Johann Sebastian Bach. Una herencia obligatoria. Paul Hindemith. Fundación Caja Madrid, 2006 Traducción y prólogo Luis Gago |
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/07/johann-sebastian-bach-una-herencia.html
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La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach. John Eliot Gardiner. Acantilado, 2015. Traducción de Luis Gago |
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/07/la-musica-en-el-castillo-del-cielo.html
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Trabajo sucio. Larry Brown. Dirty Works, 2015 Traducción de Javier Lucini |
Reseña completa en: http://jediscequejensens.blogspot.com.es/2015/07/trabajo-sucio.html
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El color de la magia. Terry Pratchett. DeBolsillo, 2012 Traducción de Cristina Macia |
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La festa de Gerald. Robert Coover. Quaderns Crema, 1990 Traducció de Jordi Larios |
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Teología de bolsillo. Paul-Henri Thiry, barón de Holbach. Editorial Laetoli, 2015 Traducción de Iago Gómez Bellas. Epílogo de Marc Curran |
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Ensayos literarios. Shakespeare, vidas de poetas y The Rambler. Samuel Johnson. Galaxia Gutemberg, 2015. Traducción de Gonzalo Torné de la Guardia, Antonio José Rodríguez Soria, Ernesto Castro Córdoba. |
Varios son los hitos que jalonan la trayectoria literaria -nunca antes se concibió las crítica como parte de la literatura ni, salvo en contadas excepciones, la crítica literaria ha sido tan literaria con posterioridad- del Doctor Johnson: el primero, haber sido el primer editor de las obras de Shakespeare (The Plays of William Shakespeare, 1765), edición prologada por la mejor introducción jamás generada a la sombra, no sólo de la obra del bardo, si no de cualquier obra de la historia de la literatura (Preface to Shakespeare); pero también la confección de un diccionario de la lengua inglesa (A Dictionary of the English Language, 1755), una obra magna en la que puso de manifiesto una erudición que traspasa con creces el ámbito filológico para entrar de lleno en el filosófico -un diccionario que acaba siendo más enciclopedia que diccionario y cuya vigencia, en este ámbito, sigue intacta- y una voluntad de ilustración -una faceta social que no hay que obviar- que la crítica posterior, enredada y lastrada por el peso de los -ismos, ha sido incapaz no ya de renovar si no ni siquiera de mantener. Es esa "función social" de la crítica lo que realmente persigue el Doctor, indicar qué es lo que se debe leer y por qué, y no la aséptica opinión personal, un criterio para el que no hace falta más que cierto voluntarismo y ni siquiera una preparación específica demasiado estricta -y, para muestra, el autor de estas líneas...-.
La selección que ha hecho los editores se divide en tres partes que son, a la vez, tres temas: Shakespeare, como no podía ser menos, ocupa la primera parte, con el célebre Prefacio, y con unas Observaciones generales a cada obra. Sigue una selección de su Lives of the Most Eminent English Poets, 17881), que incluye a Milton, Cowley, Prior, Swift, Addison, Pope y Gray. Finalmente, la parte más reducida, una selección de los artículos escritos para periódicos en las que el Doctor da rienda suelta a su erudición y, aunque también a su hostilidad, en la que vemos al Johnson más accesible.
Poco más puede decir con su balbuceante forma de expresión este pobre lector que conminarles a que lean atenta, circunspecta y aplicadamente a uno de los talentos literarios más grandes que ha dado la historia.
