25 de noviembre de 2016

Por último, el corazón

Por último, el corazón. Margaret Atwood. Salamandra, 2016
Traducción de Laura Fernández
Stan y Chermaine son una pareja joven que duermen en el coche, arruinados por la crisis, cuyas esperanzas para tener una vida normal de esfumaron cuando perdieron su trabajo y su casa; sacan el dinero, poco, de donde pueden, aunque se resisten al que podría proceder de actividades ilícitas, a pesar de que el hermano de Stan, que está metido en asuntos no turbios, les ayuda esporádicamente. Cuando más desesperada parece su situación, les llegan noticias de que una organización, Consiliencia, propietaria del proyecto Positrón, está buscando voluntarios para participar en un experimento social consistente en recluir a una cierta cantidad de individuos en una colonia experimental para llevar a cabo una alternativa a la vida degradada en la que gran parte de la población se ha visto envuelta. El experimento consiste en mantener a la mitad de la población de su ciudad disfrutando de la vida de clase media que han perdido durante un mes, y el mes siguiente recluirlos en la prisión del complejo trabajando para mantener el sistema; cada pareja tendrá otra pareja Alterna que invertirá los períodos, de modo que tanto la población reclusa como la que disfruta de su mes de libertad siempre será la misma.

"Consiliencia = Concesión + Resiliencia
¡Entregamos tiempo en el presente, ganamos tiempo para nuestro futuro!"

En realidad, Consiliencia es una organización de carácter sectario dedicada a la ingeniería social, adscrita al ideario poscapitalista de individualismo estricto y ultrarreligioso, aunque aconfesional, y que, naturalmente, tiene su lado (más) oscuro, más allá de la manipulación y las técnicas de control social. El paradigma inicial es que la iniciativa privada -los poderes públicos hace tiempo que han perdido su oportunidad, revelándose inútiles e ineficaces- debe tomar el control para detener la deriva en que ha caído el mundo civilizado, amparando y facilitando un nuevo diseño de la trama social real: la libertad es un bien preciado pero que las circunstancias no permiten disfrutar, y las prisiones pueden ser centros de rehabilitación real pero también fuentes de riqueza; Consiliencia es el paradigma para, combinando ambas hipótesis, proporcionar a los participantes "una vida con sentido".

Sin embargo, y a pesar de la estricta planificación, ambas situaciones conservan vestigios de lo que serían si no estuviesen intervenidas: la naturaleza humana, con sus virtudes y, especialmente, sus defectos, aflora tanto en prisión como en el exterior, y el control, por más férreo que sea, puede contener esas pulsiones pero no puede erradicarlas. Charmaine, que mantiene una relación prohibida con su Alterno, es descubierta; aparte de la infidelidad, ha transgredido varias normas, y ha puesto al descubierto una de las estrategias principales de la Organización: la laxitud con que los dirigentes trataban a los huéspedes era sólo una ilusión para que pensaran que no había vigilancia y para que se relajaran en el cumplimiento de las normas a fin de poder atraparles con más facilidad: la represión leve es más efectiva que la prohibición constante; incluso la duda entre si de ha transgredido la ley o no es más efectiva que una legislación estricta. Es ante estas muestras de disonancia que los huéspedes pueden llegar a plantearse la cuestión principal: si se les facilita una vida aparentemente libre, con trabajo, comida, bebida, sexo, y con las necesidades primarias cubiertas, ¿dónde está la trampa? 

Como toda ideología totalitaria que se precie, la Organización tiene un recurso que ha probado suficientemente su utilidad, el eufemismo: el mismo control, la programación, los castigos -que incluyen la pena de muerte para aquellos casos irrecuperables bajo el principio de separar las manzanas podridas para evitar que malogren el resto- son redefinidos mediante nombres neutros descargados de su significación original. Otra táctica, tomada prestada de los regímenes totalitarios, es la de la amenaza exterior: la Organización advierte de intentos de sabotaje informativo contra Consiliencia, es decir, emplea la táctica de desvelar un reto externo para compactar mejor al grupo y, de paso, justificar algunas medidas represoras; la Organización no puede permitirse desafíos a su orden social. Sin embargo, sí existe una amenaza real: uno de los fundadores mantiene contacto con el mundo exterior para denunciar algunas carencias de Consiliencia; esa conspiración interna es la responsable de los extraños  sucesos que acaecen a Stan, lleva planificándose mucho tiempo, e implica a los principales protagonistas.

La sociedad que muestra Por último, el corazón es una variedad de la sociedad del simulacro: la sustitución hecha norma, el eufemismo llevado a lo tangible. El modelo más explícito sea tal vez la política oficial de la Oganización con respecto a los robots, los prostibots, un simulacro de compañeros sexuales que se intenta que se parezcan a los humanos -se puede incluso escoger el parecido, siendo los más demandados las réplicas de Elvis Presley y Marilynn Monroe- pero sin las complicaciones de éstos, y destinados a satisfacer unas necesidades específicas. Y así hasta llegar al mayor de los simulacros: la creación de una realidad alternativa que primero es impuesta pero después va siendo adoptada gradualmente por la población, parecería casi voluntariamente, y que llega a sustituir a aquélla; al final, la verdadera resistencia es reivindicar lo real.

Atwood, autora de una obra contrastada, alguna de temática parecida, posee un completo dominio del ritmo narrativo; la forma escogida para materializar ese efecto es el uso de la dilación y la espera cuando el episodio está a punto de concluir mediante diferentes recursos: las especulaciones de los protagonistas anticipando posibles consecuencias de sus actos bajo el recurso de "qué pasaría si...", la descripción detallada de alguno de los procedimientos internos de la Organización o las entrevistas con los gestores. Atwood maneja la intriga con mano firme; la novela es una muestra de oficio desde cualquier punto de vista, y la variedad de registros la convierte en un modelo incuestionable de novela bien planteada y mejor desarrollada. La trama avanza y se detiene, como si dudase, se enrosca sobre sí misma, y cuando parece a punto de agotarse, abre argumentos secundarios que avanzan al unísono o, gracias a una hábil sucesión de capítulos, y una vez dispersas, vuelven a unirse gradualmente hasta regresar a la trama principal, con todos los cabos atados, preparándose para un final no conclusivo que deja al lector atónito.

Si Por último, el corazón es desasosegante es porque Atwood tiene la habilidad de convertirla en una réplica de la sociedad real -o en una visión de futuro de hacia dónde se encamina-, en la que todos somos ciudadanos con plenos derechos, reconocidos legalmente, pero también prisioneros, o rehenes, de las convenciones, de las deudas o de nuestras esclavitudes privadas. Atwood retrata a la perfección el ambiente general de desesperanza y desolación, con cierto carácter postapocalíptico, con barrios arrasados por la crisis, delincuencia residual e individualismo extremo, y se sitúa temporalmente en un futuro indeterminado, al más puro estilo ballardiano.

Una distopía es tanto más terrorífica cuanto menos especulativa -y vuelvo a Ballard, el maestro indiscutible del género-, cuanto más similar a la nuestra sea la sociedad que describe, cuanto más cercano a nuestros días sea el futuro previsto; cuantos menos sean los intervalos que nos separen, más aterradora. Es la inquietud que proporciona la posibilidad de que lo que se describe sea posible; es decir, con altos visos de verosimilitud.


Calificación: ****/*****

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