21 de marzo de 2016

Thomas Pynchon

Thomas PynchonDavid Aliaga, Jon Bilbao, Albert Fernández, Paula Lapido, Ruben Martín Giráldez, Fran G. Matute, Antoni Mora, Anahita Rouyan y Simon Peter Rowberry.
Editorial Base, 2016
La lectura es una afección mental crónica que se manifiesta a través de una serie muy variada de síntomas; uno de los más frecuentes es la adicción psíquica a la obra de un determinado escritor, caracterizada por la búsqueda pulsional de todo lo que sale de su pluma, sean novelas, relatos, artículos, tweets o cualquier tipo manifestación que requiera un medio de publicación. En los casos más graves, esa adicción se manifiesta también con respecto a todo lo que se publique acerca de ese mismo autor, mereciendo un caso aparte, síntoma de la gravedad más incurable, los libros sobre libros. Es en este caso extremo de disfunción en el que debe inscribirse el volumen que unos cuantos entusiastas admiradores, liderados por la inquebrantable fe de un reciente converso -como es de general conocimiento, no hay fe más inquebrantable que la fe del converso- de uno de los autores más crípticos, tanto en el sentido de información codificada como en el de camuflaje del propio escritor, de la literatura actual; un volumen que no es tanto un sesudo, caótico y sectario ensayo crítico como un homenaje, también en el sentido de vasallaje, de unos cuantos rendidos incondicionales. 
Thomas Pynchon (?) sin bolsa.
Adscrito consciente y voluntariamente a la horda de pynchonianos acérrimos, rama irredentos, facción desahuciados, el autor de este blog es el primero en reconocer humildemente su incompetencia para asimilar en una primera lectura alguna de las obras consideradas "mayores" de las gestadas por el camaleónico, formal y literariamente, Thomas (Ruggles) Pynchon (Jr.); me refiero a esas que han dado en llamarse pynchonianas, pues Pynchon también tendría novelas "no-pynchonianas", como todos los grandes autores que se han tomado vacaciones en su papel de "escritor fundamental del siglo XX", aunque esta afirmación es tan simplificadora como  cuestionable, y aplazar siempre la consideración definitiva para una estadísticamente improbable serie de relecturas. A menudo parece que la peor maldición que puede afectar a un escritor considerado "de culto" es que todo el mundo, cultural y ¡ay!, no cultural, va a hablar de él pero nadie lo va a leer; póngase remedio a esta deficiencia con la mayor celeridad, hágase caso a las voces cuya lectura ha otorgado credibilidad y húyase de la tendenciosidad de las que se creen saberlo todo sin haber experimentado nada.
Thomas Pynchon (?) con bolsa.
Como librero, permítaseme otra referencia personal, me he visto demasiadas veces ante la pregunta definitiva: "No he leído nada de Thomas Pynchon, ¿por qué libro empiezo?" -de hecho, me parece que esta pregunta tiene algo que ver, aunque sea remotamente, con el libro coordinado por David Aliaga- para a) tomarme a la ligera cualquier opinión cualificada sobre la obra del norteamericano, y b) pretender pontificar desde el punto de vista de simple lector acerca de los intríngulis del corpus Pynchoniano. Así que ahí van algunas reflexiones inconexas inducidas a tenor de las colaboraciones de este volumen.

1.- La paranoia es un fenómeno muy creativo, no hay que olvidar que el arcoíris es un fenómeno óptico: lo vemos, pero no existe; y que la gravedad es un fenómeno físico: existe, pero no lo vemos.

2.- Si Thomas Pynchon no existe -su existencia real, como individuo, ¿es irrelevante?-, ¿quién ha escrito las novelas que firma "Thomas Pynchon"?

3.- Si Saul Bellow☛Philip Roth☛Ricard Ford, entonces, 
¿William Gaddis☛Thomas Pynchon☛David Foster Wallace?

4.- Vamos a ver, ¿no habíamos quedado, desde Barthes y Foucault, que el autor había muerto? ¿O es que sólo estaba hibernando? Y si es cierto que ha muerto, ¿qué hacen ahora los críticos, se dedican a la fotografía o se entregan a la apasionante hagiografía?

