13 de julio de 2020

La respuesta a Lord Chandos

La respuesta a lord Chandos. Pascal Quignard. Shangrila Ediciones, 2020
Traducción de Ester Quirós Damiá
Emily Brontë buscó la libertad fuera de su hogar y se instaló en un internado de Bruselas en el que daba clases de literatura inglesa y de música después de ser alumna del mismo, pero también allí se encuentró con las miradas cómplices de sus compañeros profesores y las de admiración de sus alumnos ("Emily, a la sombra del campanario de la iglesia de Sainte-Gudule"); tampoco allí, sometida a un horario riguroso y a una existencia pautada al milímetro, consiguió esa libertad ansiada. De vuelta a su hogar, exigió a su familia soledad y aislamiento; su hermana Charlotte no cree que fuera una persona insociable sino que la compañía era algo que no le interesaba. Cinco años después de su regreso publicó, bajo seudónimo masculino, Cumbres borrascosas, un año antes de su muerte.
«(La libertad, tal como la entiende Emily Brontë, no es un estado. Se trata de un impulso irrefrenable de emancipación que arranca desde el momento en que se sale del vientre materno y que para ella es infinito. La libertad es la preservación del aislamiento personal originario)».
También Händel, cuando componía sus grandes obras, se aislaba en soledad, fuera en los castillos de alguno de sus mecenas, fuera en su casa ("Georg Händel en Hanover Square"), en unas estancias en las que solo permitía la presencia de los objetos imprescindibles, a diferencia de su habitación, por ejemplo, amueblada con profusión, o de su salón de música, que contenía, entre otros instrumentos, un clave fabricado por Ruckers que había pertenecido a lord Chandos.
«El joven lord Chandos escribió: "las teclas de madera de boj estaban gastadas, horadadas, como si hubiéramos tenido bajo los dedos un servicio de cucharillas de plata"».
En 1901, recién restablecido de una grave crisis nerviosa, Hugo von Hofmannsthal escribió una carta, fechada el 22 de agosto de 1603, firmada por lord Chandos y dirigida a Francis Bacon, en la que aquel respondía, después de un silencio de dos años, a un escrito anterior del inglés. En ella, el aristócrata isabelino, un joven y prometedor poeta, que se había aislado en el campo para dar comienzo a su supuesta y fulgurante carrera literaria, da cuenta de la imposibilidad de que el lenguaje pueda alcanzar la riqueza que representa la realidad 
«Las palabras abstractas, de las que, conforme a la naturaleza, se tiene que servir la lengua para manifestar cualquier opinión, se me deshacían en la boca como setas mohosas», 
y de sus carencias para sustituir la experiencia humana
«Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre ninguna cosa», 
 y, ante esa imposibilidad, decide abandonar la escritura y reemplazar las insuficientes palabras por la vida real. 
«[...] porque la lengua, en que tal vez me estaría dado no solo escribir sino también pensar, no es ni el latín, ni el inglés, ni el italiano, ni el español, sino una lengua de cuyas palabras no conozco ni una sola, una lengua en la que me hablan las cosas mudas y en la que quizá un día, en la tumba, rendiré cuentas antes un juez desconocido». 
En 1978, recuperado de una depresión, Quignard escribió la respuesta del autor del Novum organum a la carta de lord Chandos ("Bacon a lord Chandos"), fechándola el 23 de abril de 1605 —fecha cervantina por partida doble: el día y el mes se suponen los del fallecimiento de Cervantes, y el año fue el de publicación de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


