28 de marzo de 2020

La Comuna de París

La Comuna de París. Diario del sitio y la Comuna de París 1870-1871
Edmond de Goncourt. Editorial Pepitas de Calabaza, 2020
Edición y traducción de Julio Monteverde  
Los Diarios, la ópera magna de los hermanos Edmond y Jules Goncourt, están compuestos, originalmente, por ocho volúmenes de anotaciones relativas a la escena literaria y también social de Francia, en particular de París, desde 1851 hasta 1895, y fueron escritos en colaboración, aunque Jules fue su principal redactor hasta la fecha de su muerte. El texto original de esta edición corresponde al primer volumen de la segunda serie del Diario titulado 1870-1871, y recoge las entradas desde el 26 de junio de 1870 hasta el 20 de junio de 1871, descartando el resto de entradas, que se prolongan en el tomo original hasta el 26 de diciembre de ese mismo año, para centrarse en las relativas al período de sitio de París por las tropas prusianas y la proclamación y posterior derrota de la Comuna. Es el primer tomo del Diario que Edmond escribe en solitario después de la muerte de Jules el 20 de junio de 1870.

La Comuna de París fue un movimiento insurreccional de corte socialista y autogestionario que tuvo lugar en la capital entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871 como consecuencia del vacío de poder provocado por la derrota de las tropas imperiales en su enfrentamiento contra Prusia y aprovechando el descontento de la población por la huida a Versalles del gobierno legítimo


El punto de partida del volumen lo constituye el profundo dolor por la reciente ausencia de su hermano Jules, tristeza a la que va resignándose para sustituirla por la indignación provocada por la situación política que se va desvelando como resultado de la guerra con Prusia, cuyo curso empieza a ser contrario a los intereses de Francia y cuyas consecuencias empiezan a hacerse patentes en la capital. 

La visión aristocrática y desconsiderada del pueblo llano queda patente en su anotación del 21 de septiembre de 1870:
«Miércoles 21 de septiembre (1870). Hoy, aniversario de la proclamación de la República, tiene lugar una manifestación de viejos delincuentes y jóvenes atildados, al frente de la cual va un gran cuadro en el que aparece dibujada la figura de la Libertad, traspasada por la luz de las antorchas elevadas tras el cuadro —un verdadero símbolo de la ambigüedad que me asquea de esta libertad y de este pueblo de fanfarrones—».
Edmond reseña su asistencia a reuniones, salones y cenas con lo más florido del movimiento reaccionario, donde parece haber una competición por exponer diversas y contradictorias soluciones a la situación, ninguna de ellas democrática ni por asomo, desde un punto de vista aristocrático y clasista consistente en tomar el poder, a cualquier precio, responsabilizando de la situación perentoria de la Patria a las derrotas bélicas.
«Sábado 22 de octubre (1870). Esta ciudad, de la que antaño podía señalar el emplazamiento exacto a más de diez leguas por el resplandor que proyectaba en la zona del cielo que le servía de techo, esta ciudad que casi mantenía el día durante la noche con la iluminación de sus comercios, sus cafés, sus cien mil puntos de luz, se ha vuelto oscura. Y este negro, estas tinieblas nuevas cambian París, imprimen a sus barrios más recientes un aspecto envejecido, los hacen retroceder, los sumergen en el pasado. Uno se pasea por piedras oscuras sin reconocerla, sorprendido, incluso un poco inquieto por su rumbo».
De hecho, y debido a lo excepcional de la situación tanto personal como política, el Diario deja de lado la vida literaria de París, el verdadero leit motiv de la obra en su conjunto, para centrarse en la vida particular y en el comentario de los incidentes provocados por la guerra y por la progresiva insurrección del pueblo de París que culminará el 28 de marzo de 1871 con la Proclamación de la Comuna. La situación política después de la capitulación es motivo de grave preocupación para Goncourt: 
«Domingo 26 de febrero (1871). Existe una gran ironía, una ironía divina, que me parece que se complace en echar por tierra los planes humanos. En este tiempo de sufragio universal, de disposición de los asuntos y el gobierno del país por todos los ciudadanos, jamás, jamás, la voluntad de uno solo, ya sea Favre o Thiers, ha dispuesto de manera tan despótica de los destinos de Francia, manteniendo en una ignorancia mayor a todos los ciudadanos acerca de lo que sucede, sobre todo de lo que se hace en su nombre».
La situación provocada por el nuevo entorno social tiene, para Edmond, graves inconvenientes: la falta de pescado en los restaurantes, el cambio de la ternera por la carne de caballo y de la mantequilla por la grasa de animales desconocidos, el ruido constante en las calles, el insomnio provocado por las descargas de los cañones y la invasión del pueblo llano de los barrios exclusivos. Pero Goncourt no es un pesimista patológico, así que también observa algunas ventajas: el componente estético de las barricadas, de la turba en movimiento y de las ruinas después del bombardeo, magníficas composiciones casi pictóricas; y la emoción de pasear bajo el fuego enemigo, del peligro de las ruinas, del roce con el riesgo, la aventura de caminar por el extrarradio, con sus viviendas abandonadas por los propietarios.

