7 de abril de 2017

La pianola

La pianola. Kurt Vonnegut. Hermida Editores, 2017
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez
Parece que va tomando forma la idea, auspiciada por los imaginativos economistas, de que, para poder hacer frente a las pensiones de los trabajadores jubilados teniendo en cuenta que muchas de sus tareas ya se realizan de forma mecánica y, en consecuencia, no hay cotizaciones que puedan contribuir a sufragarlas, se instaure un "impuesto a los robots", equivalente a la cotización de un trabajador humano. Es la Tercera Revolución Industrial, exclaman -así, en mayúsculas-, ufanos de ser los primeros en darle nombre a algo. Desde el otro bando, se abroga por instaurar una Renta Básica Universal -también en mayúsculas- para que la mano de obra desplazada de su lugar de trabajo por, entre otras causas, la mecanización, tenga una subvención de subsistencia que supla su sueldo perdido entre los tornillos y los circuitos impresos -y la voracidad de los empresarios-... Ambos deben creer que su originalidad alcanza la genialidad, pero todo esto ya lo preveyó Kurt Vonnegut hace casi setenta años en La pianola (Player Piano, 1952).

La sociedad augurada por Vonnegut, formada por dos estratos claramente diferenciados, la clase dominante, directivos, ingenieros y funcionarios, y la gente común, es una sociedad totalmente mecanizada regida por la tiranía de los ingenieros -que son, de facto, quienes ostentan el gobierno de la nación, aunque existe un Presidente virtual- y movida y sostenida por la fiabilidad de las máquinas, comandada por los técnicos y agrupada en torno a las Fábricas, las unidades de producción autosuficientes. La automatización ha producido un excedente de mano de obra no cualificada, recluida en ghettos alejados y aislados, que ha sido empleada por el gobierno, con sueldos públicos de subsistencia obtenidos a través de los impuestos con que se gravan a las máquinas, en el ejército o en brigadas de mantenimiento; la combinación, sorprendentemente, da lugar a una mezcla de liberalismo salvaje en los niveles superiores, apoyado en los beneficios y la cultura del mérito, y del comunismo más estricto en las capas inferiores, con sueldos públicos de supervivencia iguales para todos a cambio de "servicios a la comunidad". La férrea compartimentación, por supuesto, impide que los trasvases entre niveles sean posibles, y que el recelo y la desconfianza dominen las pocas relaciones interclases inevitables. Un sueño hecho realidad para los mandatarios de la CEOE, vamos.

Sin embargo, se trata de una sociedad que no está exenta de contradicciones ni de paradojas,  como la del ingeniero que inventa una máquina que acaba sustituyéndole, sobre todo si la mirada procede de alguien externo a los niveles superiores; existe una disidencia que se rebela contra la facilidad de conseguir bienes materiales, bienestar y felicidad; se diría que añoran los viejos tiempos de retos y dificultades, renegando del férreo orden y la inquebrantable planificación, una resistencia que acabará fascinando a Paul Proteo, el protagonista (Πρωτεύς Prôteús, el primero, el primordial), hijo de uno de los promotores de la mecanización, cansado de sus intentos de sobrevivir en el enrarecido y competitivo ambiente de la Fábrica, las equívocas relaciones con sus superiores y subordinados, y el acoso constante de su esposa, empeñada en que escale a las más altas cotas profesionales a cualquier precio, y afectado por la inevitable sucesión toma de conciencia-renuncia-exilio-rebelión.

La pianola es un Vonnegut primerizo, un tanto titubeante, pero que prefigura a la perfección al gran novelista en que se convertirá, sobre todo después de Matadero 5 y Madre Noche, y en el que está ya presente uno de los trazos básicos y característicos de la literatura vonnegutiana: el humor que va cambiando de color a medida en que la realidad va tomando el gobierno de la situación.

Calificación: ****/*****

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