"Pearl sospechaba que Dios no amaba mucho a los seres humanos. Sospechaba que lo que Él más amaba era la Nada. Dios lo creó todo a partir de nada y Él se nos lleva nuevamente para alimentar esa nada a la que ama. Aquello era propio de un enfermo, pensó Pearl. Dios no estaba muerto, sólo estaba enfermo. Muy, muy enfermo."
Pearl es una madre primeriza que ha huido de su casa, en una extraña isla con pocos habitantes, todos conocidos, emparentados y unidos por una complicidad extraña de origen oculto, como si compartieran un secreto que afecta a la propia comunidad hasta el punto de comprometer su supervivencia si llegara a oídos de forasteros, y de su marido, llevándose consigo a su hijo Sam, un bebé de dos meses. Decidida a dar un cambio radical a su vida, se ha trasladado a otro estado y la encontramos planeando su liberación acodada en una barra y bebiendo gintónics de manera compulsiva.
"[Pearl:] A veces su memoria no era nada buena. Pearl habría sido la primera en admitir que su mente era como un estanque poco profundo en cuyo fondo reposaban unas hojas grandes que iban ablandándose despacio [...]. Pearl trataba de imaginarse comprando cosas y siendo sueña de montones de pertenencias, aunque no sabía muy bien en qué podían consistir tales pertenencias. Nunca había coleccionado nada, ni siquiera de niña. Comprar y tener cosas parecía una manera de conocerse uno mismo. Uno era un agregado de intereses y de deseos. Las personas obtenían energía y solaz del hecho de querer cosas y obtenerlas. Pearl quería energía y solaz."
La huida, pues, no ha sido solamente de un marido violento e impresentable sino también de una comunidad que se adivina cerrada y endogámica, asfixiante, sectaria, formada por individuos que rozan la anormalidad, y que parece absorber la mente de los pocos forasteros que han cometido el error de trasladarse allí. Pero ciertas circunstancias involuntarias la llevan de nuevo a la isla, el lugar en que transcurre la práctica totalidad de la acción de la novela, un símbolo de la imposibilidad de escapar de un destino que, pese a ser nocivo, la cautiva como única alternativa, la atracción de lo siniestro: las razones de Thomas para llenar la casa de niños impúberes, la extraña y nada fraternal relación entre las hermanas, los misteriosos juegos de los niños -niños que parecen organizados como una sociedad secreta de la infancia para cuya entrada no hay que superar prueba iniciática alguna pero cuya salida es obligatoria en la pubertad, el primer indicio de la muerte-, los secretos asumidos pero no revelados, el aislamiento geográfico y emocional, y, finalmente, los perniciosos pero adictivos efectos de todo el conjunto sobre la mente de Pearl.
"Pearl sabía que los niños no eran lo que aparentaban. Sabía que muchas de las cosas que la visitaban durante las largas y desperdiciadas horas del día no eran niños. Eran fantasmas, meras manifestaciones de su necio, remordido y destructivo yo."
La única escapatoria posible, pues, sólo podía ser la que tenía lugar dentro de su cabeza, la evasión cuya puerta de salida era el vino blanco, el gintónic, el bourbon, la ginebra, cualquier producto que la trasladara al mundo de los deseos satisfechos.
"Uno de los grandes secretos de la vida consiste en vivir sin ser feliz."
Mantenerse borracha es, paradójicamente, la única manera de conservar la lucidez, en ese estado intermedio parecido al duermevela en el que algunas de las funciones mentales entran en estado de latencia, el único que habilita para conservar cierto grado de sensatez enmedio del ambiente de pesadilla de la isla, en el que la imaginación toma el lugar de los recuerdos y la fantasía sustituye a la realidad, un lugar en el que la sobriedad puede llegar a ser tremendamente peligrosa.
"La vida de Pearl nunca había escaseado en gestos, pero siempre había eludido la trascendencia. Eludía la trascendencia como el pájaro elude el cepo. Nada en la vida había preparado a Pearl para la trascendencia. Cada momento vivido enmudecía en su interior como una piedra enterrada, aislado e irrelevante, un acontecimiento sin premonición ni consecuencia. No concebía que lo que se definía como el ayer pudiera incorporarse en lo que se consideraba el mañana. Se veía aun como una niña pequeña, el destino de todas las esperanzas maternas. Sentada en esa habitación, ni de lejos tan borracha como quisiera, con un hombre que más parecía un cirujano que un marido, el cirujano a cuyas manos una se confía para una última operación destinada al fracaso."
Pero la isla no es solamente un accidente geográfico, es un organismo vivo que bebe de los hechos que ocurrieron en el pasado, un ser en permanente transformación que ha desarrollado una fuerza telúrica imbatible pero que, a pesar de su poder, mantiene un canal de comunicación con sus habitantes: las ceremonias que celebran los niños en una cabaña de piedra, un recurso que ha adquirido carácter mítico y que ha estado relacionada, en el pasado, con la muerte y el sacrificio; la única contraseña para mantener ese canal abierto es la mezcla de fantasía e inocencia que sólo puede hallarse en la mente infantil.
