27 de agosto de 2018

La Comedia humana. Volumen VII

La Comedia humana. Escenas de la vida de provincia. Volumen VII. Honoré de Balzac. 
Hermida Editores, 2018. Traducción y notas de Aurelio Garzón del Camino

El séptimo volumen de La Comedia humana es el segundo de la segunda sección, "Escenas de la vida de provincia", perteneciente a la división "Estudios de costumbres". Pierrette (Pierrette, 1840), El cura de Tours (Le curé de Tours, 1832) y Un hogar de soltero (La Rabouilleuse, 1842) forman parte de la subdivisión Los solteros (Les Célibataires); La solterona (La Vieille Fille, 1837) y El Gabinete de los Antiguos (Le Cabinet des Antiques, 1839) a Las rivalidades de la vida en el campo (Les Rivalités)

Renuevo, como a cada volumen, mi reconocimiento personal y lector a Hermida Editores, que sigue cumpliendo con el compromiso que supuso editar el primer volumen de esta opera magna de la literatura occidental; como en las ocasiones anteriores, me limitaré a redactar una pequeña introducción a cada una de las obras incluidas en el volumen, haciendo más hincapié en los detalles sociales y de las costumbres que en la acción propiamente dicha.


Si bien en buena parte de las novelas de la serie "Escenas de la vida privada" los protagonistas pertenecían a la nobleza de provincias, aunque a menudo eran tomados en consideración en contraste con el estrato social equivalente de la capital, es en el presente ciclo en el que Balzac pone bajo su punto de mira a esa vida de provincia con la condescendencia del que se siente superior pero también con la determinación del arqueólogo que no sólo debe descubrir los vestigios del pasado sino también interpretarlos.


Pierrette


Balzac es un escritor especialmente riguroso en su retrato de las gentes de provincias en general, pero esa censura, a menudo próxima a la mordacidad, se ceba con predilección en el estrato social de los comerciantes, para los que reserva despiadadas invectivas, en especial hacia aquellos que, emigrados de la atrasada provincia rural, se trasladan -y con ellos, sus lacras- a París con el objetivo de hacer fortuna, para exportar con posterioridad los símbolos de su éxito a su lugar de origen y disfrutar del ansiado estatuto de burgués alcanzado en la capital. A diferencia del comerciante oriundo de esta, cuyas aspiraciones se ven extraviadas por exceso de oferta, la del emigrado se concentran en atesorar la fortuna suficiente como para retirarse a su provincia para exhibir y disfrutar de su desahogada situación económica, como el indiano que va a "morir en la madriguera" cuando vuelve a su patria chica para vivir de rentas y hacer evidente su fortuna.

"Cuando el modesto negociante que llega a París desde provincias vuelve a provincias desde París, lleva siempre consigo algunas ideas que pierde luego con las costumbres de la vida de la provincia en que se sumerge y en la que sus veleidades de renovación se anulan. De aquí esos pequeños cambios lentos y sucesivos con los que París acaba por arañar la superficie de las ciudades provincianas, y que marcan esencialmente la transición del ex-tendero al provinciano redomado. Esta transición constituye una verdadera enfermedad. Ningún tendero pasa impunemente de su charla continua al silencio y de su actividad parisiense a la inmovilidad provinciana. Cuando estas buenas gentes han ganado alguna fortuna, gastan una parte de ella en satisfacer una pasión largo tiempo incubada, empleando en esto las últimas oscilaciones de un movimiento que no puede detenerse a voluntad."
Pero esa exhibición de fortuna, que puede extasiar al pueblo llano por su magnificencia, también despierta la desaprobación -que es el cariz que toma una vez elaboradala más primaria envidia- de los elementos, la mayoría de los cuales provienen de un origen parecido y que, por tanto, tienen poco que denostar a los recién llegados-, que componen el estrato burgués, al verse cuestionados por los recién llegados e, incluso, amenazados en su posición; su defensa ante ese peligro es la censura en privado y el boicoteo en público.

