8 de abril de 2019

Soledad y destino

Soledad y destino. Emil Cioran. Hermida Editores, 2019
Traducción de Christian Santacroce
"Siento náuseas ante un mundo en el que todo está aclarado, explicado y etiquetado."
Soledad y destino (un título muy adecuado a Cioran), inédito hasta ahora en castellano, es un volumen que recoge los escritos de corte periodístico publicados en diversos medios rumanos desde 1931, siendo estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de Bucarest, hasta 1944, cuando ya estaba instalado por primera vez en París.

Los motivos de interés de Cioran en época temprana configuran ya los temas que desarrollará a lo largo de su vida; sin embargo, aparece aquí un Cioran más mesurado, casi conciliador, más ocupado en desarrollar argumentos que en emitir juicios, afectado incluso por lo que podría considerarse cierta ingenuidad filosófica, aunque ya extremadamente crítico con Rumanía en los aspectos políticos, culturales y de carácter nacional, y con una extraña fijación, de signo variable, por España, en especial por su "inarticulación histórica".

Cualquier comentario a un libro basado en opiniones no puede pretender -de hecho, sería estéril- la reproducción, sin más, del criterio del autor, sino que debería basarse en las notas personales del lector referidas a los temas que trata aquel y en el contraste entre los pareceres de ambos mediante un diálogo realmente imposible; este es el ánimo que alienta estas Notas de Lectura.

El fenómeno religioso, en el mundo moderno, no responde tanto a la necesidad de transcendencia como a una voluntad de superar las limitaciones y a una necesidad de creer.
"Quien medita sobre la muerte no puede ser sino un resignado; quien medita sobre la vida, un escéptico."
El proceso de comprensión de una cultura no actúa por acumulación: no se entiende en función de la comprensión de sus fenómenos individuales sino que son estos los que son iluminados a partir de la comprensión del sistema complejo y total de una cultura.
"El carácter inorgánico de la cultura contemporánea hace que el hombre no viva de contenidos, sino de fórmulas que pueden cambiarse como nos cambiamos de camisa."
La existencia de un sistema intelectual autónomo es imposible en países en los que existe una conciencia nacional dominante: a más nación, menos cultura. La expresión cultura nacional dejó de tener sentido en la Ilustración; a partir del Romanticismo, se convirtió en un oxímoron.

Todas las naciones muestran su orgullo por los trazos distintivos de su cultura, por aquellos elementos que la hacen única, y subrayan este hecho diferencial, del que deriva su pretendida superioridad, en lugar de indagar y promocionar los rasgos que comparten con otras naciones y que constituyen lo que puede denominarse cultura universal.
"El verdadero intelectual es un hombre que se debate, que sufre, que ha renunciado definitivamente a la tranquilidad de una existencia burguesa. La vida burguesa es una vida sin conflictos interiores, una vida uniforme, sin perspectivas. En ella el intelectual es una caricatura. Lo que debe caracterizar al intelectual es el temor al equilibrio, a la tranquilidad, el miedo a entrar en formas y moldes inamovibles, que constituyen una muerte prematura."
De igual modo, cualquier compromiso personal, al margen del que se establece con uno mismo y que se denomina integridad, es un freno definitivo que impide el desarrollo intelectual, una parcelación que actúa en contra del conjunto, desviando el objetivo y extraviando el proceso. La máxima expresión de este deterioro tal vez sea el compromiso político, aunque el religioso le sigue pisándole los talones.

