23 de diciembre de 2016

Los jardines estatuarios

Los jardines estatuarios. Jacques Abeille. Sexto Piso, 2014
Traducción de Lluís Maria Todó
Lo imperceptible puede contener tanta realidad como lo evidente, sólo es cuestión de levantar el velo de lo manifiesto y mostrar los espacios que dejan libres los diferentes estratos en los que se ha sedimentado lo real para investigar de qué están hechos esos no-espacios y cuál es su función. Puede que su utilidad se limite a cimentar las capas, impidiendo la mezcla de materiales; o, al contrario, pueden ser los espacios que, conteniendo elementos de la capa inferior y la superior, den sentido a la estratificación. La mal llamada literatura realista tiende a centrarse no en lo real sino en lo evidente; el campo de lo real es mucho más amplio, y Jacques Abeille explora sus límites en el que ha denominado Cycle des Contrées, del cual Los jardines estatuarios (Les jardins statuaires, 1982) es el primer volumen.

Un viajero, después de atravesar una misteriosa zona de transición, llega a la provincia de los jardines estatuarios. Acompañado de un guía aborigen, un personaje misterioso que parece acarrear un pasado tenebroso, visita una propiedad que, cercada por un muro prácticamente infranqueable, encierra una zona boscosa con árboles de grandes dimensiones y, a continuación, unos campos de cultivo, en diferentes estados de crecimiento, en los que el propietario del dominio cultiva estatuas. Ante el estupor del viajero, el guía y el jardinero le informan de algunas de las peculiaridades del cultivo: el espacio que necesita cada estatua para crecer en condiciones, los plantones que deben sacrificarse por su poca viabilidad cuyos restos se destinarán a abonar el suelo en beneficio de los viables; el proceso de poda  mientras dura el crecimiento, que corrige las anormalidades replanteando la estatua en cada fase: por más que la piedra contenga ya el germen de su configuración final, el jardinero debe escoger, a cada momento, entre el numeroso abanico de posibilidades, aquella que considere más viable, pero procurando dejar abierto el mayor número de alternativas posibles. Entre otras peculiaridades, tal vez la más sorprendente es la sima de las estatuas enfermas, un barranco en el que se tiran aquellos ejemplares que han resultado infectados por una especie de lepra de la piedra, altamente infecciosa; y la existencia, a razón de una por generación, de estatuas con un enorme parecido con algún jardinero muerto recientemente, a la que se otorga un trato diferencial, alejándola de los edificios de uso común. Posteriormente, asiste al desarraigo de una estatua ya finalizada, siendo testigo de todo el proceso y habiéndosele informado de los diferentes oficios de jardinero.

A pesar de la aparente buena disposición de sus huéspedes, de sus amplias explicaciones y de su total disponibilidad, el visitante tiene la sensación de que quedan lagunas en la información que le transmiten, como si ocultaran intencionadamente datos que les pudieran comprometer a ojos de su invitado.

Transcurrido el primer día, el visitante se retira a descansar y decide poner sus experiencias por escrito; es en ese momento cuando se apodera de él la sensación de que el país no es tan idílico como parece, como si, entre todos los habitantes, escondieran algún secreto relativo a su organización social, un enigma inconfesable cuya revelación cambiaría la percepción del visitante; no están justificados los cambios de actitud del posadero que le alberga, es incapaz de descifrar el extraño rastro que descubre en los libros que lee, y no se explica la invisibilidad de las mujeres. Para intentar aclarar esas dudas y seguir con su libro sobre la región, el viajero emprende una expedición a las diferentes localizaciones del país, a veces acompañado de un guía y a veces en soledad, en la que es testigo de las diferentes relaciones de los habitantes con las estatuas y de los diferentes asentamientos. A medida que se aleja del centro del país y contacta con los habitantes de localidades remotas, se da cuenta de que parece encarnar antiguas y oscuras leyendas de tiempos inmemoriales, todas relativas a misteriosas profecías de destrucción y liberación, entre las cuales hay una referente a los habitantes de la estepa y a una supuesta invasión del mundo que representan, absolutamente ajeno a los jardines estatuarios, y que se adivina como única posibilidad de renovación para un mundo civilizado que ha llegado al colapso, que tiene una estructura tan rígida que no permite ningún tipo de evolución, y cuya única posibilidad de supervivencia es dejarse abrazar por la anarquía de los bárbaros y, si acaso, renacer de los restos.

Libro extraño donde los haya, Los jardines estatiuarios es una gigantesca metáfora en la que no cuesta ningún esfuerzo ver reflejada la historia reciente de la Humanidad, y que vislumbra un futuro tan poco halagüeño como probable. Un libro inquietante, absorbente e hipnótico, lectura de altos vuelos para lectores escogidos.

Calificación: ****/*****

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