5.- Me parece más interesante conocer cómo es TP que quién es. Su apariencia física, de la que no poseemos ningún dato fiable, para decepción de los medios, es una incógnita, y su obra nos dice poco que pueda considerarse fidedigno acerca de sus ideas políticas, demócrata o republicano, insider o outsider, judío o antisemita; acaso esa indefinición forme parte de la poética del autor, del mismo modo que el alfabeto latino, aunque sea desde el más estricto y victorioso, de momento, exilio individual. ¿Y si algún día se diera a conocer, concediendo entrevistas a Rolling Stone y aceptando premios literarios? ¿No nos obligaría ese cambio de coordenadas a releer toda su obra bajo esa nueva premisa?

6.- Todo conjunto de obras de un mismo autor parece poseer cierto sentido evolutivo; en el aspecto formal, como poco cuestionable en el caso de Pynchon, pero también en su contenido. Bien lejos de conformar un archipiélago incomunicado, uno tiene la sensación de que en la obra del norteamericano cada nueva novela modifica la inmediatamente anterior, y así sucesivamente hasta llegar a Lento aprendizaje, el verdadero paradigma, ya que fue el propio autor el que cuestionó su validez primigenia. ¿Cómo asumir, desde el punto de vista del lector, esa característica de obra abierta? Pues releyendo: Pynchon y relectura son dos conceptos inseparables. Propongo un método rayuelano la mar de sencillo: 

  1. Lectura de Lento aprendizaje.
  2. Lectura de V y relectura de Lento aprendizaje.
  3. Lectura de La subasta del lote 49, y relectura, por este orden, de V y Lento aprendizaje.
  4. Y así sucesivamente.
7.- Si todo texto que se precie está formado por un discurso principal y un conjunto de digresiones, ¿qué sucede cuando un texto es, principalmente, digresión¿ ¿Puede suceder esto? ¿Deberá continuarse llamado digresión a lo que se desvía de un discurso principal no existente?

8.- Alude Martín Giráldez a la irreversibilidad del destino recordando un pasaje del Tristram Shandy -ese texto tan Pynchoniano que se adelantó más de doscientos años al propio Pynchon- en el que el cabo Trim asegura que la bala que le hirió "llevaba su nombre". También las novelas de Pynchon van con recado: tienen nombre y día, mes y año; si el tuyo, esforzado lector, no figura justo después de la página de créditos ni la fecha hábilmente escamoteada corresponde con el día de hoy, ni siquiera comiences la lectura: ni ese libro es para ti, de momento, ni le ha llegado todavía su hora.

9.- Lo que deseas a tu mejor amigo no es muy distinto de lo que deseas a tu peor enemigo: el castigo efectivo nunca está en lo óptimo ni en lo pésimo, está en la medianía.
Esto es una digresión, claro.

10.- Bilbao asimila algunos pasajes de Pynchon a la travesía de la niebla que rodea la Isla de la Calavera en King Kong. La singladura del Venture (aunque Pynchon jamás le hubiera dado ese nombre) tiene un destino prefijado y posee información suficiente para surcar la invisibilidad con la esperanza de encontrar aquello que busca: su objetivo. Expuesto ante la misma dificultad -la diferencia entre el sillón de lectura y la nave transoceánica es irrelevante-, el lector común puede abandonar la singladura con la ilusión de que puede volver impunemente a la zona de visión, o seguir la navegación con la esperanza de que, diez o cien páginas más adelante, aparezca en el horizonte la isla del simio gigante. El lector Pynchoniano, ese raro espécimen de la fauna leyente, considerará inevitable la desaparición de la niebla, pero su verdadera singladura será surcar esas aguas invisibles sin más esperanza de recompensa que el propio placer del extravío.

Thomas Pynchon es un intento gozoso y radiante de acercar al lector a uno de los autores más enigmáticos de la literatura actual, tan aconsejable para el neófito por no caer en el academicismo inútil e ininteligible como imprescindible para el converso; un placer de lectura. 

Calificación: ****/*****

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