Es en ese ambiente enrarecido donde viene a dar con sus huesos Pierrette, una adolescente hija de comerciantes arruinados, que es acogida por sus primos, una pareja de hermano y hermana solterones, retirados a la ciudad que les vio nacer después de haber acumulado una considerable fortuna, en calidad de ahijada sin dote ni posibles, y que viene a turbarla paz hogareña y a consumir sus rentas.
"Los espíritus pequeños tienen necesidad de despotismo para el juego de sus nervios, del mismo modo que las almas grandes están sedientas de igualdad para la actividad del corazón. Ahora bien, los seres de espíritu estrecho logran su expansión tanto con la persecución como con la beneficencia; pueden probarse a sí mismos su poder por un dominio cruel o caritativo sobre otro, pero siempre van del lado adonde les impulsa su temperamento. Añadid el vehículo del interés y tendréis la clave del enigma de la mayoría de las cosas sociales."
Pierrette encarna el tipo de muchacha inexperta, educada fuera del mundo y, a pesar de las limitaciones pecuniarias de sus tutores, en una relativa magnificencia pero en la ignorancia absoluta del valor de las cosas -y de las personas-; y que, por un revés de la fortuna, es trasplantada a un mundo real con respecto al cual su inexperiencia queda de manifiesto a través de su inadaptación, que no hace más que provocar la escalada de tensión con sus primos y dar comienzo a una espiral de reproches y reprobaciones de un final tan incierto como predecible.
"¿No es un hecho notable y digno igualmente de la atención de los filósofos y de los indiferentes la perfección seráfica de las jóvenes y de los jóvenes a quienes la muerte marca con su hierro entre la muchedumbre, como los arbolillos jóvenes de un bosque? Quien ha presenciado una de esas muertes sublimes no podría hacerse incrédulo o seguir siéndolo. ¡Esos seres exhalan como un perfume celestial, sus miradas hablan de Dios, su voz es elocuente hasta en sus más indiferentes palabras, y con frecuencia suena como un instrumento divino, enunciando los secretos del porvenir."
Por más que la lógica parezca evidenciar que las intrigas -de todas clases- encontrarían campo abonado en los lugares más cercanos a los templos del poder político, económico o social, y que sería en la capital o en las grandes urbes donde aquellas alcanzarían su mayor desarrollo, la realidad constata que en medios menos poderosos también pueden madurar, si no en asuntos de importancia principal, sí con el mismo -o mayor- grado de virulencia. Y en provincias, igual que en la capital, se disfraza la crueldad, en el caso de las personas solteras, por adquirir una posición social destacable, con la vestimenta del amor.
"Convengamos entre nosotros que la legalidad sería una buena cosa para las bellaquerías sociales en el caso de que Dios no existiese."
El cura de Tours

