El amanecer podrido. Luis Martín-Santos y Juan Benet. Galaxia Gutenberg, 2020 Edición, prefacio y notas de Mauricio Jalón |
Entre 1948 y 1951, Luis Martín-Santos y Juan Benet, de veinticuatro y veintiún años de edad respectivamente, planearon, redactaron, compartieron y corrigieron, algunos de forma cruzada, una serie de relatos calificados por ambos como "pruebas de escritura". Formalmente, no se trata de esbozos, borradores ni proyectos, sino de relatos acabados —pendientes, si acaso, de corrección, aunque no destinados a su publicación—, pero que prefiguran la producción posterior —madura— de dos de las grandes voces literarias de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX.
De los sesenta y siete relatos incluidos en el volumen, el propio Benet se atribuyó diez, y cuarenta y uno a Martín-Santos; en cuanto a los dieciséis restantes, no asignados a ninguno de los dos, se especula que, al menos en parte, fueran escritos en colaboración.
Ambos escritores se muestran experimentales, pero también atrevidos e insolentes. La existencia de un profundo afecto personal, que solo se vio interrumpido por la prematura muerte de Luis, y el hecho, visto a posteriori, de compartir una aspiración ética común relativa al papel de la narrativa de ficción en la atroz posguerra y en la no menos cruel posposguerra —aunque después, en sus carreras respectivas, sus alternativas estéticas fueran tan divergentes— ponen de manifiesto la gran capacidad creativa de ambos autores y la fortaleza del compromiso por trasladar al campo de la literatura de ficción la oscuridad de aquella época histórica.
Completan el volumen un texto extraído del libro de Benet Otoño en Madrid hacia 1950, en el que este formula un verdadero y sentido panegírico, más personal que literario, de su amigo; y un conjunto de cartas, escogidas de entre las que se remitieron a lo largo de una década, en el que destaca la que Juan Benet dirigió a Leandro Martín-Santos, hermano del escritor, después de la muerte de este en un desafortunado accidente automovilístico.
A título de ejemplo, aunque sin pretensiones de representatividad, transcribo tres fragmentos de los relatos incluidos en el volumen con la autoría correspondiente.
«Ahora creo que estoy nadando. El agua de esta piscina sabe mal, pero probablemente será todavía más desagradable la del canal. Mis brazos hacen un esfuerzo suave pero inflexible y las echan hacia atrás, mientras que mi cuerpo las atraviesa sutilmente y se ve la sombra del entrenador con su grueso reloj en la mano. Mis pies deben de haberse aprendido ya a moverse como una hélice. Sobre la superficie de la piscina se van acumulando los cadáveres ahogados de las hormigas y otros animalillos del campo que, a causa de haberse colocado sobre mi cuerpo en los momentos de descanso, no han tenido tiempo de huir al cumplir la orden de arrojarme al agua dada bruscamente y sin previo aviso por el entrenador. Eso me molesta un poco, porque podría tragar alguno descuidadamente, pero al mismo tiempo me proporciona una cierta compañía que ya me va siendo necesaria porque, realmente, no basta con el sol para que un hombre no se sienta solo». Fragmento de "Preparando la travesía a nado del canal de la Mancha", atribuido a Luis Martín-Santos.
«Yo ya le dije que no quería pero ella se empeñó y ahora no sé qué hacer porque no puedo volver a casa porque mi padre me va a dar otra soba que ya tengo el cuerpo lleno de cardenales y esta iba a ser mayor todavía porque ahora es cuando me he escapado de verdad y yo no sé qué hacer porque yo creo que a mí esto no me gusta ni me va a gustar nunca y qué habría sido si no hubiese muerto el niño o hembra yo hubiera preferido que fuese varón porque a las mujeres nos pasan estas cosas y yo siempre me lo había temido pero él me decía que no fuera tonta que lo hacían todas las chicas con los hombres que querían y lo hicimos porque yo también quería aunque tenía miedo que ella también me dice ahora que no tenga miedo que lo malo solo es al principio casi más vale que se muriera porque el pobre para lo que yo creo que las demás son más viejas que yo es que yo soy muy joven y estas todas son viejas porque me habrá traído aquí así será mejor porque yo podré ganar más antes de irme de aquí me parece que no me va a gustar vivir aquí y será mejor que yo sea muy joven tal vez les voy a gustar mucho y a lo mejor alguno quiera que yo vaya siempre con él pero no estoy segura y como serán los hombres si será así como él claro que ya es mejor porque solo la primera vez es cuando». Fragmento de "Hogar dulce hogar", atribuido a Juan Benet.
«Todo el fango del pantano me va subiendo por las piernas hacia arriba cuando estoy contigo y veo esos ojos que a lo mejor no son de la mujer que yo amo sino que están ahí muy puestos hacia afuera ahora como otras veces están hacia adentro piedras quizá o vidrios o brillantes hojas de un árbol que ha crecido lejos de ti y del que tú no sabes nada y que ahora está dentro de ti y yo quiero ver y mirar y saber qué hacen pero tú ríes y hundes tus cabellos negros ya en el trébol ya en el pantano donde un agua sucia chorrea mientras que yo toco tus piernas y entonces vuelves sin reír ya no sé qué debo hacer con mis dedos que me parecen feos y chatos y que son feos y chatos». Fragmento de "Los vidrios del mundo", relato sin atribuir.
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