30 de julio de 2014

Lecturas de julio

Traducción de Juan de Sola
Moo Pak es la historia de un libro que surge de no ser escrito, una paradoja metaliteraria que explota el hecho de que si el texto que había de ser redactado lo hubiese sido efectivamente, el libro que tenemos entre manos no existiría, pues no deja de emerger de una carencia. Un solo párrafo de verborrea incontinente en la que un amigo escritor le cuenta a otro -que es el narrador-, mientras pasean por un Londres meticulosamente cartografiado, acerca de sus aspiraciones artísticas y personales, y aprovechando para cargar con las contradicciones de la contemporaneidad. En una sabia mezcla de Beckett, conceptualmente, y Bernhard, formalmente, el lector asiste a unas reflexiones que bien podrían ser las suyas, expuestas con la frescura de la conversación intrascendente pero con la profundidad de una tesis. Un texto diferente y extremadamente desafiante de un autor relativamente desconocido por estos lares que merece meticulosa atención.
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El somni de Lucreci. Martí Domínguez, Proa, 2013
El veritable efecte intel·lectual del poema de Lucreci no va tenir per subjecte la societat contemporània del filòsof -el materialisme posseïa una llarga tradició des dels filòsofs presocràtics, i les relacions dels grecs i els romans amb la religió era molt laxa- sino el seu redescobriment al Renaixement, moment en el qual el cristianisme havia assolit una envejable i consolidad posició de domini, i no només en qüestions religioses. Domínguez ressegueix, amb habilitat narrativa, neteja, raonaments intel·ligibles i gran capacitat didàctica, les petxades de De rerum natura a través de la història de la ciència i el pensament científic al llarg del segles, remarcant el paper de precursor de la racionalitat moderna, en un viatge que parteix d'Epicur i que, passant per la invenció de la impremta i la Il·lustració, tallà definitivament la interdependència de la natura i de l'ésser humà, considerat com el seu producte fruit de l'atzar, amb els déus.
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El comienzo de la madurez. Henry James, Editorial Periférica, 2014
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
Pocos autores requieren del lector una disposición de ánimo tan particular para enfrentar sus textos como Henry James. La cualidad hipnótica de su prosa y su enrevesada sintaxis, pleonásmicamente eficiente, requieren una atención que, obviando -aunque disfrutando- la forma, permite descifrar un mensaje, entre el cúmulo de elisiones, sobreentendidos y ocultamientos, que deja atónito al lector desprevenido. Así que busquen un entorno apropiado y tomen, al menos, una dosis anual de Henry James; su inteligencia se lo agradecerá.
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Diario 1660-1669. Samuel Pepys, Espasa, 2007
Traducción de Joaquín Martínez Llorente
El Diario, un género híbrido entre la ficción y las Memorias, provocado por el intento de registrar, en provecho de una desconocida posterioridad, unos determinados hechos personales puestos en un contexto histórico concreto, acaban siendo pasto de la curiosidad del lector común y, a la vez, de la investigación histórica. El Diario de Samuel Pepys, político y bibliófilo inglés, permite asistir en primera persona a una etapa determinante en el devenir  de la historia de Inglaterra, la Restauración. Como en las Memorias de Ultratumba, lo que conocemos en una versión personal, subjetiva e interesada de lo acontecido, es cierto, pero es en esta limitación donde reside su encanto; para visiones "objetivas", ya tenemos la Historia.
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16 de julio de 2014