Si bien la avaricia es una inmoralidad mal considerada -y uno de los siete pecados capitales según  Gregorio Magno- con respecto a cuya condena coinciden las autoridades eclesiásticas y las seglares, la ambición, en cambio, cuenta, aunque con alguna reserva, con la aprobación de ambos estamentos. Así que a pesar de no ser confesable debido a la apatía que se presupone al estamento sacerdotal, no es ni grave ni extraño que un oscuro e intrascendente abate de provincias caiga en la tentación de desear algunos bienes terrenales y que ni su conciencia ni su moralidad se sientan culpables por codiciar el disfrute de la posesión de la vivienda de un anciano colega.
"En efecto, el abate Chapeloud legó en su testamento su biblioteca y su mobiliario a Birotteau. La posesión de estas cosas, tan vivamente deseadas, y la perspectiva de ser admitido como huésped por la señora Gamard suavizaron bastante el dolor que causaba la pérdida de su amigo el canónigo: quizá no le habría resucitado, pero le lloró. Durante algunos días estuvo como Gargantúa, el cual, habiendo muerto su mujer al dar a luz a Pantagruel, no sabía si regocijarse por el nacimiento o apenarse por haber enterrado a su buena Balbec, y se equivocaba alegrándose por la muerte de esta y deplorando el nacimiento de Pantagruel."
Sin embargo, toda conquista conlleva alguna renuncia, y la posesión de aquella vivienda, largamente deseada, tuvo como contrapartida la enemistad de su hospedera, con lo que su disfrute, en el caso de un individuo de tan escasa inteligencia que es incapaz de seguir una serie de relaciones causales, se vio afectado con rapidez por la frialdad de aquella, prontitud de la que careció el abate para darse cuenta de las razones que habían provocado el cambio de su actitud.
"Sin sondear demasiado en el vacío y en la nulidad de la señorita Gamard, y sin explicarse tampoco la pequeñez de sus ideas, el pobre abate Birotteau advirtió un poco tarde, para desgracia suya, los defectos que tenía, tanto los que compartía con todas las solteronas como los que le eran privativos. Lo malo en los demás resalta tan vigorosamente sobre lo bueno que casi siempre impresiona nuestra vista antes de herirnos. Este fenómeno moral podría justificar, si necesario fuese, la inclinación que con mayor o menor fuerza sentimos todos por la maledicencia. Es tan natural, socialmente hablando, burlarse de las imperfecciones de los demás que deberíamos perdonar la murmuración irónica que nuestras propias ridiculeces autorizan y no asombrarnos sino de la calumnia. Pero los ojos del buen vicario jamás tuvieron esa finura óptica que permite a las gentes de mundo ver y evitar prontamente las asperezas del prójimo; por lo cual, para reconocer los defectos de su patrona, tuvo que sufrir la advertencia que da la naturaleza a todas sus creaciones: ¡el dolor!"
En definitiva, su vida en común empeora a ojos vista y pone en evidencia la dificultad de la cohabitación entre dos individuos sometidos, por diferentes razones, al estigma de la soltería: uno, por cuestiones profesionales; la otra, la verdadera diana de las invectivas de Balzac, por su diabólico carácter, unas carencias que el novelista analiza de una forma pormenorizada y censuradora -y cuyas conclusiones, si bien razonables en su época, no resistirían en la actualidad la más leve mirada-.
"Como no podía emplear, según lo quiere la naturaleza, la actividad propia de la mujer, y necesitando gastar esta energía de algún modo, la solterona la aplicaba a las intrigas mezquinas, a los chismorreos provincianos y a las combinaciones egoístas en que acaban por ocuparse exclusivamente las solteronas. Birotteau, para desgracia suya, había desarrollado en Sophie Gamard los únicos sentimientos que esta pobre criatura podía experimentar: los del odio, que, latentes hasta entonces a causa de la calma y la monotonía de su vida provinciana cuyo horizonte se había estrechado todavía más para ella, debían adquirir una intensidad tanto mayor cuanto iban a ejercerse sobre cosas pequeñas y en medio de una esfera limitada."
En todo caso, del enfrentamiento entre ese ser vil y fanático que es una solterona y el cándido y generoso sacerdote derivan unas consecuencias fatales para este, que se ve obligado a un inimaginado cambio de vida -con la sacudida que eso significa para un soltero, sea célibe o no-, a entablar un proceso legal para defender sus intereses -promovido por algunos de sus partidarios, tentados a emprender un pleito en el que ellos, a diferencia del abate, no tenían nada que perder pero que podía contribuir a asentar su posición en otros ámbitos ciudadanos y políticos- que acaba desposeyéndolo de sus bienes, de sus derechos y de la paz de conciencia tan necesaria para su profesión.

La moraleja que parece extraer Balzac de su historia es que jamás se debe contrariar a una solterona; y si esta se asocia con un solterón profesional, hay que huir como de la peste porque esa alianza es invencible.
"El celibato tiene el vicio capital de que, haciendo que converjan todas las cualidades del hombre en una sola pasión, el egoísmo, hace a los solterones nocivos o inútiles. Vivimos en una época en que la falta de los gobernantes ha sido el haber hecho al hombre para la sociedad, menos que a la sociedad para el hombre. Existe un combate perpetuo entre el individuo y el sistema que quiere explotarle en provecho propio; mientras que en otros tiempos el hombre, realmente más libre, se mostraba más generoso con respecto a la cosa pública."
Un hogar de soltero
"Nada exige en la vida mayor atención que las cosas que parecen naturales, pues de lo extraordinario suele desconfiarse siempre bastante; así, podréis ver que los hombres de experiencia, los procuradores, los jueces, los médicos y los sacerdotes conceden una importancia enorme a las cosas sencillas; siempre se les encuentra meticulosos. La serpiente escondida bajo las flores es uno de los mitos más bellos que la Antigüedad nos ha legado para la dirección de nuestros asuntos. Cuántas veces exclaman los necios, para excusarse a sus propios ojos y a los de los demás: "¡Era tan sencillo que todo el mundo se hubiera dejado engañar!"."
Dos viudas, tía y sobrina, Bridau y Descoings, viven una existencia de privaciones. Joseph, el hijo de la Bridau, muestra desde muy joven una buena predisposición para la pintura, mientras que su hermano Philippe abraza la carrera militar, profesión que, al contrario de la de su hermano, cuenta con la plena aprobación materna.

