25 de octubre de 2021

Encrucijadas

 

Encrucijadas. Jonathan Franzen. PRH, 2021
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino

Cruïlles. Jonathan Franzen. Editorial Empúries, 2021
Traducció de Mireia Alegre i Anna Llisterri Boix

La desafortunada muerte del unánimemente proclamado mejor escritor de su generación en el ámbito anglosajón dejó vacante el puesto de Gran Esperanza Blanca ―nunca mejor dicho― de la literatura norteamericana. Por fortuna para los lectores y para la literatura, no surgieron apenas epígonos dignos de mención entre los autores de su edad ―los años sesenta fueron un período prolífico en nacimientos de futuros buenos escritores en los Estados Unidos―, y los que habían conseguido cierto reconocimiento seguían unos derroteros literarios claramente diferenciados; pero si alguno de ellos merece, si no el trono, al menos el derecho a tomar posesión del escabel en el que DFW apoyaba los pies, es su amigo Jonathan Franzen, un tipo al que no le sobra simpatía, controvertido en algunas apariciones públicas, que se ha ganado la fama de repelente, que tiene pinta de empollón y que le gustan los pájaros pero no le gusta Gaddis; pero muy pocos escritores pueden hacer un despliegue de recursos tan extraordinario como los que muestra en Encrucijadas (Crossroads, 2021), su última novela.

Tras un arranque dickensiano, Franzen entra de lleno en los primeros esbozos definitorios de los personajes principales. La narración se ubica a principios de la década de 1970 en New Prospect, una ciudad imaginaria del estado de Illinois; la acción y los protagonistas se encuentran en la comunidad formada alrededor de una iglesia reformada menonita (una rama pacifista y trinitaria del anabaptismo), dinamizada por el pastor auxiliar de la parroquia, Russ Hildebrandt, que suma a sus funciones pastorales la colaboración en varios proyectos solidarios. Uno de ellos, Encrucijada, que presta su nombre a la novela, consiste en un grupo juvenil de trabajo social y crecimiento personal, con tintes sectarios muy de la época, bajo la férrea disciplina de un gurú-líder, que trasciende lo religioso para invadir el espacio privado de los miembros, que constituye un poder paralelo a los establecidos, especialmente el de la paternidad, y otorga una especie de conciencia de clase a los participantes; el nombre proviene de Cross Road Blues, una canción de Robert Johnson versionada por Cream en los '60, una pieza musical con una leyenda curiosa que incluye un pacto con el diablo a cambio de talento musical. El resto de la familia lo componen Marion, su esposa, y sus cuatro hijos: Clem, Becky, Perry y Judson. Russ, que suele regodearse casi irreligiosamente en la vergüenza y la humillación como forma de acercarse a Dios, ve alterada su serenidad por la aparición en la ciudad de Francis Cottrell, una amistad de juventud que, tras enviudar, ha regresado a su lugar de origen; un regreso que afecta, incluso, a su concepción de la fe, «un tormento que alimentaba su fe», en palabras del propio Russ.

Russ arrastra una historia reciente poco edificante, ya que fue expulsado de Encrucijada debido a un enfrentamiento por liderar el grupo después de un malentendido en la conversación con una alumna, Sally, y la interpretación maliciosa de esa charla; su sucesor al frente del grupo fue Rick Ambrose, cuya sombra se cierne permanentemente sobre su persona y su ministerio.

«Tras aquel sueño que derrocaba los tabúes, comprendió que en el fondo no había superado su debilidad: simplemente la había reprimido de su conciencia. Se había fijado en el atractivo de Sally solo como un elemento de su popularidad, no como un objeto de deseo, y ella había acudido a su despacho sintiéndose segura con un hombre mayor, devoto, más segura de lo que se habría sentido con Ambrose, y acabó asqueada por una debilidad que ella adivinaba, pero que él ni siquiera percibía. De pronto el sueño le había abierto los ojos. De pronto, a sus cuarenta y cinco años, veía la belleza a cada paso: en las mujeres de cuarenta que lo abordaban con una simpatía sorprendente en Pirsig Avenue, las jóvenes de treinta que veía pasar en coche, las veinteañeras que trabajaban de voluntarias en el hospital, las amigas adolescentes de Becky en el salón de su propia casa. De pronto no lo asediaba una única avispa, sino todo un enjambre que revoloteaba caóticamente a su alrededor. Por mucho que lo intentara, no podía cerrar las ventanas del alma para no verlas. Y entonces apareció también Frances Cottrell».

Russ fue educado en la estricta fe menonita, con un pastor por padre, exigente e intransigente, y una madre mucho más permisiva, una circunstancia que anticipaba los roles en su propia familia. Se rebeló contra la autoridad paterna y halló en su relación con los indios navajos la fuerza para orientar su vida y, paradójicamente, teniendo en cuenta la lejanía de las creencias de estos con la suya, cimentar su fe; en esa época conoció a Marion, que le fascinó con su mezcla de religiosidad, inocencia y excentricidad. 

La interiorización de todas las experiencias excepcionales de su vida han llevado asociado, desde su juventud, un sentimiento de culpa que el paso de los años, en lugar de remediar, ha arraigado en su conciencia; en parte, por su condición de sacerdote, más expuesto a la tentación como pecado, pero también en relación a su naturaleza humana; aunque, en este caso, rayano en la paranoia: culpa por haber hecho lo que hizo, culpa por haber omitido lo que debía haber hecho; culpa por sus pensamientos y por no haber sabido descartarlos; en definitiva, religión en estado puro.