La sociedad moderna tiende a confundir las situaciones de desocupado -ocioso- y desempleado -sin empleo-: la concepción contemporánea del trabajo ha provocado que pueda haber empleados ociosos y desempleados profundamente ocupados. Es lícito, ampliando el foco, preguntarse en qué lugar de ese eje de coordenadas se sentirían cómodos los intelectuales orgánicos.
"El espíritu escatológico de la cultura contemporánea, además de tener su fuente en el agotamiento del fondo productivo de la cultura moderna, ha nacido en gran parte de la exaltación de los intelectuales desocupados. Hay, en su espíritu inquieto y atormentado, tristes presentimientos, presentimientos del fin. El espíritu escatológico nace siempre en el ocaso de las culturas, cuando estas han entrado en un proceso de agotamiento. Pero, mientras que en algunos el presentimiento del fin toma las formas melancólicas de la nostalgia, en los intelectuales desocupados este asume la forma, extraña y demoníaca, del amor al fin, el presentimiento exaltado y jubiloso del cercano hundimiento."
El esteticismo es tanto un enemigo de la belleza como el impedimento principal para valorar adecuadamente su importancia o su relevancia en el mundo de las ideas. Su falso aristocratismo es su mayor inconveniente para acceder al núcleo del contenido sustancial del arte así como a la jerarquía de las normas éticas que regulan su función en y para la sociedad.
"Si antes el fenómeno de la miseria se presentaba aisladamente, sin correspondencia en los diversos planos del espíritu, hoy está acompañado de un equivalente en el plano de la cultura. Ocurre que la inmensa miseria material que se desarrolla y extiende paulatinamente sobre el mundo se ve acompañada por el proceso de decadencia de la cultura moderna. No hay aquí un precedente que permita establecer relaciones de sucesión entre las diversas formas de la vida. La decadencia de la cultura se realizaría igualmente sin la miseria actual. La correspondencia de los diferentes planos, sin embargo, confiere al proceso de decadencia un carácter mucho más catastrófico que el que la historia nos ha presentado hasta ahora. El desencanto del hombre de hoy halla su explicación y justificación en este complejo de condiciones que dan a nuestro tiempo una configuración totalmente específica."
La cultura ofrece al hombre un marco general de reconocimiento y de autoafirmación, pero también posee el efecto adverso de diluir sus contribuciones en un marasmo indistinguible en el que la calidad, por ejemplo, siempre cede ante las ficciones de la audiencia o de la utilidad para fines incongruentes. En el caso de las culturas nacionales ligadas a un territorio o a una etnia, el efecto perverso se acentúa con la inclusión o exclusión, con la excusa de la homogeneidad, al acervo del grupo, que ve en cada aportación no confirmable en términos grupales un inaceptable ataque a su integridad.
"Una de las causas de la visión pesimista de la historia y de la cultura es que el hombre llega a darse cuenta, en un momento dado, de la independencia del curso de estas con respecto a sus exigencias. El individuo toma entonces conciencia de la nulidad de sus esfuerzos, de la vanidad de todo intento de modificar el sentido de la historia. En lugar del activismo generador de todo tipo de ilusiones, la contemplación serena sitúa las cosas en su encuadre normal."
La aparente infalibilidad del dogma, verdadero sistema doctrinario de raíz ontológica, no reside en la porción de verdad que contiene ni en su pertinencia al núcleo de la existencia humana sino que, a diferencia de su contenido, su formulación posee visos de racionalidad y de desarrollo sistemático. Este espejismo actúa sobre el discernimiento pobre de las inteligencias escasas ofreciendo justificación supuestamente homologable para las irracionalidades más insostenibles. La formulación racional no implica necesariamente la adquisición de un conocimiento racional.

La rotura contestataria de la cultura contemporánea y del arte en particular es aparente, de igual modo que lo es el cuestionamiento en forma de desprecio de todos sus antecedentes, filogenética y ontogenéticamente, una postura artificial que busca renegar de unos principios sin los cuales no hubiera tenido lugar. 
"Lo que caracteriza el momento histórico en que vivimos es la tendencia a presentar sobre un plano de actualidad la suma de valores desarrollados  históricamente en el decurso de la cultura moderna, a actualizar lo realizado mediante un proceso. La multiplicidad de direcciones y manifestaciones, surgidas de una vivencia ingenua, del enceldamiento en una esfera limitada de valores, de un angostamiento de la perspectiva, se presenta al hombre de hoy en toda su variada riqueza."
Es un error intencionado llamar revolución a lo que no es más que evolución. La pretensión de obra única, sin precedentes, solo puede provocar su aniquilación, como sucede con esos animales híbridos afectados de esterilidad reproductiva y que, ante la incapacidad de tener descendencia, se extinguirán.
"Si la historización de la conciencia y de la cultura ha constituido una relativización de los valores, la democratización de la cultura es una expresión de pobreza cualitativa. Los valores culturales que se difunden a una amplia esfera se homogeneizan, pierden la especificidad y diferenciación que les proporciona su estructura orgánica. La multitud los vive superficialmente porque los siente como algo externo. El criterio cuantitativo no sirve para valorar los fenómenos culturales. La abundancia con la que hoy se escribe no prueba nada en cuanto a su profundidad. Es el producto de un agotamiento del instinto creador."
En definitiva, la cultura o es elitista o no es cultura.