Sin embargo, pasado cierto tiempo y con la derrota del Emperador de por medio, Philippe, en quien su madre había depositado todas sus esperanzas, se convierte en un zángano sin oficio ni beneficio que acaba con los ahorros de la familia, mientras que Joseph, de forma discreta, se ha labrado una carrera como pintor que le permite vivir y contribuir a los gastos domésticos.
"Cuando los hombres dotados de valor físico, pero cobardes e innobles en el aspecto moral, como lo era Philippe, han visto cómo la naturaleza de las cosas recobra en torno a ellos su curso normal después de una catástrofe en la que su moralidad ha zozobrado, tal condescendencia de la familia o de los amigos es para ellos un incentivo. Cuentan con la impunidad, y su talento viciado y sus pasiones satisfechas les llevan a analizar de qué modo lograron eludir las leyes sociales, con lo que se hacen entonces horriblemente hábiles."
Existe la idea de que la miseria en una gran ciudad se convierte en tan solo pobreza en provincias, donde, por otra parte, existen mayores posibilidades de supervivencia y, además, el número de tentaciones que llevan a la ruina es sensiblemente menor. Con independencia de lo apropiado de esa afirmación, la familia protagonista de la novela tiene la posibilidad de reconciliarse con un pariente rico, solitario y misógino, y de aprovecharse en un futuro no muy lejano de un legado importante.  Con este propósito, se trasladan al campo, y es en este cambio de escenario donde Balzac aprovecha para contrastar, de nuevo, la vida en ambos ambientes y, en particular, las diferentes circunstancias que rodean la vida de las personas solteras, a la par que contrapone, una vez más, la supuesta civilización de los parisinos con la también pretendida rusticidad de los provincianos, y la animadversión innata de estos con respecto a aquellos; mención aparte merece el inclemente retrato que reserva para el avaro de provincias:
"En efecto, diez minutos después, las tres mujeres y Joseph se encontraban solos en aquel salón cuyo piso no se frotaba jamás, sino que sólo se barría, y del que los tapices con marcos de roble con estrías y molduras y todo el mobiliario sencillo y casi sombrío apareció a los ojos de la señora Bridau en el mismo estado en que ella los había dejado. La Monarquía, la Revolución, el Imperio y la Restauración, que respetaron muy pocas cosas, habían respetado aquella sala en la que lo mismo sus esplendores que sus desastres no dejaron la menor huella."
La herencia del pariente pasa a ser le centro alrededor del cual ruedan los dos bandos enfrentados para conseguirla; a todas las tribulaciones que Balzac adjudica a la vida de soltero parece que se añade una que las empeora: ser un soltero acaudalado, una posición que, si coincide con la falta de descendencia directa, atrae a toda una colección de asaltafortunas, y que en esa guerra desatada participan, con parecida impiedad, familiares ambiciosos y parvenus intrigantes, sin que el grado de parentesco influya de ningún modo en el grado de la crueldad ni en la intensidad de la beligerancia.
"[...] el cálculo escondido en un sentimiento penetra hondamente en el corazón y disipa el él el duelo más sincero. He aquí cómo la naturaleza se permite en la vida privada lo que en las obras del genio es el colmo del arte; el medio que la naturaleza emplea es el interés, que es el genio del dinero."
Al final, tanto de esta novela como de otros textos, puede extraerse una moraleja en forma de apología del matrimonio por contraste: una mujer soltera es demasiado débil; un hombre soltero es demasiado ambicioso.

La solterona

Empeñado en no dejar ningún ejemplar de su planeado catálogo de caracteres y situaciones sin su correspondiente cuota de investigación, Balzac arremete en La solterona contra ese ejemplar de la fauna humana en su versión provinciana.