A pesar de que la ocupación de París por los alemanes es considerada una tragedia nacional y un inconveniente personal, Goncourt no puede ocultar cierta simpatía por el invasor, no tanto como vencedor de una contienda contra su amada Francia, para la que representa una sonrojante humillación, sino como la única forma disponible de evitar que los elementos izquierdistas y populares logren hacerse con el gobierno de la nación, un antes alemana que republicana que representa a la perfección el carácter contrarrevolucionario y reaccionario del personaje: a pesar de su bestialidad y mala educación, los alemanes son lo más parecido al orden.
«Domingo 19 de marzo (1871). Experimento un sentimiento de cansancio de ser francés, y el vago deseo de salir a buscar una patria donde el artista pueda pensar tranquilo y no sea en todo momento molestado por la estúpida agitación, por las brutales convulsiones de la turba destructiva».
Con estos antecedentes, no es extraño que el día de la Proclamación de la Comuna sea uno de los días más tristes de su existencia: 
«Martes 28 de marzo (1871). Los diarios no ven en lo que está pasando más que una cuestión de descentralización. Lo que viene es simple y llanamente la conquista de Francia por la población obrera, el sometimiento, bajo su despotismo, del noble, del burgués, del campesino. El gobierno abandona a los que poseen para entregarse a los que no poseen, a los que solo tienen un interés material en la conservación de la sociedad, a los que no se preocupan en absoluto por el orden, la estabilidad, la conservación. Después de todo, y como ya dije en nuestro libro Idées et sensations, quizá dentro de la gran ley del cambio de las cosas aquí abajo, para las sociedades modernas los obreros sean lo que los bárbaros fueron para las sociedades antiguas, los convulsos agentes de la destrucción y la disolución».
Si acaso abriga algún motivo de esperanza es porque no considera viable la experiencia comunera y, más por deseo que por convicción, es capaz de advertir que su fin no está lejos: 
«Miércoles 26 de abril (1871; 33 días antes de la disolución efectiva de la Comuna). Sí, sigo creyéndolo: la Comuna morirá por no haber dado satisfacción al sentimiento que hace incontestable su poder. Las franquicias municipales, la autonomía de la Comuna, etc., toda la nube metafísica sobre la cual se mantiene, válida para satisfacer a algunos ideólogos de cabaré, no es lo que le proporciona su capacidad de acción sobre las masas. Su fuerza proviene de la conciencia que tiene el pueblo de haber sido defendido de forma incompleta e incapaz por el Gobierno de Defensa Nacional. Si la Comuna, en lugar de mostrarse más complaciente con las exigencias prusianas que el mismo Versalles, hubiera roto el tratado que le reprochaba a la Asamblea y declarado la guerra a Prusia en un arranque de loco heroísmo, Thiers se habría visto imposibilitado para llevar a cabo su ataque, ya que no podría trabajar en la rendición de París con ayuda del extranjero».
Finalmente, el deseado momento del fin de la Comuna llega, y Edmond no puede camuflar bajo ninguna excusa su alborozo por el cauce de los acontecimientos:
«Lunes 29 de mayo (1871). Leo, en unos carteles pegados a las paredes, la proclamación de MacMahon anunciando que todo acabó ayer a las cuatro. Esta tarde vuelvo a escuchar el movimiento de la vida parisina que renace, y su murmullo parecido a una gran marea lejana. Las horas no caen más en el silencio de un lugar desierto».

Otros recursos relativos al autor en este blog:
Notas de Lectura de Diario. Memorias de la vida literaria (1851-1870)
Notas de Lectura de Diario. Memorias de la vida literaria (1863)