Buscar un sentido teleológico a los hechos individuales que componen el devenir de la vida es absurdo porque significaría que la vida individual posee un sentido más allá de la mera existencia; para que eso fuera cierto sería imprescindible la existencia de un sistema de valores universalmente aceptado. De igual forma, dada también la ausencia de una meta preestablecida, tampoco el curso de la historia, tomada en función de los hechos aislados, posee ninguna intencionalidad; como en el caso anterior, lo impide la ausencia de un sistema de valores inalterable al paso del tiempo.
"Al hombre no le queda sino darse cuenta de su propia insuficiencia, de la desproporción entre el esfuerzo y la realización. Es muy probable que los esfuerzos excesivos que suponen una limitación de la perspectiva e impiden todo impulso hacia la eternidad, que destruyen la contemplación y la comprensión intuitiva del mundo, hayan generado en el hombre ilusiones que han de ser destruidas. El entusiasmo ingenuo por el proceso histórico, entusiasmo que atribuye demasiados sentidos a un destino inmanente sin finalidades trascendentes, resulta de una concepción profundamente errónea del hombre, que ignora su desarmonía dolorosa y su trágico conflicto."
La vieja querella entre idealismo y materialismo -y de sus descendientes; y teniendo en cuenta que lo contrario del idealismo, en realidad, no es el materialismo sino el racionalismo- interfiere en la más actual discordia entre relativismo y absolutismo -se entiende que puramente intelectual-. 
"¿Qué puede decir el idealismo del hecho de que los hombres notables caigan y los mediocres se mantengan? ¿Comprenderá este alguna vez que el fenómeno humano la destrucción es más impresionante que la evolución? Solo una antropología trágica y pesimista puede lograr una comprensión del hombre, pues solo ella advierte la complejidad en la irracionalidad de la vida."
Es posible formular una secuencia lógica que aclare la situación:


Idealismo = Metafísica
Metafísica = Irracionalismo
Irracionalismo = Incuestionabilidad
Incuestionabilidad = Absolutismo