Para ello, hace uso de una plantilla de caracteres, comunes a otras obras: en primer lugar, el supuesto caballero -aquí, un descendiente de la casa de Valois- soltero y con pocas posibilidades que malvive en una ciudad de provincias gracias a una reducida renta y al producto de algunos trapicheos:
"Lo que de París a Pekín había hecho notable al caballero era la dulzura paternal de las maneras con que trataba a las obreritas, las cuales le recordaban a las jóvenes alegres de otro tiempo, aquellas ilustres reinas de la Ópera que gozaron de una fama europea durante un buen tercio del siglo XVIII. Es indudable que el gentilhombre que ha vivido alguna vez con esa nación femenina olvidada como todas las grandes cosas, como los jesuitas y los filibusteros, como los abates y los arrendadores de rentas, ha llegado a adquirir una cordialidad irresistible, una facilidad graciosa, un abandono desprovisto de egoísmo";
en fin, un individuo empeñado en la apariencia de mantener un estatus del que, probablemente, jamás había disfrutado. La contrapartida es otro caballero, antaño opulento pero caído en desgracia por culpa de unas cuentas mal saldadas con el Emperador, de vida algo más desahogada que el Valois pero también más estúpido:
"Un hombre arruinado por el primer cónsul y precedido de la colosal reputación que le habían dado sus relaciones con los jefes de los gobiernos pasados, su género de vida y su reinado efímero [...]. Du Bousquier, como todos los que no pueden vivir más que con la cabeza, acarreaba sus sentimientos de odio con la tranquilidad de un arroyo débil en apariencia, pero inagotable; su odio era como el del negro, tan apacible y tan paciente que engañaba al enemigo. Su venganza, incubada por espacio de quince años, no se vio harta con ninguna victoria [...]"
Ambos, enfrentados por sus aspiraciones económico-matrimoniales, forman la primera línea de ataque en la cruenta batalla, no exenta de juego sucio, en la guerre comme en la guerre, por la conquista de alguna de las solteronas con posibles de la localidad. A ambos se les añade, a última hora, un lechuguino de veintitrés años, aspirante a gran escritor, pariente lejano de la pretendida y soltero, más que por vocación, por una mezcla de timidez e inexperiencia, y cuyo deseo, a diferencia de sus antagonistas, inconstante y voluble, es antes abandonar su estado que adquirir el estatuto de casado.  Y es que la institución del matrimonio tiene una fuerza particular en provincias:
"Por natural que pueda parecer en una capital una relación pasajera entre un joven como Athanase y una hermosa muchacha como Suzanne, en provincias espanta y deshace de antemano el matrimonio de un joven pobre, ya que la fortuna de un buen partido hace pasar por alto todo enojoso incidente. Entre la depravación de ciertas relaciones y un amor sincero, un hombre de corazón, sin fortuna, no puede vacilar: preferirá las desgracias de la virtud a las desgracias del vicio. Pero en provincias, las mujeres de que puede enamorarse un joven son escasas: no podrá obtener una joven bella y rica en un lugar donde todo es cálculo; le está prohibido amar a una joven hermosa y pobre, pues, como dicen los provincianos, esto equivaldría a juntar el hambre con las ganas de comer, y, finalmente, una soledad monacal siempre es peligrosa para la juventud. Estas reflexiones explican por qué la vida de provincias, se asienta con tanta fuerza en el matrimonio."
A pesar de una variada muestra local, los intereses de los solterones se dirigen hacia el mismo objetivo: una solterona de mediana edad, de familia, aunque plebeya, notable, bien relacionada con el poder y con la Iglesia, con relativa buena fama en los salones de la ciudad, religiosa y ligeramente estúpida, con una vivienda espaciosa y confortable, con una renta suficiente y sin herederos directos, y a la que Balzac dedica una descripción extensa y detallada tanto en el plano físico como en el moral de antología.

