29 de junio de 2020

Matriarcadia

Matriarcadia. Charlotte Perkins Gilman. Ediciones Akal, 2018
Traducción de Celia Merino Redondo
Charlotte Perkins Gilman es conocida por los lectores por La habitación del papel amarillo, el extraordinario relato sobre la obsesión y la locura que le dio notoriedad y que ha sobrevivido en excelente forma al paso del tiempo. De entre el resto de su obra de ficción, Matriarcadia (Herland, 1915) ha sido adoptada por el movimiento feminista de nuestros días como referencia en la reivindicación de los derechos de las mujeres pero, en su época, ese movimiento era un componente más de un conjunto de reivindicaciones —que implicaban a una gran variedad de objetos y eran reclamadas por grupos dispares de sujetos cuyo único nexo de unión eran precisamente esas demandas— agrupadas bajo el nombre genérico de derechos civiles.

En este sentido, el guión al que responde la novela no es, como apunta el abúlico prologuista —desganado pero atrevido, como cuando se atreve a enmendarle la plana, sin la más mínima razón narrativa, a la autora, criticando la elección de un narrador masculino, cómo sería una sociedad compuesta exclusivamente por mujeres sino cómo sería una sociedad sin hombres; y es que Matriarcadia no tendría ningún sentido en el primer caso.

Tres personajes masculinos que encarnan tres tipos de personalidad emprenden una expedición a un lugar remoto de Sudamérica en busca de un legendario País de la Mujer, un emplazamiento conocido por los nativos pero del que no se tiene noticia de que nadie haya  vuelto jamás. En el largo viaje de ida afloran su carácter y sus prejuicios: Terry, un personaje dueño de una opulenta fortuna, es un conquistador nato que piensa que no existe imposibilidad para conseguir aquello que pretende, especialmente a las mujeres, gracias a su dinero; Jeff, médico de profesión, un romántico inocente deslumbrado por las maravillas de las que será testigo e idealista hasta la médula; y Vandick, el narrador, un científico de mente abierta a quien el descubrimiento le llama la atención más desde el punto de vista sociológico que personal; aunque, realmente, "ninguno de nosotros estábamos muy adelantados en la cuestión femenina".

Su bienvenida, no exenta de malentendidos, es oficiada por tres jóvenes que se convertirán en sus cicerones y, en cierto modo, guardianas, y cuya conducta, junto con la visión del asentamiento y de sus alrededores, no valen más que para reforzar los prejuicios de los tres exploradores. 

Una vez retenidos, debe comenzar su educación, no solo en cuanto a la lengua sino, sobre todo, en las costumbres y en la convivencia, diametralmente opuestas a las del lugar de donde provienen. Los tres viajeros insisten en comparar la sociedad de Matriarcadia con la de su procedencia sin apercibirse de que las diferencias de planteamiento las hace incomparables; de ahí que sus anfitrionas no comprendan la mayoría de las explicaciones que les ofrecen. Esta educación, casi una reprogramación, es el sistema del que se sirve Perkins Gilman para desplegar la que podría denominarse parte teórica, la que configura, en principio, el carácter de utopía — aunque algunas características de Matriarcadia, como la reproducción por partenogénesis, anulan el posible efecto teórico ejemplar para trasladarlo a la frontera de la ciencia-ficción— del texto.
La ausencia de hombres ha conllevado la desaparición de los roles masculinos, de modo que ninguna mujer debe suplir ese tipo de papel.
Matriarcadia es una sociedad de dieta vegana, supuestamente inducida por la falta de elementos masculinos y, por tanto de violencia también contra los animales. De hecho, existen pocos animales allí, y los que perviven son el resultado de una especie de eugenesia animal. 
La religión es una mezcla de creencias panteístas de raíz clásica pero, naturalmente, sin deidades masculinas.
El modo de hacer viable una civilización únicamente femenina, a la vez que para controlar la natalidad que evite el colapso por razones demográficas, es mediante recursos de la ingeniería social. En este sentido, la planificación estricta de la reproducción humana las lleva a un antiabortismo implacable.
La crianza de las hijas se hace en común, con lo que desaparecen, excepto en los registros oficiales, los datos de filiación. La educación se basa en "un juicio claro y profundo y una voluntad fuerte y bien empleada", y se rige por el principio de una ética no maniquea.
Más como experimento sociológico que por propia voluntad —y también para experimentar la reproducción sexual —, las tres cicerones acceden a casarse con sus pupilos, pero la conducta de Terry provoca la triple expulsión. La forma de reaccionar ante ese castigo concuerda con los caracteres de los exploradores: Terry, belicoso, apuesta por la huida; Jeff, sensiblero, se queda en Matriarcadia con su nueva esposa; y Van, conciliador, se la lleva a la civilización.

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