El comienzo de la madurez

El comienzo de la madurez. Henry James, Editorial Periférica, 2014
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
"Actualmente todos ilustramos juntos, de un modo frívolo o como una vasta y monótona masa, nuestra época y régimen maravillosos. Eso y nada más. Por lo cual la imaginación histórica, con su punzante necesidad de mirar hacia atrás, camina a tientas en estos tiempos entre vanos gestos, incapaz de toparse con el otro, siempre otro, espécimen concreto que, allí donde las habladurías sólo dan fragmentos, éste nos ofrece volúmenes enteros."
En el mes de marzo de 1870 Henry James desembarca en Londres procedente de norteamérica... El consecuente choque cultural, que el propio James ejemplifica en este texto en el anecdótico y peculiar modo en que se sirven las magdalenas en el hotel donde desayuna -¿les parece irrelevante el detalle? No olviden, es Henry James- ha sido tratado, personalmente o mediante narrador interpuesto -de hecho, una gran parte de la obra del norteamericano tiene, como mecanismo disparador o, directamente, como tema central este tema- en varias ocasiones. El comienzo de la madurez (The Middle Years, 1917), un texto autobiográfico inacabado publicado póstumamente en 1917 es, simultáneamente, una ampliación, un comentario y una reformulación, ya que no resumen, no existe este concepto en la poética jamesiana, de este conjunto disperso de escritos referidos al tema en cuestión. Es desde la madurez, ahora sí, que James vuelve a esos años y a ese hecho, con la pretensión de que la perspectiva temporal le permita una observación más pura, menos contaminada por la inmediatez, bajo el conocido paradigma, en lo que a literatura autobiográfica se refiere, del recuerdo como una red de la que es imposible escapar.
Intento de decodificación de un fragmento de El comienzo de la madurez
La obra cierra, en cierto modo -o intentaba cerrar, pues se trata de un texto inacabado de cuya longitud final el texto existente no facilita ningún indicio-, el círculo del recuerdo, es la frase final del largo párrafo cuya oración principal, esa llegada a Londres, se ha visto complementada con interminables, apriorísticas y vacilantes subordinaciones que han llegado incluso a modificar el sentido de lo escrito, el agua de este estanque que se enturbió de tanto agitarla que queda, finalmente, límpida de nuevo, después de transcurrido el tiempo suficiente para que el lodo vuelva a posarse en el fondo, reposo que facilita una visión inédita, por inusual ya que no por nueva, del estanque en todo su esplendor.