Marion, procedente de una familia católica, confesión a la que renunció al conocer a Russ, en su papel de esposa fiel y abnegada, es un ser totalmente absorbido por la fuerza de gravedad que representa su marido en la relación familiar y social; afectada por un sobrepeso culpable que le provoca episodios casi neuróticos, es el ejemplo más claro de la brecha generacional, más patente en el caso de las chicas que en el de los chicos. Marion es una persona  profundamente religiosa, más incluso que el mismo Ross, pero con una fe primitiva, operacional y utilitaria. Fue internada de joven en un manicomio debido a un episodio psicótico grave, circunstancia, junto con su relación con un hombre casado, que ocultó a Russ. Consciente de su  sentimiento de irrelevancia, intenta remediarlo con una actividad frenética.

«A menos que fuera para compadecerse de ella por no tener coche, nadie reparaba en la esposa de un pastor que iba andando sola. Se volvió invisible cuando la gente la conoció e identificó su posición en la comunidad situándola en el extremo "muy amable" del importantísimo espectro de la amabilidad. Sexualmente no había ningún ángulo desde el que un hombre pudiera echarle un vistazo y sentir curiosidad por conocer otros ángulos, ningún desagravio a los estragos del tiempo y a los que ella misma se había hecho. A ese respecto se había vuelto invisible en especial para su marido. Invisible también para sus hijos, desdibujada por la densa y cálida nube de una madre sin atributos. Aunque quizá no despertara antipatía en una sola persona de New Prospect, tampoco podía decir que tuviera ninguna "amiga íntima". Por muy justa de dinero que anduviese normalmente, era aún más pobre en la moneda corriente de la amistad: los pequeños secretos que se compartían en señal de confianza. Secretos tenía muchos, pero eran demasiado grandes para que la esposa de un pastor pudiera arriesgarse a confesarlos».

El sentimiento de culpa presente, en mayor o menor medida, en todos los protagonistas, toma un cariz particular en Marion, muy diferente del caso de su marido y distinto también del que sería esperable dada su formación católica. Su insatisfactoria experiencia con los hombres antes de conocer a Russ  provocó que asociara ese sentimiento al hecho de ser maltratada y vejada psicológica y sexualmente, autoculpándose no por no haberlo evitado, sino por haberlo sufrido, como si viera en cada agresor un retrato de sí misma y, después de establecida esa transferencia, fuera incapaz de perdonarse: culpable también por sentir lástima de sí misma, un sentimiento, especula la propia Marion, que se desencadenó tras el suicidio de su padre.

«―Te garantizo que Russ no se divertirá a menos que una de las esposas esté de buen ver ―dijo―. De lo contrario será solo otra ocasión para que aflore su inseguridad, y en ese campo yo no sirvo para gran cosa. Soy la humillante gorda con quien está casado. Su único consuelo es que cumplo mi papel de maravilla: recuerdo el nombre de todas las señoras y me aseguro de saludar a todo el mundo en nombre de la familia Hildebrandt. Más tarde, me contará que le duele ser el vicario más viejo de la reunión, que está frustrado, y yo le diré que merece encabezar su propia iglesia. Le diré que sus sermones son mucho mejores que los de Dwight, que él trabaja con mucho más ahínco, cuánto lo admiro. Ése es otro papel que se me da rematadamente bien. Solo que entonces, si la fiesta ha sido un suplicio para él, se quejará de que sus sermones son buenos solo porque se los escribo yo. ¡Ja!».

La historia de Marion antes de conocer a Russ, al igual que la juventud de este, componen dos de los puntos álgidos de la narración.  

Clem es el hijo mayor, un estudiante brillante con gran ascendiente sobre sus hermanos, particularmente sobre Becky; políticamente concienciado y comprometido, aunque, en parte,  con el fin de dar cohesión a su personaje. Preocupado por la ética de su comportamiento, ello no le impide que esté sujeto a las más graves contradicciones. 

«Ahora veía que su presunta disciplina, los excepcionales hábitos de estudio que sus padres y sus profesores siempre habían alabado, no eran disciplina en ningún sentido. Había destacado en la escuela porque disfrutaba aprendiendo, no porque tuviera una gran fuerza de voluntad. En cuanto Sharon [su exnovia] lo inició en formas más intensas de placer, descubrió que en realidad los músculos de su voluntad estaban irremediablemente atrofiados. Empezó a saltarse las prácticas de la boratorio de química orgánica con cualquier excusa solo para dar un paseo con ella, ni siquiera por el sexo, solo para estar a su lado. Experimentó su primera felación una mañana en la que debería  haber estado en Historia de la Antigua Roma. No consiguió prepararse para el examen parcial de biología celular porque, en ese momento, disfrutaba más copulando con Sharon que estudiando. Todo eso dejaba en bastante mal lugar el dominio que tenía de sí mismo. Y peor aún era cómo socavaba su argumento moral más fuerte para mantener su prórroga: la idea de que prestaría un mejor servicio a la humanidad aplicándose a los estudios, convirtiéndose en un modelo en el campo de la ciencia, que sirviendo como un recluta en Vietnam. Si no podía conseguir que su nota media no bajara de 9, la verdad es que no tenía derecho a pedir una prórroga».

En efecto, el ejemplo de superioridad moral, reflexivo y consciente, no está exento de incoherencias, aunque las rehúye para no sentir que se resquebraja su pretendida probidad ética; aunque, en realidad, esa integridad lleva tiempo haciendo aguas, por más que él mismo intente justificarse ante su novia, sus compañeros de universidad o su propia familia; es decir, con aquellos ante quienes esa integridad debería mostrarse más firme.

«A su padre se le entrecortó la voz, desbordado por la emoción. Hasta ese momento, a Clem no se le había ocurrido que pudiera ser nada más que un adversario para su padre; que su resentimiento pudiera no ser recíproco. Le pareció injusto, intolerable, que su padre siguiera queriéndolo. Incapaz de encontrar una réplica, abrió la puerta de un tirón y echó a correr por el pasillo. Para aliviar el remordimiento que le subía por dentro, sin querer volvió a reflexionar acerca de la persona que validó su lógica, que compartió sus convicciones, que se había entregado libre y completamente a él, pero pensar en Sharon solo ahondó su remordimiento porque le había roto el corazón ese mismo día. Roto de manera violenta, con racionalidad implacable. La había abatido con sus propios argumentos morales, y ella se lo había hecho ver con esas mismas palabras: "Me estás rompiendo el corazón". Pudo oírlas tan claramente como si la tuviera a su lado».

