Poesía y fotografía. Yves Bonnefoy. Shangrila Ediciones, 2020 Traducción de Ester Quirós Damià |
La imagen prefotográfica impuso su dictadura sobre otras formas de representación a pesar adolecer de dos limitaciones fundamentales: representa la realidad pero, a pesar de ser en sí misma completa como concepto, la representa de forma incompleta; y requiere de un marco conceptual, de un soporte, sin los cuales no es inteligible.
La invención del daguerrotipo parece —y también la posterior fotografía, que añadiría a la aportación del daguerrotipo la posibilidad de reproducción—, en principio, solventar esas limitaciones: es una reproducción completa y fijada, y el marco es una copia de la realidad en un solo instante, aunque tal vez la percepción humana es incapaz de discernir por su propensión a la continuidad; pero es que, además, la fotografía incluye elementos no buscados, planos secundarios de la realidad que se deben a la intervención del azar con independencia de la voluntad del fotógrafo. Sin embargo, su parecido con la realidad esconde una trampa: es una realidad ficticia: «con la invención de Daguerre, el no-ser se introdujo en el campo hasta entonces cerrado de la imagen»; es una realidad con una inconmensurable capacidad de fascinación pero privada de sentido.
Un efecto parecido provocó, cincuenta años más tarde, la iluminación eléctrica en algunos grandes bulevares de París: por primera vez, un elemento no reducible a ninguno de los cuatro elementos de los presocráticos; su poder y su impremeditada intencionalidad fijaron una nueva frontera, por un contraste ineludible y omnipresente de la nada —representada por las zonas no iluminadas—, que siempre había sido inexacta y difusa, cambiando por completo el concepto de noche. Y modificó tanto nuestra percepción que cuando falta la noche es más oscura, se convierte en un terreno abonado para las pesadillas, acentuando una ceguera —la diferencia entre no ver y no ver nada— que nos hurta el mundo y nos sumerge en la nada.
«¿Puede que sea imposible salir del significado? ¿Que no haya experiencia del apartarse del significado más que desde dentro y a través de una vida siempre inextinguible de la palabra? Pero si las cosas son así, ¿es en verdad necesario rendirse a la evidencia que la palabra, por tanto, cree constatar debido a la acumulación —"vanos muros", dijo Mallarmé; "unreal city", repite T. S. Eliot— de tantas pruebas funestas?»Ese cambio en la percepción es el que sufre el protagonista de La noche, el relato de Guy de Maupassant —incluido, como apéndice, en el volumen de Shangrila—, el último de los escritores cuya narrativa permanece condicionada por el cambio de parámetros de la realidad reproducida por la fotografía y condicionada por las nuevas fronteras de la nada; Baudelaire, en cambio, supo evitar esa constricción, igual que hizo Mallarmé con posterioridad, una constatación que hace apercibirse a Bonnefoy que esa rotura solo podía llevarse a cabo desde la poesía.
Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de La bufanda roja
Notas de Lectura de El territorio interior
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