Bajo las llamas. Hervé Le Corre. PRH, 2020
Traducción de Teresa Clavel
Jueves, 18 de mayo de 1871. Exhaustas y diezmadas por la artillería y las fuerzas bajo el mando de Versalles, las milicias que defienden la Comuna saben que su derrota definitiva y la consecuente pérdida de París son cuestión de días. En este entorno bélico del desigual enfrentamiento entre los defensores de la república de los trabajadores y el ejército que, pese a haber perdido la guerra contra Prusia, tiene la intención de recuperar París a cualquier precio, se inserta la trama policíaca de Bajo las llamas (Dans l'ombre du brasier, 2019).
«—Miren a su alrededor. ¿A quién le preocupan tres fiambres desde hace unas semanas? Todo este caos de la Comuna va a acabar en una carnicería descomunal cuando vuelvan los burgueses con su ejército de fusileros, ya lo verán. Yo ya sabía que este asunto acabaría mal. Hay ricos y hay pobres, siempre será así, y los ricos siempre serán más fuertes que los pobres porque saben unir fuerzas para defender su tajada, mientras que la plebe es demasiado idiota para hacer lo mismo. Acabarán por hacerle comer su mierda y no habrá suficiente para todos, y la gente se pelará para conseguir un poco —se calla, se sirve un poco más de licor de ciruela—. ¡Bah!, hablar por hablar —dice para sí mismo—, mierda ya comemos... —Se inclina hacia Loubet y lo señala con un dedo trémulo—. Además, a mí la guillotina me trae sin cuidado. Acuéstate tú con ella si te divierte. Cuando llegue el momento, iré a una barricada de Belleville, allí tengo compadres que creen firmemente en la Comuna, iré para que me agujereen la piel para demostrarles a Thiers y sus perros rastreros con qué desparpajo palmamos por aquí. ¡Pero no antes de haber quitado de en medio a unos cuantos, me cago en Dios! Así que hagan lo que quieran, pero decídanse porque se está echando encima la hora de cerrar. Hoy no veré a nadie más por aquí, me han chafado el día».
La situación excepcional actúa sobre la población aireando lo mejor y lo peor de cada uno, polarizando su conducta; cada habitante de la capital debe decidir el bando con el que alía: humildes artesanos se convierten en soldados temerarios y milicias profesionales desertan de su puesto o se pasan al enemigo; los pocos parisinos acomodados que no han huido se convierten en despiadados usureros y pobres de solemnidad comparten su escaso pan con los que ni siquiera disponen de un pedazo.
«—París está perdido —dijo Roques—. Parece ser que Thiers ha enviado a sesenta mil hombres, y nosotros somos, como mucho, diez mil. Mal organizados y mal dirigidos. Se han levantado barricadas por todas partes sin ningún plan de conjunto; sortearán la mayor parte de ellas. Y aún daremos gracias si algunas no se enfrentan entre sí. Pero detrás de cada empalizada hay hombres y mujeres, aunque no sean más que un puñado, que están convencidos de que podrán resistir y rechazar al enemigo. Todos ellos podrían volver a sus casas y, con los postigos cerrados, oír como desfilan las tropas de Versalles. Probablemente salvarían la vida. Verían crecer a sus hijos, envejecerían en paz, cada uno en su casa, delante de su plato de sopa por la noche. Y sin embargo siguen allí. Esperan el ataque. No sé si son valientes o si están locos. No sé muy bien cuál es la diferencia entre esas dos palabras en las circunstancias actuales. Lo único que sé es que hacen lo que tienen que hacer. Lo que creen, no razonable, sino justo. Saben cuál será el desenlace. Conocen el final. Pero tienen esperanza. De vencer. De salir vivos de esta. Y si no es así, persuadidos de que no morirán por nada. Eso es lo que nos guía a nosotros. Indudablemente, no es algo razonable.» 
Entre los que deciden seguir cumpliendo con su deber, se halla Antoine Roques, un encuadernador nombrado Delegado de Seguridad Pública y en funciones de policía, íntegro y honesto; Nicolas Bellec, sargento de la guardia nacional, fiel y valiente; Caroline, novia de Nicolas y abnegada enfermera. Entre los que se aprovechan del caos para satisfacer sus impulsos inmorales, un fotógrafo de dudosa integridad, un asesino a sueldo de sus instintos y un enigmático cochero al servicio del mejor postor. El azar cruzará sus pasos: Caroline es secuestrada y abandonada en un sótano, aislado por el derrumbe de un edificio; si su reclusión sobrevive a los bombardeos, deberá ser encontrada antes de que las tropas de Versalles entren triunfantes en la capital.
«Roques no sabe qué pensar. No duda de que el alma humana esconde negruras sin fondo, deseos locos de destrucción y muerte, una maldad irreductible, y de que es imposible arrojar un poco de luz sobre ella, ni siquiera considerar conceder el menor perdón. Pero también sabe que hay existencias inhumanas en las que cada día es una tortura, en las que vivir es un castigo permanente que no expía falta alguna, y lo fácil que resulta entonces olvidar que uno mismo pertenece a la especie humana. Con un estremecimiento, recuerda la frialdad implacable con la que esta mañana Clovis ha matado a un hombre y su mutismo durante las horas siguientes. "¿Qué otra cosa cabía hacer? Con nuestra pinta de federados mal disfrazados, era eso o que nos fusilaran." Ni él ni Loubet han podido replicar, pero cada uno ha permanecido encerrado en su silencio, indeciso, incómodo». 
A pesar de que puede ser adscrita al género negro, Bajo las llamas es una narración cuya trama desborda la novela policial para reflejar cómo, en una situación histórica de máxima tensión,  los dramas personales de individuos anónimos se imponen a las estrategias bélicas, a los movimientos de tropas y a los delitos más execrables. Individuos que luchan por mantener el compromiso adquirido con su propia conciencia para cumplir con el deber que esta les dicta, una responsabilidad, sea personal o social, que posee más valor que la vida que arriesgan respondiendo a ella; en definitiva que, en medio de desertores y traidores, de asesinos y desalmados, tratan de mantener la dignidad.
«—Ustedes quizá vean la república universal de los trabajadores. Estábamos muy cerca. No podemos perder siempre, ¿no creen?»

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