Clem lleva la rebeldía hacia su padre un paso más allá de la rabieta adolescente: su oposición ―solo en parte, no enteramente, como cree él― es racional, aunque no puede evitar que intervenga un intenso componente emocional del que, al mismo tiempo, reniega y se aprovecha. La última razón de su rebeldía, aunque no estuviera dispuesto a reconocerlo, era mostrar su superioridad moral, pero también el desprecio que sentía respecto a su padre. Su orgullo, sin embargo, le obliga, para remediar su sentimiento de culpa, a renunciar a todos sus principios.

Becky, una adolescente admirada por donde pasa, muy popular, pero inaccesible, temida y admirada a la vez por sus coetáneos, y poseedora de una evidente «aura de singularidad», es la única hija del matrimonio. A pesar de su buen corazón, es plenamente consciente de su superioridad, y la exhibe aunque no la explote. Más inteligente de lo que parece, se siente muy  unida a Clem.

«"Padre celestial", entonó su padre piadosamente desde el púlpito; y eso fue la único que Becky oyó antes de hacer oídos sordos. Era un hombre alto y apuesto, pero para Becky la sotana negra y la fervorosa devoción de su oratoria negaban con creces el lugar que ocupaba como hombre en el mundo. Se quedó paralizada, pero retorciéndose por dentro, contando los segundos hasta que dejó de hablar. Recordó, con una lucidez propiciada por la larga ausencia, cuanto había detestado siempre ser la hija de un pastor. Los padres de sus amigas diseñaban edificios, curaban enfermedades, procesaban a delincuentes. Su padre era como el fabricante de cruces, solo que peor. Su fe vehemente y su beatería eran un olor que siempre había amenazado con adherirse a ella, como el tufo de los Chesterfield, solo que peor porque no se podía lavar».

El primer enamoramiento adolescente de su vida con un con un chico muy popular en el marco de Encrucijada alterará su percepción del mundo de los adultos y constituirá un conflicto de imposible resolución con sus padres.

Perry es la oveja negra de la familia, un joven consciente y reflexivo, de aparente buen corazón y algo acomplejado, que explota su inteligencia, fundamentalmente operacional, solo en beneficio propio, y es hábil en la formulación de autoexcusas para salir indemne de sus líos, primero de carácter económico con sus compañeros de instituto, con posterioridad debido un turbio asunto con drogas de por medio. 

«Un hecho notable, y quizá relevante en la cuestión de la inmutabilidad del alma, era que una persona llamada Perry Hildebrandt había existido en el mundo durante nueve navidades, cinco de ellas con una conciencia viva y ágil, antes de que se le ocurriera que los regalos que aparecían debajo del árbol en Nochebuena debían estar antes en la casa, todavía sin envolver, durante días o incluso semanas antes de su aparición. Su ceguera no guardaba ninguna relación con Santa Claus: los Hildebrandt siempre habían dicho que eso de Santa Claus eran paparruchas. Y sin embargo, cuando ya tenía edad de sobra para entender que los regalos no se compran ni se envuelven solos, había aceptado que cada año aparecieran de súbito, si no por obra de un milagro, tal vez como un fenómeno similar al de su vejiga llenándose de orina, como parte del curso normal de los acontecimientos. ¿Por qué con nueve años no había captado una verdad que a los diez le parecía tan obvia? La disyuntiva epistemológica era absoluta. El Perry de nueve años le parecía un perfecto extraño y no en el mejor de los sentidos. Era una figura vagamente amenazadora para el Perry mayor, quien no podía sustraerse a la sospecha de que, aunque se reconocía en la cara de querubín visible en las fotos de 1965, uno y otro Perry no tenían la misma alma. Que de alguna manera había habido un cambiazo. Y en tal caso, ¿de dónde procedía su alma actual y adónde había ido a parar la otra?».

Manipulador y embustero, Franzen le adjudica el papel del único protagonista amoral, no porque carezca de conciencia del bien y del mal, sino porque siempre tiene una excusa a mano para no plantearse dilemas éticos. Es el personaje más complejo e imprevisible de la familia.

«"Pues ¿qué, si no, distingue a la persona que necesita pillar de la persona que necesita vender?", preguntó retóricamente el primer orador a favor de la tesis. "El comprador, a fin de cuentas, es tan libre de guardarse su dinero como el vendedor de quedarse con sus bienes. ¿No se infiere, por tanto, que la diferencia de poderes ha de venir determinada por la gravedad del delito? Un camello de instituto, cuando dispensa buenos momentos a sus semejantes y a sí mismo, no es peor que una de esas boquillas que se enroscan en la boca de las mangueras y que sirven para dispersar el agua, mientras que el individuo que hace carrera convirtiéndose en la manguera como tal ha elegido infringir rígidas normas federales. Moralmente es mucho más infame que el joven camello, y por eso este último soporta estoicamente la impuntualidad del primero: cuanto más te adentras en la maldad, más temible te vuelves"».

Judson es el benjamín de la familia. Espontáneo y carente de maldad, ejerce su papel de hermano pequeño y se revela como el Pepito Grillo y mascota de Perry, con quien comparte habitación, juegos y confidencias.

