Levantar la mano sobre uno mismo. Jean Améry (Hans Mayer). PreTextos, 1999 Traducción de Marisa Siguan y Eduardo Aznar |
La lógica de la vida implica envejecer y esperar la muerte y la muerte voluntaria rompe esa lógica; sin embargo, el sendero que lleva a ambas es parecido, aunque en la segunda opción se podría hablar de un atajo. En todo caso, la decisión consciente impone otra lógica, basada en unos parámetros distintos, que eluden los dictados de la ley de la sociedad, basada en normas que abominan del suicidio aunque se violen conscientemente, y de la ley natural, que aboga por la conservación a ultranza de uno mismo.
El lenguaje acude con premeditación para aceptar o rechazar una actitud determinada; por ejemplo, con el uso que se hace de la expresión "muerte natural", calificativo que se emplea solamente en el caso de fallecimiento debido a la edad avanzada cuando, en realidad, debería incluir también la muerte por enfermedad, un caso totalmente natural -el virus, la bacteria, el cáncer, son fenómenos plenamente "naturales"- o la muerte por propia mano, resultante del ejercicio de la libertad por parte del ser humano, y de un sistema de decisiones de base orgánica y, por tanto, "natural"; tan sólo el asesinato -la interferencia en la realidad de otro y la acción contra su libertad- y la muerte por accidente podrían ser consideradas muertes "no naturales" por ser intromisiones artificiales en el curso natural.
Améry ahonda, en su tesis, en la distinción entre el cuerpo y el yo, ambos en armonía en situaciones habituales: el yo reconoce su parte material y el cuerpo se ajusta a aquél. Sin embargo, pueden darse situaciones disociativas, cuando uno u otro se sienten extraños: el cuerpo no reconoce el yo y se producen fenómenos divergentes; la situación de muerte voluntaria procedería de una de esos desajustes: el yo ya no siente el cuerpo como su manifestación, y esa rotura le lleva a prescindir del cuerpo.
En lo que hace referencia al aspecto social de la muerte voluntaria, Améry profundiza en la paradoja de que la misma sociedad que es incapaz de procurar el bienestar de sus componentes, llegando, en casos extremos, a exigirles que sacrifiquen su vida, estigmatiza el suicidio no ya como una conducta insocial sino también, directamente, como un atentado contra su esencia. Una prohibición por imperativo humano que, igual que en el caso de los creyentes, éstos por imperativo divino, impide el ejercicio de libertad supremo: decidir sobre la propia existencia.
Calificación: ***/*****
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