14 de abril de 2022

Sinsonte

 

Sinsonte. Walter Tevis. Editorial Impedimenta, 2022
Traducción de Jon Bilbao

Sinsonte, cenzonte, zenzontle (Honduras y México). Del náhuatj centzuntli, que tiene cuatrocientas voces. 1. m. Pájaro americano de plumaje pardo y con las extremidades de las alas y de la colael pecho y el vientreblancoscuyo canto es muy variado y melodioso (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua); también es conocido como el pájaro burlón por su capacidad para imitar las voces de otras aves.

A mediados del siglo XXII, en la ciudad de Nueva York, en la terraza del observatorio, justo bajo la antena que corona el Empire State Building ―el edificio que ha permanecido como un hito del ingenio humano, la mayor construcción de su tiempo, que eleva con orgullo sus 443 metros sobre la Quinta Avenida―, un humanoide, indistingible de un ser humano de raza negra, va a lanzarse al vacío; en el último momento, algo se lo impide; decepcionado, abandona el lugar y regresa a su despacho de Decano de las facultades de la Universidad de Nueva York.

Un hombre anónimo, con gran aplicación a pesar de los impedimentos objetivos a los que ha debido hacer frente, ha recuperado una vieja habilidad de los seres humanos, descartada por improductiva y extinguida por desuso, una adquisición que le abre la posibilidad de adquirir conocimientos olvidados de un pasado desconocido.

Una joven rebelde ha establecido su residencia en un parque zoológico en el que, mediante una ingeniosa astucia y en permanente vigilancia, ha conseguido sobrevivir fuera de un círculo social cuya articulación contiene elementos con los que está en abierto aunque camuflado desacuerdo.

Spofforth, el androide más perfecto jamás creado, dotado con una vida de duración ilimitada y sin posibilidad de olvido, es último ejemplar de su generación, después de que el resto de integrantes se hubiera suicidado y él fuera reprogramado para evitar esa disfunción; mediante una conciencia íntegramente humana, deduce que su perfección, la que le hace más eficiente que cualquier ser humano, la misma que le impide la posibilidad de autodestrucción, le ha conducido a llevar una vida que se ha alejado progresivamente de una realidad que conoce pero que no puede alcanzar; además, quizás como rescoldo de la vida humana que llevó el cerebro que posee, algunos recuerdos inconscientes se le hacen perentoriamente presentes sin que pueda evitarlo . Paul, el individuo que, con la ayuda de antiguos y descartados manuales y libros infantiles ha aprendido a leer, consigue acceder a un pasado que pone en cuestión la supuesta perfección del camino de progreso que ha emprendido la especie humana, que despierta su sentido crítico y que le provoca la desazón de sospechar que esa pretendida culminación contiene elementos bastante cuestionables. Mary Lou, la joven que ha conseguido sobrevivir gracias a las grietas del sistema, sospecha que alguien está manipulando la realidad para que se parezca a algo pretendidamente perfecto, pero cuyas contrapartidas, ocultas a expensas del propio proceso, contienen elementos que colisionan con los verdaderos conceptos que se pretende imponer. Spofforth, Paul y Mary Lou son los protagonistas de Sinsonte (Mockingbird, 1980), una perturbadora novela que, al igual que otra obra del autor, El hombre que bajó a la Tierra, utiliza los mecanismos literarios de la distopía para cuestionar, en este caso, el progreso ilimitado y advertir, en forma de fábula, acerca del destino que espera a una humanidad que ha ido cediendo sus atributos a una tecnología de desarrollo ilimitado.

El entorno social en el que se desarrolla la trama de Sinsonte, si bien contiene numerosas diferencias con la sociedad desarrollada occidental, no parece muy diferente de algunas de las versiones futuras a las que parece encaminarse. Después de que el progreso social y tecnológico haya alcanzado su culminación deviene una decadencia ineluctable de la técnica y del arte, y el único vestigio de un pasado brillante y trascendental es Spofforth. Pero en una sociedad opulenta y ociosa, en la que las máquinas han cubierto todas sus necesidades, uno de los síntomas de su decadencia es que nadie sabe leer. A cambio, se ha establecido el uso legal, institucionalizado y obligatorio, de ciertas sustancias, no solo para su función recreativa sino, sobre todo, como medicamentos y con fines relacionados con la ingeniería social. Las vidas de sus componentes, orientadas únicamente hacia el placer sin ningún tipo de riesgo, han sido aisladas debido a una férrea legislación contra el contacto personal, pero la falta de aspiraciones les ha conducido a un irreparable ocaso cuya única salida, se diría que provocada por puro aburrimiento, es el suicidio, generalmente de forma colectiva y prendiéndose fuego. 