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No soy buen lector de cómic: en las pocas ocasiones en que el tipo de ilustración me gusta, pierdo el hilo de la narración; en las otras, en las que hay que prestar atención a los "bocadillos" -como en el caso de la narrativa ilustrada-, acabo leyéndolos sin mirar con el detalle que merecen los dibujitos. Así que ninguna opinión que me atreva a sugerir acerca de un cómic merece la más mínima consideración. Aunque creo que pudo distinguir la diferencia entre, por ejemplo, una versión dibujada de Moby Dick y un Moby Dick ilustrado, tampoco soy capaz de distinguir entre las varias hibridaciones que existen entre esos dos extremos, y sigo prefiriendo un Moby Dick sin -disculpen el concepto- distracciones -tal vez, que no lo sé, en este cambio idiomático habría que incluir las versiones fílmicas, que tienen la virtud, de mejorar a malos libros y empeorar a los buenos-. Como es lógico -si lo que acabo de decir es cierto para la novela de Melville, cómo no va a serlo para Proust-, ninguna bande dessinée es capaz ni siquiera de asomarse a la complejidad y a la riqueza de La Recherche, pero el acercamiento ilustrado que tiene en marcha Heuet me parece un acierto muy loable; primero, porque la selección de "cuadros" no es fácil, y el ilustrador acierta en la mayoría de las ocasiones; pero también porque en una tarea de ese calibre hay un parámetro que debe sobresalir sobre el resto: el respeto por el original. Aunque NO sustituye a la lectura de la obra de Proust, es un buen acercamiento para quien necesite "calentamiento" ante el desafío -que lo es, sin duda-; y, a la vez, un complemento genial para aquéllos que ya han pasado por él.
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Todo escritor que pretende escribir acerca de su experiencia -no relatar su experiencia- y no le atrae la narratividad y las limitaciones de la autobiografía, se encuentra ante un dilema: o bien escribe lo que piensa, o bien piensa para escribir. A pesar de la cercanía con Montaigne en que coloca a Lichtenberg el autor del prólogo, éste pertenecería al grupo de autores que escriben lo que piensan, mientras que el perigordino piensa para escribir: a lo que hace Lichtenberg se le llama, sin ningún matiz peyorativo, ocurrencias, que son sentencias que se basan en la anécdota y provienen -acostumbran a provenir- de arranques de lucidez; Montaigne, en cambio, elabora y somete a consideración, es decir, ensaya. Es curioso como a pesar de los años que les separan, más de ciento cincuenta, y de que vivió los prolegómenos y los sucesos de la Revolución Francesa, Montaigne es mucho más ilustrado que Lichtenberg tanto en cuanto al planteamiento de sus textos como a las conclusiones a las que llegan, mientras que el alemán se diría imbuido de lleno en pleno Romanticismo. Pero con independencia de estos condicionantes, la agudeza de sus reflexiones, su poca pretenciosidad y la cercanía desde la que interpela al lector -es leyenda, no se sabe si cierta, que nunca corrigió nada, que lo que podemos leer son siempre las primeras formulaciones- hacen que estos Cuadernos, traducidos al castellano por primera vez en su totalidad, sean una lectura muy atrayente.
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Los Diálogos de Rousseau forman parte, junto con Las Confesiones y las Ensoñaciones de un paseante solitario, de la tríada de textos autobiográficos, publicados póstumamente, que escribió en los últimos años de su vida para defenderse de la supuesta persecución -"un complot universal"- de que fue objeto por las autoridades civiles y académicas y, de manera especial, por los Enciclopedistas. Recogiendo la tradición clásica reactivada por la Ilustración, la obra tiene la forma de diálogos que mantienen un ciudadano llamado Rousseau, que se erige en juez de Jean-Jacques, y un Francés, y el objeto de la discusión es tanto la vida como las obras del suizo; la tesis, como era de esperar, que en un mundo ideal -parecido al nuestro, pero regido por las leyes de la naturaleza-, no haría falta apartarse de la masa para perseguir la verdadera finalidad de la vida. En el diálogo I -"Del sistema de conducta para con J. J. adoptado por la administración, con la aprobación del público"-, el Francés desgrana todas las objeciones que se hicieron al protagonista y a la obra, explícita o veladamente, con la cadencia adecuada para que Rousseau responda en su defensa desmontando las acusaciones mediante razonados discursos. En el Diálogo II -"De la naturaleza de J. J. y de sus costumbres"-, el Francés va abandonando su tono acusatorio para, simplemente, ir dando pie a los razonamientos de su interlocutor. En el Diálogo III -De la materia de sus libros y conclusión"-, el papel del Francés es ya claramente apologético, una vez convencido de los méritos de Jean-Jacques. Difícilmente justificable como texto aislado, el libro adquiere su verdadera dimensión como apostilla -o ampliación, o nota al pie- de ese inmenso texto de Las Confesiones; es en este sentido que se trata de un complemento imprescindible para conocer las tesis del ginebrino.