Sin embargo, aparte de la manifiesta animosidad mutua que mostraban los pretendientes, su completa y omnipresente disponibilidad mantienen a la solterona en una dudosa indefinición, más producto de su carácter voluble e indeciso que por los deméritos de aquellos. Así que la llegada de un cuarto en discordia, un descendiente de la nobleza recomendado por un pariente abate desata los deseos matrimoniales de la solterona, pero la imposibilidad de casarse con él la hace decidirse, en un arrebato tan lleno de inconsciencia como de venganza, por uno de los demás, decisión que provocará una cadena de tragedias, fielmente expuestas por Balzac mediante un cambio de tono magistral, que alterarán la consideración de la recién casada por parte de sus antiguas amistades y de la práctica totalidad de la población, y cuya manifestación personal se plasmará en la futura infidelidad de quien, por su ansia de cambiar de estado, tomó la peor de las alternativas posibles.
"Los mitos modernos son todavía menos comprendidos que los mitos antiguos, a pesar de que estamos devorados por los mitos. Los mitos nos acosan por todas partes, sirven para todo y lo explican todo. Si son, según la escuela humanitaria, las antorchas de la historia, salvarán a los imperios de toda revolución, por poco que los profesores de historia hagan penetrar sus explicaciones hasta en las masas provincianas."
El Gabinete de los Antiguos

La nobleza de provincias, con tanta historia como pocos recursos, ignorada en la corte, en la capital y en los departamentos vecinos, mantiene un estatus elevado en su circunscripción, más por presencia y tradición -por costumbre- que por importancia o influencia efectiva. Una posición que depende, pues, en mayor medida de la incuestionada consideración de sus paisanos, heredada generación tras generación, y de una historia, incluso con algunos tintes supersticiosos, más mítica que fiel a la verdad, que ha ido tomando forma a lo largo de los años, más que por su influencia real.
"El palacio D'Esgrignon era sencillamente la casa en que vivía un viejo gentilhombre, llamado Charles Marie Victor Angel Carol, marqués D'Esgrignon o Des Grignons, según antiguos documentos. La sociedad comerciante y burguesa de la ciudad había llamado epigramáticamente a su vivienda palacio, y, desde hacía una veintena de años, la mayoría de los vecinos habían acabado por decir seriamente el palacio D'Esgrignon para designar la casa del marqués."
La familia protagonista, las dos últimas generaciones de una saga noble pero venida a menos, está compuesta por el mencionado marqués, viudo y padre de un hijo, Victurnien:
"La conducta admirable, la lealtad de gentilhombre y la intrepidez del marqués D'Esgrignon le valieron sinceros homenajes, del mismo modo que sus desventuras, su constancia y su fidelidad inalterable a sus opiniones le merecieron en la ciudad un respeto universal [...]. Todas las personas bien educadas que pertenecían al sistema imperial, e incluso las autoridades, tenían tanta condescendencia con sus prejuicios como consideración hacia su persona. Pero una gran parte de la sociedad nueva, gentes que bajo la Restauración iban a llamarse los liberales [...], se burlaban del oasis aristocrático donde nadie podía entrar sin ser buen gentilhombre y persona irreprochable";
y su hermana de veintisiete años, Armande, madre en funciones de su sobrino, único representante de la última generación:
"La señorita D'Esgrignon es una de las figuras más instructivas de esta historia, y os dará a conocer todo lo que pueden tener de nocivo las virtudes más puras cuando falta la inteligencia";
ambos son gente respetada por sus partidarios y odiada por sus adversarios a partes iguales, y cuyo Salon era denominado por sus detractores "El Gabinete de los Antiguos·.