Carta de lord Chandos. Hugo von Hofmannsthal. Alba Editorial, 2018
Traducción de Antón Dieterich 
Después de disculparse por la tardanza en la respuesta, Bacon anuncia su desacuerdo con la carta de su corresponsal: el silencio aducido por Chandos es una ficción porque nadie puede renunciar a la lengua de forma voluntaria; el hombre está hecho de palabras, edificado sobre el lenguaje, que configura sus pensamiento y lo hace reconocerse a sí mismo hasta la frontera de lo innombrable;
«Sin embargo, jamás, escuchadme, jamás escaparéis de la lengua en la que vuestra madre os arrulló hasta el punto en que consiguió sumergiros en ella para siempre. Jamás. Incluso en el otro mundo vuestra alma no se verá libre de ella. Si existe una huella, esa es la de la lengua».
La lengua delimita todo aquello que es real, le presta entidad, le otorga atributos, lo hace reconocible y, haciéndolo comunicable, le concede existencia. Porque el lenguaje es mucho más que un conjunto articulado de sonidos: la misma significación se halla ya en el canto de los pájaros, en el sonido del viento a través de las ramas de un árbol, en el rompiente de las olas, en el balbuceo de un niño que no ha aprendido aún a hablar en la lengua de sus padres y en el primer grito sostenido, acuciante, urgente del infante en el momento de nacer.
«La literatura no es ni un muro, ni una ciudadela, ni un dique: el lenguaje oral que se ha suicidado y silenciado en la carta es una puerta que se abre mucho más allá del grupo. Es una exploración sobre el terreno, un espacio nuevo, una marisma, una ribera. Cada persona se pasa la vida entera cazando en los labios de su madre».
La vida no es un relato, pero se hace imposible sin lenguaje; el único silencio posible es el silencio retórico que permite apearse momentáneamente de la corriente de la vida para examinar de forma retrospectiva su curso o formular nuevas hipótesis prospectivamente, pero es obligatorio volver a la palabra para que la vida recupere su sentido.
«El antiguo y vital sufrimiento natal debe limpiar el espíritu. Es su grito el que debe recuperarse, no su silencio. Lo que necesita es una especie de ayuno, es decir, lo contrario de la omisión o la negación o de lo taciturno o de lo púdico o del olvido. Necesita que se le recuerde su hambre. Debe atormentarla. Solo la lengua escrita con sumo esmero posee el poder de desplazarse más allá de la muerte, la cual, por el momento, clava en su sitio este cuerpo, en la estupefacción y en el lenguaje que ya no tiene significado».
Pero existe un silencio fundamental que no es ausencia sino duración, el que a pesar de su mutismo fija lo real y trasciende al observador: el silencio de la palabra escrita, que no suspende la voz sino que la afianza, anticipando y objetivando lo real para cuando aquella  voz se haya interrumpido. Si filosofar es aprender a morir, la escritura es la definitiva superación de la muerte.
«La subjetividad no es más que melancolía, una zona desnuda que solo aparece tan terriblemente cuando el flujo de la savia y de la sangre retrocede, y no cuando la lengua deserta. Así que, trabajad toda esa impotencia en el decir y forzad, presionad, cultivad todos los sufrimientos que resultan de ello. La lengua de la cual disponéis tiene cabida para vuestras emociones porque ella es el cauce [...] Hay que amar, en la lengua adquirida, la falta de adquisición que limita todo sin cesar pero que jamás la restringe. Debemos luchar con este fracaso para nombrar el mundo perdido».
La lengua es la puerta a través de la cual se accede al mundo, pero también la entrada a nuestra alma, a nuestro significado, al sentido de nuestra existencia, el medio a través del cual el mundo, después de ser fragmentado por las palabras, se nos re-presenta, adquiere significación y se convierte en una entidad con la cual podemos interactuar. Nadie está realmente solo si posee el don de la lengua.
«El silencio es lo que la lengua que hemos aprendido inventa como su opuesto que ha de interrumpir».
La Rochefoucauld ("Hay una llave que nunca se atasca") utilizaba la palabra chagrin para denominar a esa aflicción escondida en el fondo del alma que, aunque solo se hace presente en momentos determinantes, la sentimos en permanente amenaza, que se materializa cuando  no somos capaces de encontrar la palabra justa para denominar algo.

El valor de la amistad palidece ante los embates irrefrenables del amor, el sentimiento que completa aquello que no está incompleto, que busca en el espejo un semejante que no existe, que abre puertas secretas donde solo existen muros infranqueables.

La llave que Barbazul prohíbe utilizar a su esposa es la llave del amor y de la confianza, pero es también la llave de la habitación de la ciencia del bien y del mal, que jamás debe abrirse.

La muerte y el amor parecen compartir la misma raíz: el semen del padre se convierte en la sangre del hijo; la sangre del hijo generará el semen que lo convertirá, a su vez, en la sangre de su propio hijo. Pero también comparten el carácter de su inevitabilidad en grado tal que, a veces, a requerimientos de la propia naturaleza, pueden ser indistinguibles.
«Hay una llave que nunca se atasca. Se trata de una llave que abriría el origen. La llave de la habitación prohibida. La llave que entreabriría el espacio donde tuvo lugar la escena de la cual nuestro cuerpo es fruto. No sabemos si está manchada de semen o de sangre. Siempre dudamos».
(La Réponse à Lord Chandos, 2020)

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