea no reside en la posesión de unos saberes concretos, sino más bien en una determinada actitud ante la vida. La educación tiene por objetivo dar forma, y aunque esta forma sea individual (no hay una esencia de hombre a la que tender) y en consecuencia la educación sea individualizada, recordemos que Montaigne propone encaminar a los jóvenes hacia las cosas mejores y más aprovechables, y que habla de "hacer bien" el hombre. La formación del juicio va acompañada de una formación moral, de manera que la formación del juicio modifica a la persona. Más allá de los juicios concretos emitidos por cada uno, y de las posiciones particulares de cada cual, podemos detectar unas actitudes a la hora de afrontar la vida: una actitud escéptica, una actitud tolerante y la actitud de vivir según la naturaleza». 

6. El arte y la belleza: Las artes y lo bello según Montaigne. Bernard Sève.

7. Las diversas recepciones de los Ensayos.

7.1. En la España del siglo XVII: Sobre la recepción de Montaigne en la España del siglo XVII. Jordi Bayod.

7.2. Desde principios del siglo XX hasta la actualidad: Modernidad y actualidad de Montaigne. Olivier Guerrier.

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