Los testamentos. Margaret Atwood. Ediciones Salamandra, 2019 Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino |
Quienes, en distintos niveles de implicación, trabajamos en el mundo del libro, leemos algunos libros por placer y algunos por compromiso profesional; de entre estos últimos, siempre aparecen libros ante cuya lectura, que no se puede obviar por las cuestiones mencionadas, uno tiene el propósito de sacarse de encima lo más pronto posible. Con Los testamentos, y más después de la decepción que me produjo la irregular e intranscendente Nueve cuentos malvados, esa era mi predisposición ante su lectura.
Los testamentos es una buena novela; teniendo en cuenta el género, incluso diría que es una muy buena novela. Atwood es una escritora con sobrado oficio para escribir textos excelentes; en este caso, guardando ese narrador en primera persona —aunque ahora multiplicado por tres voces— que constituía el mayor acierto formal de El cuento de la criada, administrando la intriga con mano de hierro y con unos personajes principales que, a pesar de divergir en algún caso de lo apuntado en aquel y de alguna que otra incongruencia, son rápidamente caracterizados por el lector. Tampoco niego la oportunidad, después del mencionado éxito televisivo, recogida con bastante dignidad, de dar continuación a la trama de Gilead.
Pero, a pesar de lo dicho y de una inexplicable candidatura al Booker Prize, la sensación que me queda como lector es que Los testamentos es un libro que no hacía falta.
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