"Hay palabras que están ahí afuera en el mundo y empiezas a plantearte qué ocurriría si las dijeras. Las palabras tienen su propio poder, crean el sentimiento por el mero hecho de pronunciarlas". Esta frase, que aparece en boca de uno de los personajes de Encrucijadas, es clave a la hora de considerar las intenciones de esos individuos: las palabras pueden crear mundos (la religión es un ejemplo), pero también pueden destruirlos (también la religión); la diferencia la marca tanto el hecho de pronunciarlas o no, como el contexto y los interlocutores ante las que se pronuncian. Pero también tiene importancia al examinar el trabajo de Franzen como escritor y, como buen novelista, como creador de mundos; Encrucijadas es la primera novela de una planeada trilogía denominada La clave de todas las mitologías, un título que, sea en sentido irónico o grave, invoca, al menos, a dos grandes clásicos de la literatura: Bouvard y Pécuchet, en su intento de catalogar la totalidad del conocimiento humano, y Edward Casaubon, el personaje de Middlemarch empeñado en la composición de la obra definitiva sobre el sincretismo religioso que deberá llamarse, precisamente, La clave de todas las mitologías.

Franzen, más ambicioso que en sus trabajos precedentes, emprende la reconstrucción de un mundo desaparecido mediante el relato de las vidas de unos personajes que quedarán anclados a sus circunstancias, desgajados de un presente que se los saca de encima como quien se sacude una mota de polvo de la manga de su chaqueta que un pasado en el que ya no se reconocen le ha depositado para recordarle quién es en realidad y el abismo del que procede, de cuya influencia jamás podrá evadirse. Unas personas que no pueden aducir la excusa de la inocencia porque no está ya a su alcance; lo estuvo, en su juventud real y, sobre todo, en la que conjuran con sus recuerdos, pero ahora ya es inaccesible. Esta limitación, con modificaciones, no es patrimonio de una sola generación: la sensación de que la propia afronta unos conflictos inéditos y la incapacidad para aprender los métodos que desarrollaron las generaciones anteriores para salvar o remediar esa brecha se transmiten de padres a hijos con la misma regularidad que el código genético.

La vida familiar de los Hildebrandt ―y, por extensión, de la mayoría de familias de clase media, no solo las norteamericanas de la década de 1970; en este caso, de 1971 a 1974―, el esqueleto que sostiene a la novela, es un complejo y delicado sistema de fuerzas divergentes en equilibrio precario, en el que cada vector debe moverse para favorecer sus intereses, maximizando sus ganancias, pero cuidando de mantener la cohesión interna, una especie de frágil homeostasis de la que depende parte de los beneficios que el propio sistema facilita y que es un fiel retrato, a nivel microscópico, del sistema que sustenta, en el plano macroscópico, a la propia sociedad. Se trata de un drama familiar en el que el autor ha abandonado la grandilocuencia para centrarse en gente corriente con una vida oculta cuya exposición pública revela una fragilidad que no estamos dispuestos a confesar y nos expone ante los demás de forma distinta a como quisiéramos ser vistos. Con el fin de obtener un retrato más fiel, aun con la limitación de lo particular, Franzen evita el uso de arquetipos, al menos en sus personajes principales, que tienen la ventaja de abreviar en la caracterización precisamente por su carácter universal pero que comprometen la verosimilitud, para centrarse en personas de carne y hueso ―de nuevo la relación entre realidad y verdad; la apuesta del autor es una de las fijaciones a lo largo de su obra, desde la balbuceante Ciudad 27 hasta la consistente Pureza―, cuyo abanico de reacciones es incontable; y esta es la mayor virtud del escritor, no tanto la que, omnipotente, escoge para cada situación, sino ofrecer la posibilidad de multitud de opciones caracterizadas por su verosimilitud.

Teniendo en cuenta el ambiente religioso en el que se desenvuelven los protagonistas, Franzen otorga el papel principal a uno de los sentimientos más fértiles, literariamente hablando, la culpa, tradicionalmente más relacionada con el catolicismo que con las diversas iglesias reformadas, y el tratamiento que le otorgan ambas confesiones, el catolicismo de Marion y el protestantismo de Russ. La redención siempre es posible ―la compasión con que Franzen acostumbra a tratar a sus personajes es una característica inherente a su obra―, aunque el camino no es el mismo para todos, ni el nivel de dificultad para alcanzarla, ni la importancia de las renuncias, ni el pisoteo de la propia dignidad. Excepto, tal vez, en el caso de Perry, la opción  que toman los protagonistas para superar las tentaciones y las dudas es el recurso a la bondad, aunque ese propósito, esa convicción, se vea contaminada por sus reacciones reales ante la dificultad, que, otra vez teniendo en cuenta el componente familiar religioso, representa dar respuesta a cuestiones rabiosamente contemporáneas con herramientas pensadas para otras averías. Cuando la integridad moral, real o ficticia, entra en contradicción con el compromiso personal, también real o ficticio, la bondad no basta; los personajes de Encrucijadas lo aprenden a fuerza de sufrimiento, y es en esa desconexión, esa disonancia, esa debilidad, ese abismo, en los que Franzen escruta en sus mentes hasta desvelar los mecanismos relacionados con la trascendencia de la culpa, el arrepentimiento, la convicción y la relativa utilidad del esfuerzo para subvertir las exigencias íntimas, en comparación con la facilidad para encubrirlas en el entorno social.  

Formalmente, la arquitectura narrativa de Encrucijadas se acerca a la perfección y el dominio sobre el punto de vista es absoluto; en el primer plano, el habitual narrador en tercera persona, ajeno a la trama, y una configuración también clásica estructurada en capítulos centrados en cada uno de los protagonistas sin superposición de etapas ni orden temporal. En el plano estratégico, la acción se desenvuelve alrededor de dos puntos centrales que sobresalen del resto de la trama y que, de alguna manera, la condicionan: las dos historias de la juventud de Russ y Marion; su importancia es tan relevante que los episodios más intensos del resto de la novela perderían toda su significación sin aquellos antecedentes. Esa es la intención del autor, y por esa razón, explícita o solapadamente, los episodios más destacados incluyen referencias a aquellos. De este modo, la novela funciona en un doble nivel: la acción principal, propiamente dicha, que sigue la línea temporal de la década de 1970, y la historia subyacente, compuesta por los episodios del pasado que, a pesar de su fraccionamiento y no linealidad temporal, componen un  relato continuo sin el cual los hechos relatados en la historia principal perderían el sentido y los puntos de anclaje. Por esa razón, que los personajes de Encrucijadas no olvidan, Marion y Russ ―¿y quién no, en su situación o en alguna parecida?― intentan conectar ambas, violar la brecha temporal y mental que las separa, en un intento de recuperar el pasado para seguir su línea contemporánea y reescribir el presente.

