27 de noviembre de 2020

Diario de los años del plomo

 

Diario de los años del plomo. Richard Matheson. Hermida Editores, 2020
Traducción de José Luis Piquero

Diario de los años del plomo (Journal of the Gun Years, 1992) es una novela del género western escrita por Richard Matheson, el autor, entre otras, de las conocidas Soy leyenda (I Am Legend,1954) y El hombre menguante (The Shrinking Man, 1956), títulos fundamentales en la historia de la literatura de ciencia-ficción. Diario de los años de plomo relata la historia,  transcrita del diario del protagonista por un periodista con el que coincidió en la Guerra de Secesión, inspirada en la vida de Wild Bill Hickok, de un hombre marcado por la muerte, elevado a la ejemplaridad por medio de mentiras cuyo curso no puede controlar y que, finalmente, cae abatido bajo el peso de su propia leyenda; es una estupenda novela escrita por un autor al que le sobra oficio y que aprovecha su conocimiento de los clichés del género para componer un texto que los trasciende y los supera.

La lectura de Diario de los años del plomo revela, a quien esté dispuesto a percibirlo, la persistencia de lo que podría denominarse la maldición de la literatura de género. Ciencia-ficción, fantasía, terror, son categorías literarias menospreciadas por el sectarismo excluyente de la sesuda crítica y la ignorancia supina del llamado periodismo cultural; la existencia de grandes novelas sin apellido —1984, Cuentos de Terramar, Otra vuelta de tuerca, por citar una sola de cada categoría— no basta para que los elitistas cedan en sus prejuicios; si acaso, alegan que "esto no es ciencia-ficción" y se quedan tan satisfechos encerrados en su torre de alta literatura; en ese catálogo de literatura desdeñada es donde se arrincona también el western, a pesar de contar, como en los casos citados con anterioridad, con grandísimas novelas como El tesoro de Sierra Madre, Meridiano de sangre o Warlock.

Existe, sin embargo, un género que ha escapado del prejuicio: la novela policíaca; un caso curioso porque Arthur C. Doyle, Patricia Highsmith y Gaston Leroux, por no hablar de los grandes clásicos americanos como Dashiel Hammet o Raymond Chandler ya existían cuando se arrinconaba la novela negra como literatura popular, es decir, destinada a públicos no cultivados y relegada al mero entretenimiento; y que haya conseguido el marchamo de literatura culta, en parte, gracias a novelas literariamente impresentables que, ¡oh!, se han convertido en grandes éxitos de ventas. El decir, que la inconmensurable El señor de los anillos sea un long seller actúa en prejuicio de la estupenda novela de J. R. R. Tolkien, pero que la serie del comisario Brunetti alcance el primer puesto en ventas en cualquiera de sus episodios es señal de una calidad literaria indiscutible. Curiosa disonancia, ¿no? 

El concepto de literatura popular está en franca regresión en los cenáculos de la exclusiva elite, siempre hambrienta del "último escritor desconocido" que algún avispado periodista cultural  acaba de descubrir; del último experimento literario aclamado por la modernez siempre-a-la-última del que un año después nadie recuerda ni el nombre; del encumbramiento del texto indescifrable incomprendido en su día pero de cuya exégesis, más oscura que el propio texto, se va a encargar el ínclito crítico con el fin de hacerlo inteligible al vulgo.

¿Se puede ser más iletrado que el crítico que discrimina a Charles Dickens por escribir "literatura popular" (¡y tan popular! Oliver Twist fue publicada por entregas con un éxito de público espectacular y editado y reeditado en forma de libro cinco veces en vida del autor)?, ¿más inculto que el lector refinado que menosprecia a Balzac porque "con una producción tan extensa es imposible que escribiera algo que valga la pena"?, ¿más paleto que el editor que rechaza publicar novela del siglo XIX porque "la novela antigua no interesa a nadie"?

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