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La selección que ha hecho los editores se divide en tres partes que son, a la vez, tres temas: Shakespeare, como no podía ser menos, ocupa la primera parte, con el célebre Prefacio, y con unas Observaciones generales a cada obra. Sigue una selección de su Lives of the Most Eminent English Poets, 17881), que incluye a Milton, Cowley, Prior, Swift, Addison, Pope y Gray. Finalmente, la parte más reducida, una selección de los artículos escritos para periódicos en las que el Doctor da rienda suelta a su erudición y, aunque también a su hostilidad, en la que vemos al Johnson más accesible.
Poco más puede decir con su balbuceante forma de expresión este pobre lector que conminarles a que lean atenta, circunspecta y aplicadamente a uno de los talentos literarios más grandes que ha dado la historia.
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À la recherche du temps perdu. Un amour de Swann. Volume II. Marcel Proust. Guy Delcourt Productions, 2008 Adaptation et dessins de Stéphane Heuet |
À la recherche du temps perdu. Du côté de chez Swann. Noms de pays: le nom. Marcel Proust. Guy Delcourt Productions, 2013 Adaptation et dessins de Stéphane Heuet |
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Cuadernos. Volumen I. Georg Christoph Lichtenberg. Hermida Editores, 2015 Traducción de Carlos Fortea. Introducción de Jaime Fernández |
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Juez de Jean-Jacques. Diálogos. Jean-Jacques Rousseau. Pre-Textos, 2015 Traducción de Manuel Arranz Lázaro. Prólogo de Javier Gomá Lanzón |
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El demonio de la teoría. Antoine Compagnon. Editorial Acantilado, 2015 Traducción de Miguel Arranz |
"Cuando entré en sexto en el pequeño liceo Condorcet, nuestro viejo profesor de latín-francés, que era también alcalde de su pueblo en Bretaña, nos preguntaba cada vez que leíamos un texto de nuestra antología: "¿Cómo entiende usted ese pasaje? ¿Qué ha querido decirnos el autor? ¿Qué excelencias tiene el verso o la prosa? ¿Dónde reside la originalidad de la visión del autor? ¿Qué lección podemos sacar de todo eso?". Durante un tiempo se pensó que la teoría literaria había barrido de una vez por todas estas obsesivas preguntas. Pero las respuestas pasan mientras las preguntas permanecen. Y las preguntas siguen siendo aproximadamente las mismas."La institucionalización de la teoría literaria y su transformación en método la han conducido a su desnaturalización convirtiéndola en un cristal deformante que, en su afán analítico e ínfulas multidisciplinares, ha acabado cayendo en la autorreferencia y perdiendo de vista, o incluso obviando directamente, su objeto de estudio: una teoría literaria sin literatura. Puede que en su visión ombliguista de la literatura y en su preocupación por autojustificarse, la teoría haya ocupado sus esfuerzos planteando preguntas que logren, supuestamente, desmontar motivaciones y desenmascarar intenciones, pero para lo que parece no haber servido es para responder a las preguntas planteadas antes de que ella misma existiera como disciplina autónoma, antes de la aparición de los estudios literarios, en pleno Romanticismo, invadiendo el campo del que se ocupaban, de forma bastante eficiente, la crítica literaria y la historia literaria. En todo caso, cuando la teoría va de la mano de la ideología, con esos apellidos que la acompañan desde principios del siglo XX -marxista, feminista...-, pasa de ser juicio a ser prejuicio; y, en el fondo, pierde cualquier utilidad. Un notable acercamiento a los excesos del academicismo y un loable intento de reivindicar, también en cuestiones literarias, el sentido común.
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