«Era verdad que, en otro compartimento de su cabeza, el reencuentro se estaba desarrollando tal como lo había imaginado, con un rastro de prendas de ropa tiradas por un pasillo, el almuerzo olvidado en el frenesí de la cópula. Por las miraditas que Bradley [un antiguo amante de Marion, con un papel fundamental en su juventud] le iba lanzando de reojo, por cómo le tocaba el hombro mientras la conducía a través de las plantas, adivinó que él había imaginado lo mismo. Pero ahora podía ver, como nunca antes (como si Dios se lo revelara) que la obsesión siempre estaría ahí, en ese comportamiento de su cabeza; que nunca dejaría de ansiar lo que había tenido y perdido».

Después de la publicación en castellano de Pureza, la anterior novela de Jonathan Franzen, sostuve varias acaloradas discusiones con su traductor, Enrique de Hériz, sobre la novela, su recepción en los medios y la consideración del autor por parte del potencial público lector; y digo acaloradas por la intensidad y la vehemencia con que dos admiradores incondicionales del escritor eran capaces de mostrar en cuestiones en las que estábamos en completo acuerdo. Pocos días después, Enrique publicó en El Periódico de Cataluña un artículo en el que exponía su posición al respecto, una opinión que suscribí en su totalidad, y que puede resumirse en una sola frase: "Su auténtico logro no tiene que ver con el realismo, ni siquiera con la realidad, sino con algo mucho más importante: la verdad". Si Enrique hubiera llegado a tiempo de leer Encrucijadas, no imagino su satisfacción, que yo compartiría incondicionalmente, al comprobar cuánta razón tuvo cuando la escribió. 

Bonus Tracks

Letra de la versión de Robert Johnson de Cross Road Blues

I went to the crossroad, fell down on my knees
I went to the crossroad, fell down on my knees
Asked the Lord above, "Have mercy, now, save poor Bob if you please"
Yeah, standin' at the crossroad, tried to flag a ride
Ooh-ee, I tried to flag a ride
Didn't nobody seem to know me, babe, everybody pass me by
Standin' at the crossroad, baby, risin' sun goin' down
Standin' at the crossroad, baby, risin' sun goin' down
I believe to my soul, now, poor Bob is sinkin' down
You can run, you can run, tell my friend Willie Brown
You can run, you can run, tell my friend Willie Brown
That I got the crossroad blues this mornin', Lord, baby, I'm sinkin' down

And I went to the crossroad, mama, I looked East and West
I went to the crossroad, baby, I looked East and West
Lord, I didn't have no sweet woman, ooh well, babe, in my distress

Playlist con la BSO

Encrucijadas es rica en referencias musicales; algunas de ellas, sin orden cronológico, están registrada en esta lista de audición:


Itinerario literario relativo a los años '70 en los EE. UU. de América

A continuación, algunos libros relacionados, directa o indirecta pero siempre personalmente, con la mítica, al menos para los nacidos antes de 1960, América de la década de 1970:

Bestias. Joyce Carol Oates. Papel de Liar, 2010
Traducción de Santiago Roncagliolo

El mentiroso. Stephen Fry. Anagrama, 2019
Traducción de Benito Gómez Ibáñez

La calle Great Jones.Don DeLillo. Seix Barral, 2013
Traducción de Javier Calvo

La conjura de los necios. John Kennedy Toole. Anagrama, 1993
Traducción de J. M. Álvarez y Ángela Pérez 

La transmigración de Timothy Archer. Philip K. Dick. Minotauro, 2021
Traducción de Carlos Peralta

Las brujas de Eastwick. John Updike. Tusquets, 2010
Traducción de José Ferrer

Las chicas. Emma Cline. Anagrama, 2016
Traducción de Inga Pellisa

Macbeth. Jo Nesbo. Lumen, 2018
Traducción deLotte Katrine Tollefsen 

Mystic River. Dennis Lehane. Salamandra, 2021
Traducción de María Vía

No saldré vivo de este mundo. Steve Earle. El Aleph, 2012
Traducción de Javier Calvo

Nuestra pandilla. Philip Roth. PRH, 2010
Traducción de Ramón Buenaventura

Pastoral americana. Philip Roth. PRH, 2005
Traducción de Jordi Fibla

Todo lo que no te conté. Celeste Ng. Alba, 2016
Traducción de Laura Vidal

Todos los hombres del presidente. Carl Bernstein y Bob Woodward. Libros del Lince, 2017
Traducción de Joaquín Adsuar Ortega

Utopia Avenue. David Mitchell.  Hodder & Stoughton, 2020

Vida de familia. Akhil Sharma. Anagrama, 2015
Traducción de Jaime Zulaika 

Zami. Una biomitografía. Audre Lorde. Horas y Horas, 2010
Traducción de Magali Martínez Solimán 

Zen y el arte de mantenimiento de la motocicleta. Robert Pirsig. Sexto Piso, 2015
Traducción de Renato Valenzuela Molina 

Carrie. Stephen King. PRH, 2020
Traducción de Gregorio Vlastelica

Drop City. T. C. Boyle. Bloomsbury Publishing, 2019

El hombre en el castillo. Philip K. Dick. Planeta, 2021
Traducción de Manuel Figueroa

