29 de julio de 2019

Ojos negros

Ojos negros. Frédéric Boyer. Sexto Piso, 2019
Traducción de 
"Fuera lo que fuera lo que creíamos haber perdido o dejado escapar, somos siempre principiantes."
La memoria es una facultad tan adaptativa que cuando no puede traer un recuerdo de vuelta, lo inventa. Sin embargo, esa creación debe mantener algún tipo de relación con la realidad para que, cuando se repitan las condiciones iniciales, el recuerdo, o la versión más fiel del mismo, pueda ser convocado. Frédéric Boyer especula, maravillosamente, con la memoria de la infancia en Ojos negros (Yeux Noirs, 2016).
"En el momento de poner por escrito estos recuerdos, es preciso haber saldado todas las deudas, o casi. Aceptar lo que en el momento viví como ofensas. Y abandonar todo cuanto ingenuamente creí que se me debía. Y reconocer lo que le debo a Lago, mi doble, el que me hizo ver la existencia y los seres proyectándose en mi alma extendida y plana como una pantalla de cine fantasiosa y, en ocasiones, inquietante. Ese que me vino a la mente con el duelo de la presencia secreta de Ojos Negros. Y recordar esos encuentros inútiles y convertidos en misterios que pude tener siguiendo, sin saberlo, su estela. Incluso tardíamente en mi existencia. Todos los encuentros que tendría, como si una fuerza en mí se activara para reconstruir el recuerdo de Ojos Negros, para reactivar el fuego." 
Los ojos negros de una cuidadora del jardín de infancia son el único vestigio de esa chica que permanece en la memoria del narrador. No están asociados a ningún recuerdo en concreto sino a un conjunto de vivencias, a un estado emocional, concreto pero indefinible, compuesto por unas experiencias, quién sabe si inventadas, que remiten, más que a hechos verificables, a una determinada disposición de ánimo que el narrador, desde la perspectiva de su edad adulta, intenta rastrear en el niño que fue. Esa dificultad es tanto más decepcionante cuanto que no consigue recordar —o tal vez en aquel entonces no supo identificarlo; esta es una distinción fundamental: no recordar lo que sucedió o no recordar que sucediera nada— el motivo que condujo a la rotura de la relación.
"¿Es la memoria o la verdad misma la que hoy me impide alcanzar lo que sucedió entre Ojos Negros y yo? Años guardando silencio. Vértigo ante un presentimiento. Una sospecha. Su pecho menudo exhalaba una breve respiración cuando me murmuraba que estábamos locos y me llevaba aparte. Y aquel día, en el silencio amortiguado de la nieve en el exterior, Ojos Negros me hizo jurar esto: no se LO dirás a nadie. SE ACABÓ, PUNTO REDONDO. No se repetirá. Y recuerdo haberme deslenguado, con lágrimas en los ojos, temblando de frío o de miedo, sin saber a qué estaba asistiendo ni el nombre de semejante secreto, el nombre de aquello que acababa de terminar entre nosotros, pero cuyo recuerdo estallaría en largas deflagraciones."
Tantos interrogantes en cuanto al incidente, unido al hecho de que jamás, desde entonces, ha vuelto a ver a Ojos Negros, son razones suficientes para guardar su recuerdo en el apartado de asunto irresueltos —¿irresolubles?—. ¿Dónde queda vencido el recuerdo? ¿En sí mismo, fruto del mecanismo traidor del olvido? No recordar lo que debemos recordar sería algo parecido a olvidar lo que hemos olvidado. ¿O se trata de una infructuosa redundancia sin otro cometido que inquietarnos? ¿Qué es peor, olvidar algo que queremos recordar o recordar algo que queremos olvidar?
"Poco importa en el presente, pero durante años no quise comprenderlo. Y terminé admitiendo que, si uno podía habituarse a ser un extraño para sí mismo, tras un suceso tan impactante como para no tener que identificar a ese o a esa a quien querríamos no tener que reconocer como uno mismo, dentro de nosotros alguien desconocido y familiar tomaba el relevo y velaba por nuestro propio yo con tanta crueldad como amor."
La infancia se mueve, a menudo, entre la sensación de carencia de individualidad —de formar parte indistinguible de un sujeto múltiple, con respecto a cuyas decisiones tenemos muy poco que decir— en aquellas ocasiones en que queremos que se nos distinga de la masa informe —con la que, naturalmente, no tenemos nada que ver—, y la idea de ser un individuo irrepetible, incomparable, destinado a alcanzar metas imposibles para el común de los mortales. Del equilibrio entre ambos extremos, entre otras cosas, dependerá el cariz que tome nuestra desarrollo después de la época de formación. Siendo cierto que nuestras experiencias de la niñez marcarán nuestra vida adulta, no lo es menos el papel definitorio con respecto al futuro de nuestra disposición.