"Empezaron a llegar más niños que no tenían nada que hacer. A Pearl le faltaban fuerzas para levantarse y dejarlos ahí. Sin duda, nunca volvería a tener fuerzas para abandonar de nuevo la isla. Se quedaría ahí para siempre, bebiendo hasta el estupor, con todos sus deseos cumplidos. Y es que las islas son el lugar indicado para eso, ¿sí o no? Las islas Afortunadas, etcétera. El lugar donde se originan los niños, la tierra adonde van a parar los muertos."
En lugar de buscar su sitio en el mundo, de pedir ayuda a sus amistades, de exigir a sus parejas el respeto a su porción de individualidad, Pearl busca desaparecer, disolverse en el mundo en el que le ha tocado vivir en cada momento y, desde la invisibilidad así conseguida, pasar desapercibida renunciando a los derechos que, teóricamente, le pertenecerían, a fin de que nadie pueda exigirle el cumplimiento de sus obligaciones. Su verdadero lugar es el vacío.
"Nunca había sentido mucha curiosidad por las cosas. Ella, en cierto modo, se tomaba eso como un don, como un talento que le había sido concedido. De esa manera, se ahorraba desengaños e incluso penas."
La novela funciona como si el espejo de Saint-Réal -o de Stendhal- paseara, efectivamente, a lo largo del camino, pero ese espejo no fuera una superficie perfectamente pulida sino con partes descascarilladas, que reflejaran facetas en lugar de una imagen completa, y con manchas de óxido en su capa de aluminio de manera que el reflejo apareciera salpicado, dificultando su identificación. Pearl no desea ver en su reflejo una persona distinta, más atractiva, más feliz: lo que le gustaría, en realidad, es que su reflejo desapareciera.
"Hubo un tiempo en que pensaba que estaba loca y que quizá podía curarse. Pensaba que tenía que ser ella misma. Pero no había ella misma. Sólo los sueños que soñaba, los sueños que la preparaban para vivir en la vigilia."
El hijo cambiado transita, a menudo, por el pasaje de la alegoría: Williams relata los sucesos con un realismo estricto; sin embargo, esos mismos sucesos, su naturaleza intrínseca, parecen remitir a hechos no ocurridos en realidad sino a imágenes -de nuevo, el espejo- ocultas que pueden ser percibidas por los personajes pero a las que la voz narradora -ni, por tanto, el lector- no tiene acceso. La misma caracterización de los personajes posee esa propiedad: por académica que sea la frialdad con que nos habla de ellos, no puede evitar que provoquen en el lector un sentimiento de extrañamiento, como si no concordaran con personas reales; sin embargo, esa misma duda no tiene lugar en la concepción de esos personajes de sí mismos y de los que los rodean.
"En algún lugar dentro de Pearl había siempre una personita sobria que espiaba las conversaciones ajenas, y ella sabía que un día de esos, quizá justo antes del alba, se alzaría y la estrangularía, porque esa persona sobria no tenía nada de amistosa."
Esa disparidad es explotada a lo largo de la novela también para los hechos que relata, y despierta en el lector la duda de si todo aquello que se le está contando es real o imaginado. La dificultad que parecen experimentar los personajes para discriminar entre realidad e imaginación se traslada, debido al tono del narrador, al lector, y esa nebulosa es el principal mérito de la novela. Una nebulosa que contiene una extrema violencia implícita cuya escalada final acaba en una orgía de muerte y destrucción -y, formalmente, en una orgía del lenguaje que, como la historia, se desarticula y se reduce a su mínima expresión- en la que, finalmente, cada personaje alcanza su verdadera dimensión, esa que quedaba oculta detrás de las formas, y en la que se materializan todas las venganzas pendientes.
"Vamos encontrando a aquellos con quienes podemos compartir la nada, pero esa nada no es el tiempo."
Después del éxito que acompañó a la publicación de su primera novela, Los vivos y los muertos en 1972 -éxito corroborado con la candidatura al National Book Award-, la crítica de la época se sintió defraudada con la publicación, seis años después, de El hijo cambiado (The Changelling, 1978), hablándose incluso de "la maldición de la segunda novela"; el reconocimiento, transcurridos los años y tras una corta pero selecta obra posterior, que ha alcanzado iniciado ya el nuevo siglo, pone de manifiesto que no es que la obra haya mejorado con el tiempo sino que tal vez las expectativas de la crítica no coincidieron con las intenciones de la autora o, simplemente, que los caminos de cierta crítica y de parte de la producción literaria eran claramente divergentes.
Calificación: ****/*****
Otros recursos relativos a la autora en este blog:
Estado de gracia. Joy Williams. Alpha Decay, 2015
Traducción de Albert Fuentes
Los vivos y los muertos. Joy Williams, Alpha Decay, 2014
Traducción de Albert Fuente