Vicio propio. Thomas Pynchon. Tusquets, 2014
Traducción de Vicente Campos

18 de octubre de 2021

La llama inmortal de Stephen Crane

 

La llama inmortal de Stephen Crane. Paul Auster. Seix Barral, 2021
Traducción de Benito Gómez Ibáñez

«Años después, en un libro publicado en 1938 (More Lives Than One), [Claude] Bragdon recordaba aquella cena confesando que tenía la culpa por haberlos "intimidado", aunque no habría hablado así de no haber estado "algo borracho". Entendió asimismo que la cena "era realmente una astuta publicidad del propio [Elbert] Hubbard", y luego, con gran sentimiento e intuición, escribió las siguientes palabras sobre el invitado de honor: "Crane me causó gran impresión, aunque nunca lo vi salvo en aquella ocasión: un  muchacho sincero y fogoso, con una llama interior más viva que la de otros hombres; tan grande, en realidad, que incluso entonces lo estaba consumiendo. El autor [el propio Paul Auster] da las gracias al espíritu de Claude Bragdon (1855-1946), cuya última observación ha inspirado el título de este libro».

Paul Auster, aquel novelista que adquirió notoriedad en la última década del siglo XX y que,  posteriormente, pareció haber agotado su filón de literatura de ficción, cambia de género, explotando las aptitudes ampliamente demostradas en sus obras más reconocidas, hacia un  ensayo biográfico en el que sigue, prácticamente día a día y escrito a escrito, la corta trayectoria vital y la prolífica producción literaria de Stephen Crane, considerado como el primer escritor modernista norteamericano, y reivindica la vigencia de su obra narrativa, periodística y poética. Como biógrafo, bucea en aquellos episodios de la vida de Crane que sirvieron de inspiración a algunas de sus obras, le sigue en sus viajes para cubrir conflictos bélicos y en su insólita expatriación en Inglaterra, y se transforma en crítico literario para examinar detalladamente, de forma individual y conjunta, las aportaciones del escritor, considerado uno de los progenitores de la narrativa norteamericana moderna, en el campo literario, estilístico y de contenido. Fruto de esa exhaustiva investigación, acaba componiendo una minuciosa visión general, social, política y económica del último tercio del siglo XIX en Estados Unidos, a la vez que rinde un sentido homenaje al escritor, de cuyas contribuciones se siente acreedor, desde el más profundo respeto y admiración.

«Por lo que se refiere a mi persona y a mi exiguo éxito, empecé esta guerra sin talento, pero con admiración y ardiente deseo. Tuve que evolucionar. Siempre quise ser inconfundible. Eso es escribir bien, en mi opinión. Todo lo relacionado con la literatura representa un gran esfuerzo. Creo que eso es lo más difícil. En el arte no hay nada que respetar, solo la propia opinión». (Fragmento de una carta citado en Stephen Crane's College Days, de Clarence Loomis Peaslee, 1896)
Maggie, una chica de la calleStephen Crane. Guillermo Escolar Editor, 2021
Traducción y prólogo de Pablo Medel


La roja insignia del valor. Stephen Crane. Editorial Planeta, 2021
Traducción de Jesús Zulaika

Maggie, una chica de la calle (Maggie, a Girl of the Streets, 1892), podría considerarse la versión norteamericana del Naturalismo francés, una especie de Émile Zola en Nueva York, que rompe estrepitosa y acentuadamente con el Romanticismo y el Transcendentalismo, esa versión extrema del Romanticismo norteamericano. En Maggie, Crane ofrece una visión sin paliativos de la vida de una familia de un barrio suburbial de la ciudad, posando la vista en las necesidades y aspiraciones de la hija, una niña marcada por la derrota y cuyas esperanzas sucumben nada más planteadas, como si la pobreza fuera un estigma inevitable que marca el destino de aquellos que caen bajo su maldición. Por mucho que Maggie posea honestas intenciones y buen corazón, no puede sustraerse a la influencia del ambiente del suburbio en que vive ni del influjo de las personas con las que se relaciona, constituyendo un claro prototipo de la víctima involuntaria.
«La mujer desamparada deambulaba a otro ritmo. Parecía que buscaba a alguien. Merodeaba sin prisa por las puertas de las tabernas y buscaba entre los hombres un rostro conocido. Escrutaba disimuladamente las caras de la riada de transeúntes que subía y baja por la avenida. Hombres apresurados, empeñados en subirse a los barcos o tomar los trenes para llegar a sus cenas familiares, se daban empujones con los codos, sin percatarse de su presencia. La mujer desamparada tenía un semblante muy peculiar; sonreía sin sonreír y, cuando se paraba, su gesto desencajado dibujaba una mueca sardónica, como si una mano despiadada le hubiera tatuado en la cara unas mortecinas líneas de expresión».
La roja insignia del valor (The Red Badge of Courage, 1895), la segunda novela de Crane, escrita inmediatamente después de Maggie, en 1895, cuando el autor contaba veintidós años de edad, forma parte insustituible del canon de la literatura norteamericana y, como las buenas novelas de tema militarista carentes de prejuicios y de exaltaciones patrióticas, es uno de los títulos fundamentales de la literatura antibélica.
«El soldado llevaba ya en el rostro el ceniciento estigma de la muerte. Con los labios fruncidos en marcadas arrugas y los dientes apretados, dejaba ver teñida en sangre la parte de las manos con que había intentado taparse las heridas. Parecía aguardar el momento propicio para caer de bruces en tierra. Caminaba mayestático, con los ojos ardientes y capaces de mirar fijamente hacia lo desconocido, como el espectro de un soldado».

Ampliando el foco y sin ser excesivamente estrictos, podría decirse que Maggie podría considerarse la última novela del siglo XIX, que cierra la época naturalista, y La roja insignia del valor la primera novela del siglo XX, anticipo del Modernismo.