A pesar de no tomarse ni un respiro en su despiece de la sociedad de provincias, Balzac ajusta el retrato de la familia con un poco más de simpatía -que se acerca, en algunos pasajes, a la ternura- que en la mayoría de sus obras, como si el anacronismo de un origen y de unas costumbres desplazadas por la evolución imparable de la sociedad pudieran ser disculpados debido a la fidelidad mantenida su estatus, en tiempos ciertamente adversos y en contra de las modas cambiantes y una política errática, y que, en definitiva, no se alejaba demasiado del suplicio de Tántalo, siempre a punto de conseguir su deseo pero sin poder darlo nunca por satisfecho.
"En provincias es difícil no llegar al cuerpo a cuerpo a propósito de cuestiones o intereses que, en la capital, aparecen bajo sus formas generales y teóricas y que engrandecen lo bastante a sus campeones [...]. En París, los hombres son sistemas; en la provincia los sistemas se convierten en hombres, y hombres de pasiones incesantes, siempre presentes, espiándose en su vida íntima, epilogando sus discursos, observándose como dos duelistas dispuestos a hundir seis pulgadas de acero en el pecho del contrario a la menor distracción, y procurando fomentar las distracciones; ocupados, en suma, en su odio como jugadores despiadados."
Se trata, pues, de la enésima reedición de la guerra entre la decadente aristocracia, pero que detentaba aún ciertas cotas de dominio debido a los vaivenes de la política francesa, y la emergente burguesía, empeñada en sustituir a la nobleza de cuna por el poder del dinero. En contra del necesario equilibrio entre la clase menguante y la floreciente se halla Victurnien, educado en un ambiente que, si bien se le permitía de forma tácita a su padre como concesión casi anecdótica a su pasado, ya no tenía razón de ser en la sociedad que le era contemporánea y que esa misma comunidad ya no toleraba.
"[...] no se puede esperar jamás nada bueno de los jóvenes que confiesan sus faltas, se arrepienten de ellas y vuelven a hacerlas. Los hombres de gran carácter no confiesan sus faltas sino a sí mismos, y ellos mismos las castigan. En cuanto a los débiles, vuelven a caer en el surco, por encontrar la orilla demasiado difícil de bordear."
Esa transición se lleva a cabo mediante la "puesta de largo" en sociedad: el traslado a París en busca del favor real, la presentación en las casas de más fama, la búsqueda de una pareja aristocrática, las calaveradas con la buena sociedad capitalina, el derroche de simpatía, el desprendimiento moral y la prodigalidad, el despilfarro en igual medida de ingenio y de dinero. Una situación que, aparte del veneno que inocula en el propio interesado, es el camino franco a una bancarrota familiar que será aprovechada por los enemigos locales del Gabinete de los Antiguos para imponer su ideario y hundir los restos del naufragio en el lodazal de la ruina y el deshonor para ver cumplido así su afán de venganza.
"Du Croisier había calculado su venganza como los provincianos lo calculan todo. No hay en el mundo como los salvajes, los campesinos y los provincianos para estudiar a fondo sus asuntos en todos los aspectos; por eso, cuando llegan del pensamiento al hecho, encuentran todas las cosas completas. Los diplomáticos son unos niños comparados con esas tres clases de mamíferos, que cuentan con todo el tiempo necesario, elemento de que carecen las personas obligadas a pensar a la vez en varias cosas, obligadas a dirigirlo todo y a prepararlo todo en los grandes asuntos humanos."
Las intrigas palaciegas, en las que sin duda se juega con cartas de gran valor e implican a personajes de la más alta cuna o voluminosa bolsa, son irrelevantes juegos infantiles comparados con las intrigas de provincias, verdaderas y cruentas batallas en las que no importa tanto la victoria como la humillación del adversario. En las primeras, se puede poner en cuestión la honorabilidad de un determinado personaje que, por lo común, sería capaz de precipitarse al abismo -cuando no se encontrara ya en él- por sí solo, mientras que en las segundas el objeto de escarnio comprende a todo un linaje y, a menudo, a una forma de vida cuya supervivencia en el pasado no le exime de las turbulencias del presente ni de su extinción futura. Y si acaso existe alguna esperanza, será la ayuda de las nuevas clases urbanas, más acostumbradas a los emergentes usos sociales, y no los inútiles privilegios que yacen enterrados en un pasado que nunca volverá.
"-Pero, ¿estáis aquí locos? -prosiguió la duquesa-. ¿Queréis permanecer en el siglo XV cuando estamos en el XIX? Queridos míos, ya no hay nobleza, solo hay aristocracia: el Código Civil de Napoleón ha matado los pergaminos, del mismo modo que el cañón había matado ya el feudalismo. Seréis mucho más noble de lo que sois cuando tengáis dinero. Casaos con quien queráis, Victurnien, y ennobleceréis a vuestra mujer; este es el más sólido de los privilegios que le quedan a la nobleza francesa. ¿No se ha casado el señor de Talleyrand con la señora Grandt sin comprometerse? Recordad a Louis XIV casado con la viuda de Scarron."
Calificación: Hors catégorie

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