18 de agosto de 2015

En torno a Aquiles

IlíadaHomeroEdiciones Cátedra, 2009
Edición y traducción de AntonioLópez Eire
La guerra que mató a AquilesCaroline Alexander. Acantilado, 2015
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

"Amigo, si tú y yo, huyendo de esta batalla,/ fuésemos capaces de vivir eternamente, inmortales, sin edad,/ ni yo seguiría luchando en primera línea/ ni te instaría a luchar a ti donde los hombres ganan gloria./ Pero ahora, viendo que los espíritus de los muertos nos rodean a miles,/ ningún hombre puede hacerse a un lado ni escapar de ellos,/ sigamos y ganemos gloria o démosla a otros.//"
Sin que deje de ser cierta la definición de Italo Calvino, también lo es para este lector que una de las características que tienen los clásicos es que son libros de los que se aprende más en las sucesivas relecturas que cuando se leen por primera vez; algo de culpa debe tener el respeto hacia el que se acerca uno a ese tipo de obras literarias -como esperando estar a su altura, al contrario de la mayoría de otros libros, a los que a menudo acusamos de que no están a la nuestra como lectores-, o tal vez unas expectativas para los que no estamos preparados -¿cuándo leyó usted la Ilíada por primera vez, a los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte? Malo, me temo que no tenía usted la edad adecuada para ello-... Sí, los clásicos, entre otras cosas, son capaces de renovar su mensaje porque quien los relee es un individuo distinto de quien lo leyó por primera vez y en las ocasiones sucesivas, y todas sus experiencias del mundo y todos los libros que ya se han leído se ponen a su disposición para hacer su interpretación de la lectura, de lo que deriva una lectura no solamente más rica, habiendo aprendido a valorar contenidos, por ejemplo, si no también más consciente, porque aquellos ámbitos que pudieron viciarla -la sorpresa, la intriga, pasajes no bien comprendidos- han dejado de influir en el acto de la lectura: ya no se ve solamente el edificio, ya hemos aprendido a introducirnos en su interior y a valorar todos los detalles de la construcción.

¿Es la Ilíada, un poema compuesto hacia el siglo VIII AEC en una lengua actualmente muerta por un autor del que se duda de su existencia real, vigente para los lectores del siglo XXI? Si lo es, lo es por su extraordinaria belleza -la misma que la de la Victoria de Samotracia o la de la Venus de Milo-, pero también porque la guerra, el tema alrededor del que gira, es el contenido diario de las noticias que suceden, ahora mismo, en el mundo; en este sentido, es tan actual como las crónicas de los corresponsales de guerra en Irak, Siria o Somalia. Pero bajo el espejismo de la heroicidad y del supuesto honor de morir por la patria, la Ilíada, como muchas de las composiciones que se desarrollan en un medio narrativo bélico, es también el precursor de toda una prolongada y contrastada tradición de literatura antibélica. 

Como la mayoría de títulos que se han incorporado a la tradición literaria, esos libros de los que todo el mundo habla, de los que se citan episodios y personajes y de los cuales se han multiplicado las versiones usando diferentes medios -el cine, el cómic, los resúmenes escolares...-, no acostumbran a ser leídos en la misma proporción, lo que da lugar a equívocos que tienden a tomar el lugar de la versión original. La Ilíada no es la historia de la guerra de Troya: la acción que relata abarca poco más de cincuenta días del último año, de los diez que duró el asedio, del sitio que sostuvieron una coalición de diferentes reyezuelos de lo que hoy sería el territorio de Grecia contra la ciudad de Troya, al otro lado del Bósforo; no cuenta ni el principio del asedio, la llegada de la flora aliada, ni el final, el famoso episodio del caballo de Troya -es la Odisea la encargada de ello-; no es, tampoco, la historia de Agamenón, Menealo, Áyax o Ulises, si no la historia del enfrentamiento entre las tropas de la coalición y del papel que se reservaron los dioses -adscritos a ambos bandos- a lo largo del enfrentamiento y en su desenlace; y tiene un protagonista absoluto, aquél alrededor del cual se edifica el poema: Aquiles.

En lugar de consistir en una crónica de los hechos sucesivos que tienen lugar en ambos bandos en confrontación, la Ilíada gira en torno a dos escenas primordiales, las de más alto contenido dramático, que articulan un contenido narrativo cuya función es mostrar la brutalidad de la guerra de un modo tan magistral que pocos intentos posteriores han podido igualar: el encuentro de Héctor y Andrómaca en las murallas de Troya (Canto VI), el retrato del héroe humano ante una encrucijada humana; y el duelo entre Héctor y Aquiles (Canto XXII), el semidiós en una escena heroica. Enmedio de este marco, Homero compone una escena central alrededor de la cual se teje la acción y se desata la verdadera tragedia -y de la que porcede el acertado título del ensayo de Caroline Alexander- que no es ni un diálogo premonitorio (Héctor y Andrómaca) ni un furibundo enfrentamiento (Aquiles y Héctor): es la escena de la embajada en la tienda de Aquiles para requerirle que vuelva al combate, en la que se contiene a la vez el pathos, el ethos y el logos: Aquiles decide acudir aún sabiendo que, por más que su hazaña significará su entronización con la gloria eterna, su decisión le costará la vida.
"Como el linaje de las hojas, así es el de los hombres/ el viento las esparce por el suelo, pero de nuevo brotan/ del árbol revivido cuando llega la estación florida./ Así, mientras una generación de hombres muere otra nace.//"
En cuanto al contenido, parece ser que la Ilíada sería una mezcla de la tradición épica, mantenida de forma oral, anterior a Homero, y de episodios del folclore relativo a acontecimientos sobrenaturales. Sugiere y argumenta Alexander que el personaje de Aquiles proviene de esta segunda fuente, de la que es secuestrado, e insertado en el mundo épico, hecho que explicaría muchas de las incongruencias tanto del personaje como de su conducta, y que constituiría un adelanto del género que iba a tomar el lugar de la épica: la tragedia.

Deberíamos reservar un alto porcentaje -¿una cuarta parte, por ejemplo?- del tiempo que dedicamos a la lectura a leer y releer a los clásicos. Para saber de dónde venimos, para valorar con más fundamento el resto de nuestras lecturas, pero también, last but not least, por puro goce intelectual.

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