11 de octubre de 2021

El Año del Diluvio. Trilogía MADDADDAM II

 

El Año del Diluvio. Trilogía MADDADDAM II. Margaret Atwood. PRH, 2021
Traducción de Javier Guerrero

Después de la desaparición súbita  de la gran mayoría de la población del planeta a causa de lo sucedido el Día del Diluvio Seco, los lugares se han asilvestrado debido a su abandono y se ha iniciado una degradación que parece inevitable; las plantas están en pleno proceso de recolonización y algunos animales, la mayoría de ellos mezclas de especies producto de la ingeniería genética, han sobrevivido. Entre los humanos supervivientes están Toby, una mujer que se ha refugiado en un antiguo balneario, y Ren, una trapecista encerrada en un prostíbulo de lujo.

Atwood ubica el tiempo de la acción de El año del diluvio (The Year of the Flood, 2009) durante una fracción de tiempo entre la juventud y el aislamiento de Hombre de las Nieves, uno de los protagonistas de Orix y Crake, y en paralelo con la acción de esta; el Día del Diluvio correspondería a la catástrofe mencionada en aquella; el escenario, dos de los asentamientos humanos que aquel intentaba evitar en su expedición, y su evolución posterior en los primeros años después de la extinción.

Toby fue rescatada de una banda de mafiosos por un grupo milenarista vegetariano, ultrarreligioso y sectario, Los Jardineros de Dios, liderados por un tal Adán Uno, una especie de profeta de los desastres, que viven en entornos autosuficientes y relativamente autoprotegidos. Ren fue acogida también por Los Jardineros, en cuya colonia conoció a Toby, y estuvo conviviendo con la comunidad, adoptando sus costumbres y su visión religiosa; mientras el mundo a su alrededor se degradaba progresivamente y anunciaba su desmoronamiento, el grupo se preparaba para sobrevivir. En su etapa escolar en uno de los complejos corporativos conoció a Jimmy y a Glenn, el futuro Hombre de las Nieves, con quien vuelve a coincidir, y el conocido como Crake, respectivamente, de Orix y Crake.

La novela ofrece un nuevo punto de vista y nuevas versiones de algunos sucesos relatados en la novela anterior, y revela el origen de MADDADDAM, un grupo de ingenieros genéticos en desacuerdo con la política de las corporaciones, que idearon formas de sabotear sus proyectos mediante la creación de bioformas con la idea de destruir toda huella humana y, así, permitir la regeneración del planeta.

La supervivencia, en condiciones no controladas y careciendo de los instrumentos adecuados, es un reto que implica numerosos factores; el primero y primordial, el mismo desafío: no existe un solo modo de sobrevivir, y la conciencia de esa condición es, tal vez, la mejor manera de afrontarlo.

Otros recursos relativos a la autora en este blog:


Notas de Lectura de El cuento de la criada

Notas de Lectura de Los testamentos

Notas de Lectura de Nueve cuentos malvados

Notas de Lectura de La semilla de la bruja

Notas de Lectura de Alias Grace

Notas de Lectura de Por último el corazón

Notas de Lectura de Oryx y Crake. Trilogía MADDADDAM I

4 de octubre de 2021

Grand Hotel Europa

 

Grand Hotel Europa. Ilja Leonard Pfeijffer. Acantilado, 2021
Traducción de Gonzalo Fernández Gómez

«La gente cree que la vida es más llevadera si nos contamos historias. Y así es, pero esa no es la cuestión. La cuestión es que, sin historias, la vida no tiene significado. Y sin significado, nada tiene sentido. Las palabras que urden la trama de una historia establecen una reconfortante relación de causa y efecto entre hechos y sucesos que de otra forma nos parecerían aleatorios. La gente necesita estructurar la vida en pequeñas historias con trama, porque la trama de una historia reduce a la medida humana el insoportable e inabarcable caos del mundo, y lo transforma en una sucesión de actos y consecuencias comprensible para nosotros. La trama de una historia nos da una idea de control sobre nuestro origen y nuestro destino, y nos permite determinar de dónde venimos y adónde vamos».

Un escritor holandés llamado Ilja Leonard Pfeijffer se recluye en el Grand Hotel Europa, un establecimiento anacrónico y decadente, para examinar por escrito el proceso de degradación de su relación con Clío, una historiadora del arte italiana, con quien convivió durante una temporada en Venecia. 

«Tenía que poner orden en los recuerdos que me estaban martirizando como un enjambre de avispas enloquecidas y me impedían pensar con claridad. Si de verdad quería olvidar Venecia y todo lo que había ocurrido allí, tenía que empezar por recordarlo todo con la mayor precisión posible. Quien no recuerda primero con detalle todo lo que quiere olvidar, corre el riesgo de olvidarse de olvidar ciertas cosas. Tenía que ponerlo todo por escrito, aunque era consciente de que la necesidad de relatar lo ocurrido suponía, como le dijo Eneas a Dido, renovar un dolor indecible».

Ilja va a compartir su retiro creador con el peculiar personal del hotel: el señor Montebello, el maître;  Abdul, un emigrante ilegal, el botones; y con la ausencia recurrente de Europa, la anterior propietaria, que vendió el hotel a un millonario chino, y que vive recluida en la habitación número 1; entre los huéspedes permanentes, se encuentran Volonaki, un multiempresario griego; Patelski, un estudioso; una familia de americanos entre los que se encuentra una adolescente provocativa; y Albane, una poetisa francesa. Por cierto, hablando de poetas:

«A mucha gente le intrigan los motivos por los que uno se hace poeta. Quieren saber por qué te dedicas a escribir versos. Antes, cuando vivía en Holanda, era algo que me preguntaban con tanta frecuencia en conferencias y entrevistas que llegó un momento en que pensé una respuesta estándar: "Para ligar, naturalmente". Era la forma perfecta de zanjar el tema. Hasta que un día un entrevistador un poco más espabilado de lo normal me hizo la pregunta obvia a la que daba pie esa respuesta: "¿Y funciona?". A partir de entonces tuve que inventar otra cosa. Si fuera posible escribirle una carta a mi yo joven, disfrutaría mucho sorprendiéndolo con la crónica de mi primer encuentro con Clío. Y mi yo joven, sin lugar a dudas, ampliaría su respuesta estándar con la apostilla de que ni siquiera hace falta escribir poemas. Basta con ser poeta».