"La infancia es un reino, dicen. ¿Qué sucede allí? Una tierra perdida. Tantos nos esforzamos, con una aplicación estudiada y cruel, en hacer las maletas en cuanto llegamos a cualquier parte que ya nadie sabe qué sucesos han ocurrido. Y esto es, creo, lo propio de la infancia. Haced el experimento, buscad con verdadera atención vuestros recuerdos de infancia: al cabo de unos minutos tendréis la impresión de extraviaros, de repetir los mismos nimios recuerdos ya conocidos, o así supuestos por vosotros, pero habréis avanzado, sin embargo, durante cada fracción de segundo de ese tiempo consagrado a ensoñar vuestros años de juventud, habréis avanzado hacia otra dimensión más misteriosa: la de un tiempo que no ha sido vivido, sino atravesado de lejos, como a bordo de un vehículo rápido y con la nariz pegada a la ventanilla para ver desfilar unos paisajes que nunca tendríamos tiempo de describir, y menos aún de adentrarnos en ellos."
Algunas pistas recogidas en su vida adulta, ciertas experiencias cuya relación con el asunto de Ojos Negros es en extremo tangencial, hacen dudar al narrador no solo de la veracidad de sus recuerdos sino también de la fidelidad de su olvido, de si lo que parece recordar lo recuerda de veras —o es únicamente fruto de su inventiva intencionada—, y de si lo que afirma haber olvidado es en realidad un recuerdo perdido o algo que él mismo ha hecho desaparecer por incomodidad, inconsistencia o simple vergüenza.
"No sabemos si algo real se ha producido, no se trata de creer en una realidad vivida, sino de albergar la esperanza de que algo haya sucedido. Ojos Negros, cuando estábamos a solas, sin cambiar nada en su actitud perfectamente prudente y distante, entreabría su falda delante de mí. Aun sin pretender hoy haberla visto literalmente, tengo la clarísima sensación, como si aquello ciertamente hubiera sucedido ante mis ojos, de la desnudez de aquella mujer joven, de su inexplicable sonrisa y de sus caricias: sensación construida, por decirlo de este modo, por los recuerdos sucesivos de otros acontecimientos que yo relacionaba con ella y que aumentaban así la fe en ese acontecimiento invisible."
La niñez, ese molesto estado del que todos intentamos huir —solo vemos sus inconvenientes; es después, en la edad adulta, cuando echamos en falta su provecho—, desaparece sin avisar; y es después de haber disfrutado del nuevo estado cuando empezamos a percibir que todo aquello que hemos dejado inconcluso va a quedar pendiente para siempre. El pasado es, a menudo, un lugar de difícil acceso, pero el camino de regreso a la infancia es imposible; podemos pasarnos el resto de nuestra vida en busca de esos Ojos Negros, pero esa indagación nunca dará fruto: los Ojos Negros de nuestra infancia ya no existen; el chaval que éramos en aquel momento, tampoco.
"[...] de pronto el pasado deja de dar sus frutos. Vivíamos con la creencia mágica, infantil, de la continuación de nuestra personalidad. Y, un buen día, nos vemos obligados a reconocer que somos seres inacabados, mutantes, pasajeros. Humanos, es decir, "seres efímeros", algo que ya se lee en la Odisea. Eso que sentíamos ayer, y por lo que habríamos sacrificado nuestra existencia misma, se ha evaporado como el vaho de un espejo."
El narrador, por supuesto, no vuelve a encontrar jamás a Ojos Negros, y solo después de multitud de parodias, la mayoría bastante decepcionantes, se convence de que esa extraña conjunción de tiempo y espacio que se dio cuando se conocieron y el extraño incidente que ocurrió entre ambos, la razón por la que ella fue expulsada del jardín de infancia, son tan irrecuperables como irreproductibles. Y si alguna relación mantiene con el presente es la desatada cuando la memoria recupera el sentimiento, desencadenado por una situación aleatoria sin ligazón alguna con el pasado, al tiempo que el hecho original se hunde, definitivamente, en el pozo del pasado, y surge la reconciliación.
"Me convertía en el actor presente y adulto de mi memoria. No es que esta joven ocupara el lugar de aquella otra que atormentaba mi espíritu ni que fuera una mera presencia de sustitución, sino que su aparición me extraía de la insuficiencia del sentimiento que me unía a aquel recuerdo perdido, alejándome suavemente del apego. De mi neurosis. Es decir, de esa posesión imaginaria del recuerdo por la que creemos que, si cesamos de poseerlo como un recuerdo, este dejará de existir. Negándonos a comprender que no hay recuerdo viviente sino en el exterior, por fin liberado de esa pasión del apego y de su repetición, con la que lo único que construimos es una memoria defensiva: un castllo vacío habitado por soldados muertos convencidos de continuar su asedio a la espera de la caballería."
Calificación: ****/*****

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