Las historias individuales de los tres protagonistas convergen cuando Paul es reclutado por Spofforth para grabar los carteles que aparecen en las antiguas películas mudas para poder exhibirlas y el humano conoce, en una de sus visitas al zoo, a Mary Lou, con quien, contraviniendo todas las normas una violación que traerá consecuencias graves para ambos, se marcha a vivir. Ninguno de los tres conoce la Biblia ―Spofforth no sabe leer porque ninguno de sus cometidos está escrito en ningún sitio, Paul no ha llegado aún a poder descifrar libros tan complejos, y Mary Lou desconoce incluso que exista tal posibilidad―, pero la reproducción del Edén es más que evidente: dos humanos disfrutan de un paraíso del que solo puede hacer un uso parcial, mientras que un ser superior observa su comportamiento, listo para ejecutar el castigo programado en el caso de que desobedezcan su mandato primordial; la transgresión se producirá, pero el castigo, la expulsión del paraíso, a diferencia del mencionado en el Génesis ―o tal vez no―, no representará para los condenados una pena sino una liberación.

Paul descubre, como consecuencia de haber aprendido a leer y a escribir, que puede "memorizar su vida"; primero, grabando en una cinta, y después escribiendo un diario. Pero un diario singular: no se trata tanto de registrar sus recuerdos de forma retroactiva ―el pasado se ha convertido en un concepto sin sentido―, como de la narración en directo de su presente; tal vez no a efectos memorialísticos, sino con el fin de dejar testimonio de un proceso que, aunque no puede especular con sus consecuencias, presume que será relevante para unas hipotéticas generaciones futuras. Al mismo tiempo, recuperando elementos de un pasado olvidado a través del visionado de películas mudas ―en la que descubre varias paradojas: a diferencia de lo que sucede en esas cintas, en su mundo no hay niños ni existen familias―, Paul se siente un descubridor, un precursor, y sospecha, quizás inconscientemente, que debe dejar constancia de sus descubrimientos en un registro con posibilidad de comunicabilidad y permanencia más allá del tiempo de su vida.

Tevis explota todas las posibilidades literarias ―aunque, afortunadamente, deja abiertas las  interpretativas― mediante una narración canónica en el tratamiento del tiempo, de los personajes y de la acción, pero plantea paradojas que se interponen en el curso de la lectura y que provocan la alerta del lector, que sospecha de que se le están ocultando elementos importantes. A título de ejemplo, Spofforth, el ser más evolucionado, el que posee más información y el poder para efectuar los cambios que le apetezcan ―en expresión actual, que es el dueño del relato―, no tiene voz propia en la narración, cedida a un sospechoso narrador omnisciente que va perdiendo credibilidad para el lector a medida que avanza la narración; en cambio, Paul, y después Mary Lou, que tienen poco que decir más allá de la descripción de lo que está sucediendo, y siempre desde su punto de vista parcial e ignorante, pueden relatar, mediante sus diarios, ese extraño presente continuo en primera persona. O el aparente cambio de roles que señala el término de la sociedad tal como la conocemos, el robot más perfecto anhelando las imperfecciones de los seres humanos, imperfecciones que no están a su alcance a pesar de su excelencia, mientras que estos, mediante la química y el condicionamiento, intentan reproducir, en lo posible, la vida de los autómatas; y el fracaso de ambos en su ambición, ya que su consecución comportaría su inevitable extinción. Un fin que empezó a manifestarse cuando, tras la muerte del alfabetismo, siguió la muerte de la historia; escritura, memoria, lectura y recuerdo son tan interdependientes como imprescindibles. O la paradoja más difícil de digerir, para los protagonistas de Sinsonte pero también para los aturdidos súbditos de ese ingrato siglo XXI: que el único final esperanzador sea un regreso al pasado. 

 Otros recursos relativos al autor en este blog:

Notas de Lectura de El hombre que cayó a la tierra

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