Pero la decadencia no está solamente instalada en el Grand Hotel Europa, con esa tipología tanto del personal del hotel como de los residentes habituales; está también, desde hace décadas, en esa variante de la acqua alta que ha tomado posesión de Venecia, esa ciudad convertida en parque temático a disposición del turismo de masas; y, asimismo, en la propia Europa, ese boyante negocio para las elites económicas degradado a anacrónico zoológico donde pueden verse en su entorno natural el arte y la historia de cuando el mundo real ni siquiera existía, y en el que campan por sus respetos innumerables equipos pluridisciplinares a la busca de trabajos sin definir ―proyectos; el mundo del siglo XXI ya no necesita ideas, ahora necesita proyectos, al igual que no requiere profesionales, sino gestores―, a la caza del verdadero motor económico del viejo continente, Las Subvenciones.

«Sí, soy un puto europeo, como había dicho Memphis [un personaje americano del libro, caricaturesco como la mayoría de los que pasan por el Grand Hotel Europa]. Y quiero serlo. Cuando veo un bosque, quiero pensar en Homero, Virgilio y Dante en vez de en un bosque, porque la condición les da a los árboles un significado que ellos solos, a pesar de su imponente follaje, no pueden inventar. Me gusta que las cosas tengan significado. Quiero perderme en un bosque de símbolos, igual que San Agustín. Las historias le dan sentido a la vida, y les deben su sentido a las otras historias. La tradición es una tertulia pausada que se prolonga a lo largo de los siglos, que nunca termina y trata sobre lo poco o lo mucho que merece la pena de verdad en esta vida. Si pienso mientras follo, eso no quiere decir que sea un incapacitado que adormece sus sentidos y le pone cadenas a su instinto, sino que escucho el eco de lo que experimento a través de los sentidos en la caja de resonancia de los siglos, y que todo lo que yo hago va acompañado de pensamientos, porque sin ideas, símbolos o historias todo es insípido y ordinario, y nada tiene sentido».

Mientras el lector intenta seguir ―comprender ya es más difícil, a menos que pudiera sacudirse la rémora de los prejuicios hasta conseguir una posición externa a la propia conciencia que, a mí,  no me parece posible― las peripecias de Ilja ―el personaje y narrador―, Pfeijffer le lleva de los ollares a través de varios recursos que le permiten, entre otras cosas, mantener su atención ―ya van quedando pocos lectores capaces de seguir más de seiscientas páginas de una trama que no posee ningún tipo de intriga― y redondear una historia que, tomada en su esencialidad, daría, como mucho, para un relato. En primer lugar, alterna los capítulos centrados en su estancia en el hotel, con las interacciones, escasas pero significativas, con el resto de clientes y con el personal, con aquellos que dedica a su relación con Clío, es decir, aquellos que, supuestamente, sirven de guión al libro que está escribiendo acerca de esa etapa de su vida. Esta alternancia le permite un eficiente anidamiento de los relatos: lo que sucedió en Venecia (relato 1) es reproducido en el Grand Hotel Europa (relato 1 del GHE, relato 2 de Venecia), ambos reproducidos en el libro que leemos (relato 1 de Ilja, relato 2 del GHE, relato 3 de Venecia), cada uno con una entidad narrativa propia pero que puede dar lugar a tres relatos distintos y no necesariamente verídicos. Circunstancia que puede llevar al lector a sospechar de la honestidad del narrador ―como lector, admiro profundamente a los narradores manipuladores y embusteros, desde el redactor del Génesis a Humbert Humbert― y a la conjetura acerca de la mengua en la fidelidad de los relatos a medida que progresa el anidamiento ―más cuando, por lo que he entendido, lo que Ilja cuenta acerca de su relación con Clío es solo una aproximación a lo que será, en el futuro, el libro-expiación que escribirá; o no, dado el desenlace de Grand Hotel Europa, ¿quién sabe? "Cada coladita, una rasgadita", que diría el castizo―; todo ello embrollado, a nivel de relato, con los abstractos proyectos del narrador, entre los que destaca ese esquema del futuro libro que escribirá acerca del turismo de masas, uno de los pilares sobre los que descansa la trama de este espléndido Grand Hotel Europa.

«―Me parece muy valiente el hecho de que hayas escrito esa novela. Bueno, lo que quiero decir es que hay que ser muy valiente para escribir cualquier novela, no solo esa novela en concreto. ―Esbozó media sonrisa.― Tal como lo digo, podrías malinterpretar mis palabras. Pero no es por ahí por donde van los tiros. Lo que quiero decir es que me resulta casi inconcebible que alguien, a la luz de las miles y miles de novelas maravillosas que se han escrito antes, tanto en la tradición literaria europea como en la literatura universal, se plantee la idea de añadir una novela más a la imponente montaña existente, y que luego, encima, tenga el valor de llevar a la práctica su idea».

N.B.: Hace unos días un querido, competente y admirado lector me preguntó mi opinión acerca del libro cuando había leído, a lo más, una cuarta parte; con la urgencia que requería la respuesta y el medio por el que me hizo la pregunta, poco dado a matices, le respondí que era "como si Houellebecq se hubiera olvidado de su obligación de ser el enfant terrible de la literatura francesa contemporánea y, en lugar de jugar a escandalizar, hubiera dedicado el tiempo a aprender a escribir"; terminado el libro y reflexionado lo suficiente como para escribir este post, me ratifico en mi dictamen.