12 de marzo de 2015

Lancha rápida

Lancha rápida. Renata Adler. Sexto Piso, 2015
Postfacio de Guy Trebay. Traducción de Javier Guerrero
"Abdominales aparte, es posible que seamos realmente un grupo de inválidos, hipocondríacos e inadaptados. Hasta aquellos de nuestro grupo que se mantienen en forma con el yoga parecen más propensos a la gripe que otros."
¿Qué es primero, la disposición hacia una cierta forma de vida, o la exposición que crea la expectativa? Incluso en el triunfo, en una vida que haya colmado la mayoría de las expectativas, visto con la perspectiva de los años, parece haber quedado algo en el camino, algo impreciso e indefinible que tal vez en su tiempo ni siquiera representó una aspiración. Sí, hemos sido felices y hemos conseguido casi todo aquello que nos propusimos; sin embargo... Este sin embargo es el terreno que explora Renata Adler en Lancha rápida (Speedboat, 1975).

El campo de juego en el que se desenvuelve la protagonista es el mundo del periodismo -de cierto periodismo, y en sentido amplio- en los años 70 del siglo pasado en Estados Unidos: viajes exóticos, corresponsales cómplices, lugares peligrosos, una vida aventurera y glamourosa, y la confirmación de la profesión como "cuarto poder": en 1972 explota el caso Watergate, Bernstein y Woodward inician la investigación y dos años más tarde Richard Nixon se ve obligado a dimitir.
"Hay un pasaje en Dante en el que él y Virgilio, viajando por el Infierno, se detienen junto a un hombre enterrado hasta el cuello en cieno hirviendo. El hombre no se molesta en hablar con ellos. Tiene sus propios problemas. No quiere una entrevista. Dante realmente lo agarra del pelo y consigue su historia. Creo que ahí hay una especie de parábola sobre el periodismo."  
El texto constituye un paseo por el lado salvaje -"la resaca de la fiesta de los años 60"-, un camino al borde del abismo recorrido inconscientemente, sin hacer caso del peligro u obviándolo como si no existiera, ignorando el precipicio, caminando alegre y despreocupadamente por el filo. Adler pasa una mirada severa y nada complaciente hacia una educación elitista que escondía, con la connivencia de todos los implicados, las carencias emocionales, e incluso humanas, de una sociedad lanzada al galope ciego hacia el abismo de la inconsciencia, "tratando de mantener una apariencia de vidas decentes". Y de aquellos polvos, estos lodos: una generación desencantada en la que la promiscuidad, en todos los sentidos, sustituye al compromiso, también de cualquier clase. Se trata de una mirada inteligente au-dessus de la mêlée de quien forma parte del mismo sistema que denigra pero posee la suficiente capacidad de abstracción para ser consciente de sus carencias.
"La cordura es la opción moral más profunda de nuestro tiempo."
Toda crisis genera déficits, y cuando ésta es generacional, esas insuficiencias se convierten en norma; multitud de libros y algunas obras maestras nos han mostrado los efectos de estos trances en las capas sociales más desfavorecidas por la fortuna -y no solamente en el aspecto económico-; los personajes de Adler no pertenecen a esta categoría, ellos son los supervivientes -aunque no los vencedores; a éstos, cualquier cataclismo les es favorable y, además, salen con las deudas saldadas-, y también han tenido que satisfacer su precio en forma de descreimiento: no hay esperanza para el que ya está de vuelta, para el que posee la información de lo que sucederá, para el que ya ha agotado todas las posibilidades.
"Las cosas violentas siempre les ocurren a los muy ricos, y a los pobres, por supuesto. Los accidentes absurdos les ocurren a la clase media."
Lancha rápida se estructura en fragmentos episódicos y, a pesar de su trasfondo ético, sin ninguna intención ni teórica ni moralista, acaba componiendo un retrato fiel y exhaustivo de una determinada época: Adler solamente muestra las pinceladas, es trabajo para el lector componer el conjunto de la obra. Intervenciones cortas que exploran únicamente un aspecto determinado de una situación dada, sin ofrecer antecedentes ni información complementaria, como una escena que debe explicarse por sí misma y que sólo tiene relación con el resto de una forma indirecta. Sorprende -y sorprendió más en su día- la ausencia de trama en esa sucesión de episodios aislados de los que el lector debe entresacar de la información incidental aquellos tratos imprescindibles para comprender el retrato, no ya de unos personajes que parecen "pasar por ahí", sino el de toda una generación; cierto que la visión que se nos ofrece es parcial, la extracción social de los personajes es muy sesgada y las situaciones en que se desenvuelven muy determinadas y con pocas posibilidades ejemplarizantes, pero eso no la hace menos interesante.
"La inteligencia radical en la posición moderada es el único sitio donde la inteligencia aguanta. O eso parece."
Una lectura muy estimulante. 

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