Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises. François Fénelon |
Esa correspondencia con la Odisea se manifiesta ya desde el inicio: Telémaco, acompañado por Minerva, transformada en Méntor, naufraga en la isla de Calipso; allí, retenido por la hija de Atlas, le refiere los incidentes ocurridos desde su salida de Ítaca: su estancia en Sicilia en la corte de Acestes y el auxilio prestado a este con ocasión de una invasión bárbara; su cautiverio en el opulento Egipto del sabio Sesostris y los reveses padecidos por voluntad de su intrigante ministro y por el pérfido príncipe heredero; su huida de allí en un navío fenicio para caer en manos del tirano Pigmalión, rey de Tiro, donde es instruido en la buena gobernanza por el capitán del barco; el traslado a Chipre, con sus habitantes sometidos al vicio y al desorden, donde libera a Méntor de su exclavitud y se embarca con destino a Creta, un modelo de sociedad regida por leyes igualitarias —a las que están sujetos incluso los reyes—, venturosa y feliz, y donde participa en una especie de torneo en el que Fénelon pone en su boca algunas teorías del buen gobierno; finalmente, su marcha de Creta después de rechazar el trono y, rumbo a Ítaca, el naufragio que sufre su embarcación por la cólera de Neptuno, hasta su llegada a la isla de Calipso.
Después de relatar sus aventuras, es acosado por la ninfa, como lo fue su padre, que cuenta con la ayuda de Venus, pero consigue escapar de la isla a nado en busca de un barco que aparece en el horizonte. El buque es un navío fenicio, y su capitán informa a Telémaco de los sucesos acaecidos en Tiro, el asesinato de Pigmalión, el breve reinado de otro tirano y la elección, finalmente, de un nuevo rey justo y magnánimo.
Pertrechado con todo lo necesario, Telémaco y Mentor ponen, de nuevo, rumbo a Ítaca, pero Neptuno los desvía de su camino —siguen los paralelismos con la Odisea—, arguyendo como razón el papel de Ulises en la guerra de Troya. Perdidos, recalan en una isla donde se ha expatriado Idomeneo, el rey de Creta, a quien, alertados por el oráculo, se prestan a ayudar en la contienda que sostiene contra sus enemigos, un enfrentamiento que Méntor consigue interrumpir con un discurso pacificador, al mismo tiempo que dicta al rey destituido y a su discípulo un manual de buen gobierno para conservar el poder sin sobresaltos y procurar la felicidad de los súbditos y la prosperidad de la sociedad.
Mientras Telémaco auxilia a los griegos —y se entera de diversos sucesos de la guerra de Troya, no todos de carácter heroico, por cierto, en los que estuvo involucrado su padre— y ejerce de mediador en algunas de las desavenencias entre los aliados, que cuentan también con la participación de Néstor, en su enfrentamiento contra los invasores bárbaros, Méntor asiste al reinado de Idomeneo, que le hace partícipe de sus cuitas para aprovechar sus buenos consejos.
Advertido por algunos sueños de la posibilidad de que Ulises haya muerto, Telémaco visita los infiernos —nuevo paralelismo con la Odisea— en su busca. Allí visita el Tártaro de los condenados, donde encuentra buenos reyes que actuaron con maldad debido a sus consejeros y aduladores; y los Campos Elíseos de los bienaventurados, en los que descansan los soberanos que reinaron en beneficio de sus súbditos, y donde es informado por su bisabuelo de que Ulises sigue vivo.
Finalizado el enfrentamiento y pacificada la región, Telémaco reanuda su aplazado regreso a Ítaca, retrasado en esta ocasión por su enamoramiento de Antíope, hija de Idomeneo; un viaje que aprovecha Méntor para seguir instruyéndole en las tareas del buen gobierno hasta arribar finalmente a su isla justo después de la llegada de su padre —enlazando con los Cantos XV y XVI de la Odisea—.