El cada vez más frecuente trasvase de intelectuales a la política desvela la paradoja de que las personas que deberían liderar el cuestionamiento de los valores establecidos y de los sistemas de pensamiento y reflexión son asimilados por la doctrina de verdades incuestionables y consignas imperecederas. Pierden así aquellos su capacidad crítica y de nada más que como propaganda les sirve a estos su fichaje, si es que los intelectuales pueden presumir todavía de algún tipo de crédito entre la muchedumbre a la que, por lo general, le importa un bledo la contribución de los intelectuales pero, en cambio, sí es receptivo al prestigio social de tales adscripciones.
"Te exigen que creas en una organización ridícula o milites hasta el sacrificio por un efímero ideal histórico cuando tú no crees en los valores, cuando te es absolutamente imposible decir qué está bien y qué está mal, cuando estás convencido de la irracionalidad orgánica de la vida y tus premisas escépticas y pesimistas te impiden extraer otras conclusiones sobre la sociedad que las que implican los principios y consideraciones metafísicas."
No existe una sola forma de escepticismo sino tantas como la naturaleza de la duda: no es el mismo el que corresponde a la duda racional -escepticismo calculador- o metódica que el que tiene que ver con una duda más personal -escepticismo sereno-; ni el que proviene de incógnitas relativas al pensamiento y el que deriva de problemas de lenguaje. Pero es erróneo calificar a esas distintas variedades según una supuesta escala de legitimidad porque la actitud escéptica no está sujeta a ninguna gradación sino que abarca a todos aquellos aspectos susceptibles de duda que puede concebir la naturaleza humana. La naturaleza de la certeza, incluso de la más sistematizada, la científica, es tan volátil que la postura más honrada es no apoyarse nunca en ninguna de ellas que, más pronto o más tarde, cederá ante el impulso de otra, complementaria o contradictoria. Lo único seguro es la imposibilidad de estar seguro de algo: un mundo sin afirmaciones categóricas sería un  mundo más vivible y, por descontado, mucho más seguro.
"Cada hombre lleva su destino sin que ningún otro pueda asumir responsabilidad alguna, igual que en el sufrimiento estamos solos, sin que ningún otro pueda tomarlo sobre sí. Aquel que se creyó el redentor del mundo fue más que iluso al concebir la redención de los pecados o la asunción del sufrimiento de los hombres. ¿Somos hoy más felices porque se haya sacrificado por nosotros? ¿La redención? La redención es una ilusión, una imposibilidad. La concepción cristiana del dolor está preñada de ilusiones, pues sufrir por los sufrimientos del mundo es tan ineficaz como alegrarse por las alegrías del mundo. No han entendido que no se puede sufrir por el otro y que es inútil sacar al hombre de la sociedad del dolor."
La fe es la forma que toma el idealismo en presencia del fenómeno religioso. Incapaz de asimilar la desesperación provocada por las preguntas sin respuesta que la condición humana plantea, el ser humano incapaz de asumir sus limitaciones, es decir, esa variante anterior al homo racionalis, el homo religiosus, encierra sus tesoros en el pozo sin fondo de la creencia; es, en definitiva, el triunfo de la irracionalidad sobre la capacidad de raciocinio, la dimisión de las posibilidades del pensamiento, la negación obstinada y radical de la temporalidad de la vida.
"Para entender la vanidad de las ambiciones y aspiraciones que cultiva el hombre de las grandes ciudades, para superar las ilusiones que nacen de la inserción en el ritmo demencial de la vida moderna, es estrictamente imprescindible retirarse temporalmente. Se escapa asi a la tiranía de la civilización, se trasciende el imperialismo vital e incluso la vida misma. No se trata aquí de esa sentimentalidad romántica cuyas eclosiones se disfrutaban en la soledad para lamentar la inadaptación del individuo, sino de la necesidad de comprender las funciones de la vida y de la cultura, no solo mediante la experiencia intensa, sino también desde una perspectiva exterior, a la que el hombre no puede acceder sino mediante el aislamiento."
"Experiencia mística" es el oxímoron con el que los incapaces de relacionarse con la realidad expresan sus limitaciones. Quien es capaz de extasiarse con una visión mística es que ha renunciado a la vida y a la naturaleza y está descalificado para apreciar la serenidad de una noche estrellada o de experimentar la grandeza de los horizontes abiertos. Nada existe en nuestro interior -menos aún en el suyo- que pueda superar a las obras de la naturaleza, al sosegado discurrir del tiempo o a la magnificencia de los grandes espacios, nada que nos ponga en el ridículo lugar que nos corresponde, nada que nos haga más conscientes de nuestra insignificancia; a menos que se padezca de una grave disfunción psíquica, la que satisface nuestro ansia de protagonismo, la que nos estafa con la ilusión de la trascendencia, la que delata el vacío intelectual más absoluto.
"Los actos de nuestra vida son banales e insignificantes cuando se consuman en las condiciones naturales de la vida. El hecho de vivir como tal no tiene ninguna significación. Vivir pura y simplemente es no conceder profundidad ninguna a los actos de la vida. Solo cuando vives cual si la vida fuera un bien que puedes sacrificar en cualquier momento, solo entonces deja esta de ser una banalidad, una evidencia. Es estúpido afirmar que la vida nos es dada para vivirla. La vida no es dada para sacrificarla, esto es, para que saquemos de ella más de lo permitido en sus condiciones naturales. No hay más ética que la ética del sacrificio."
Es triste morir por tus ideas, pero más triste todavía si solo tienes una.

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