19 de diciembre de 2018

Moonglow

Moonglow. Michael Chabon. Casa Catedral, 2018
Traducción de Javier Calvo
La carrera imaginativa en busca de una trama original -partiendo del supuesto erróneo de que el ingente número de novelas escritas desde el nacimiento del género pueda llegar a agotar la fuente de lo novelable- ha provocado que la preocupación máxima de quien se reputa como novelista esté en hallar una historia inédita -el trasvase a la narrativa de género y su posterior e inevitable decadencia podría ser un síntoma-, olvidando u obviando todo aquello que tenga que ver con la técnica constructiva. Los cursos de escritura creativa facultan y legitiman a los alumnos -y los cargan de razones ante los editores- para escribir su Moby Dick; pero, una vez vislumbrado el cetáceo, la evidente fragilidad del brazo que empuña el arpón, bastante más enclenque que el del tatuado Queequeg, y el desconocimiento de los precursores, cuyos bogar debería acercarlo al monstruo blanco, acaban provocando la huida, más por aburrimiento que por temor, de la ballena y limitando el producto de la pesca a una cesta de intranscendente pescadilla -que el editor, en la subasta, intentará vender como langosta, pero esa es otra historia-. 

Moonglow (Moonglow, 2016) bucea en la memoria del abuelo del narrador mediante un relato no cronológico sino de carácter causal, en el que los episodios se suceden en función  del hilo del que tira el narrador -un ejercicio que dota al texto de una agilidad y cercanía notables-, y en el que se detallan, seguramente por primera vez ante el nieto escritor, acontecimientos de la vida de aquel que configuraron, en su conjunto, una familia tan peculiar como hilarante.
"A la hora de plasmar estos recuerdos tan tempranos que tengo de mi abuela, de momento he evitado citarla directamente a ella. Afirmar o representar que retengo un recuerdo exacto o incluso aproximado de lo que alguien dijo, hace tanto tiempo, sería cometer el mayor pecado del autor de memorias. Sin embargo, no he olvidado las dos palabras que me respondió mi abuela cuando yo le pregunté si la razón de que poseyera una baraja de naipes mágicos de adivinación para brujas era que ella era bruja: -"Ya no."."
Sin embargo, a pesar de no tratarse en absoluto de una apuesta original -las memorias, reales, ficticias o mixtas configuran en la práctica casi un subgénero literario-, Chabon consigue completar un texto inspirado porque, entre otros, utiliza dos recursos con una maestría envidiable: en primer lugar, el uso ejemplar del oficio de contar historias que, como es el caso, cuando es logrado, remite a la tradición oral -el uso de los diálogos sería una muestra formal-: las pausas para proveer de dramatismo a la acción se hacen casi materiales, y el lector es capaz de percibir, incluso, las inflexiones de voz, los énfasis y los silencios que procuran vida al relato; y, en segundo lugar, una acción más programática que formal, que tal vez no se hace evidente pero subyace a lo largo de la narración y constituye tan vez su seña de identidad frente a otras formulaciones de los textos memorialísticos -repito, reales o imaginarios-, la que postula la necesidad de ser fiel a los hechos siempre y cuando estos concuerden con el recuerdo que se tiene de ellos; cuando esa concordancia no tenga lugar, en imprescindible tomar partido por la imaginación.
 "-Pero todo lo que tú me has contado a mí es verdad, ¿no? -Bueno, es lo que yo recuerdo que pasó -me dijo-. Más allá de eso no puedo ofrecer garantías."
En todo caso, más allá de una factura impecable y de una historia enormemente interesante, Moonglow acarrea una moraleja -¡qué sería de la literatura norteamericana sin moraleja!- para la vida: es poco conveniente rebuscar en el contenedor de los recuerdos familiares, a menudo se pueden encontrar restos que obligan a cambiar la concepción que hemos tenido del pasado durante toda la vida; pero también una máxima poética: esa misma pesquisa puede ser, en buenas manos -y las de Chabon lo son- una fuente de  informaciones cuya relevancia o inconsistencia da alas a la creatividad.
"Aquel descubrimiento [...] supuso un transtorno. Uno a uno, empecé a someter a revisión formal de todos mis recuerdos sobre mi abuela, las cosas que ella me había dicho y la forma en que siempre se había comportado, una especie de análisis de fallos, una localización y un examen en busca de su contenido de engaño y de la presencia oculta de ellos de la verdad. No le conté nada de lo que había descubierto a mi mujer hasta que regresé de Mantoloking. No se lo conté ni a mi madre ni al resto del mundo hasta que empecé a investigar para estas memorias y a escribirlas, abandonando -repudiando- el tratamiento novelesco del material. A veces incluso a los amantes de la ficción solamente los puede satisfacer la verdad. Yo tuve la sensación de que necesitaba "restablecer" la verdad, por así decirlo, en mi mente y en mi corazón. Necesitaba averiguar, si podía, la relación entre las cosas que yo había oído y aprendido de chaval sobre mi familia y su historia y lo que ahora sabía lo que era la verdad."
Lucidez, ingenio, empatía y ese concepto tan americano en la literatura que es la compasión, hacen de Moonglow una de las novelas más sugerentes de las venidas del otro lado del Atlántico en los últimos años.

Calificación: *****/*****

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