Uno de los leit motiv de las páginas autobiográficas de Henry James, recreados en algunas de sus más celebradas obras de ficción, en Retrato de una dama (The Portrait of a Lady, 1881) como ejemplo sublime, es la extrañeza del americano trasplantado a Inglaterra -otra soledad, otras gentes, otras costumbres...- al mismo tiempo que un extenuante complejo de inferioridad, el mismo que el nuevo rico padece ante la burguesía adinerada y no digamos ya por la aristocracia -las "alturas olímpicas apenas discernibles"-, compuesto por el sentimiento de envidia por aquella clase que el dinero no puede comprar y por el miedo al ridículo de mostrar conductas no adecuadas, fuera del consenso tácito -y de ahí, algunas veces, la imposibilidad de decodificación- acordado por sus miembros, por no hablar de las miradas, entre curiosas y expectantes, de que es objeto un individuo de una especie desconocida, hacia el cual la condescendencia no evita la piedad. Todo ello, en el caso que nos ocupa, agravado por un hecho determinante: todo lo asimilado como americano en América no sirve para ser inglés en Inglaterra, pero tampoco para ser americano aquí porque no cumple con los prejuicios que los ingleses tienen de los americanos.
"Caballeros eminentes como los demás, ay de mí, insistían en interrogarme, pues vívida persiste en mi asombrada memoria la extrañeza al hallar que yo podía resultar interesante a sus ojos: sobra decir que ese interés supuso la probada humillación de mi impotencia. Mi identidad, creía yo, estaba toda en mi sensibilidad hacia el despliegue de estos hombres, sensibilidad de la que no quedaba ni una migaja para ensayar una exhibición personal. Todo lo cual hacía inoportuno, además de extraño, que me trataran como un espécimen y que me viera obligado de la manera más inesperada a demostrar que era uno de los buenos."
Henry James.
Fotografía de 
http://www.turtlepointpress.com
Pero el regreso de una y otra vez sobre el recuerdo no contiene en sí mismo únicamente el efecto de reformularlo, como si cada vez que recordamos un episodio de nuestra vida de aplicáramos un conjunto de cambios imperceptibles conservando la naturaleza del recuerdo original pero modificando lo que podría denominarse accidentes, sino que también la vuelta al estado consciente de las circunstancias que complementaron el episodio puede materializarun conjunto de sensaciones que no experimentamos en el transcurso del propio suceso por falta de atención, por ignorancia o por inadvertencia.
"No consigo pensar en nada, entre las cosas que pasé por alto, que no me dolería volver a perderme ahora."
Tal vez no es posible aislar el recuerdo de las experiencias del recuerdo de las expectativas de un determinado hecho en una determinada situación, como fue la llegada a Londres de Henry James, y las que fueron adivinándose a medida en que pasaban los días, conocía a los individuos más diversos y se pasaba una etapa de cierta aclimatación, de tal manera que éstas intervinieron sobre aquéllas, contaminándolas y relegándolas al lugar que ocupan las cosas de poca importancia, aun siendo las únicas verificables, porque incluso en el terreno del recuerdo aquello que esperábamos arrastra más placer que los hechos que se limitaron a suceder. De este modo, a medida en que los días desde la llegada iban sucediéndose con la alegría del descubrimiento, se diría que lo que alimentaba la capacidad de admiración del recién llegado no eran las experiencias que vivía tanto como la creación de una sucesión creciente de expectativas estimuladas por la nueva situación.
"¿Por qué, sin embargo, opté por tan pequeño mendrugo en la primera y breve entrada de un banquete de iniciación que no haría más que prolongarse a o largo de los anos? A menos, claro, que se tratara de un fragmento, elegido al azar, de toda la urgente actividad de un proceso mediante el cual mi inteligencia se alimentaría sin cesar en el futuro, creo yo, mucho más de lo que le sería posible hacerlo en otra fuente o, como era el caso, en todas las otras fuentes reunidas. Cien modestos recuerdos más de esta especie respiran junto a mí, cada uno con su propia y leve exhortación, según los traigo a la memoria, pero mi idea es abordar de la mejor manera posible la totalidad reunida de mis impresiones subsiguientes, unos frutos que creo haberme limitado a almacenar en abundancia."
Londres victoriano.
Fotografía de 
http://www.victorianlondon.org
El recuerdo, ¿es una entidad estática, un repositorio al que volvemos cuando deseamos evocar unos momentos o unas sensaciones, independientemente del fin con el que queramos traerlos, o un proceso dinámico que hay que cultivar a lo largo de la vida para que esa evocación trascienda de su primera naturaleza y nos permita reformular el presente?

Si algo debe deducirse de este cuaderno de notas es la existencia de una diferencia abismal, y ése es tal vez el motivo pòr el que James las escribe, esa reescritura, que no ampliación, de sus propias memorias, entre las expectativas que le acompañaban desde el otro lado del Atlántico y la realidad, o su percepción de ella, con la que se encontró en Gran Bretaña, décalage que él mismo recrea, como ha quedado precisado con anterioridad, en algunas de sus novelas. Aunque miembro de buena familia, James llega a Europa con la sensación íntima de no pertenecer a este mundo pero con la intención de un cierto regreso a sus orígenes; pero, a pesar de ese extrañamiento, su convicción personal es de cierta igualdad con la sociedad con la que piensa relacionarse. Incluso sus primeros contactos después de la llegada, por fuerza meramente instrumentales, le hacen ver situado en un estrato superior. Sin embargo, cuando de veras empieza a relacionarse con "sus semejantes", se le manifiesta fehacientemente ese intuído sentimiento de inferioridad -teniendo en cuenta que, aspirante a escritor, conocer a George Eliot, a Alfred Tennyson y a James Russell Lowell es una prueba difícilmente superable incluso para autoestimas bien cimentadas- con que atraviesan el Atlántico algunos de sus personajes. James viaja a Inglaterra con una previsora modestia en su equipaje, pero cuando abre éste lo que se encuentra son los ropajes de los "neciamente afortunados".

Pocos autores requieren del lector una disposición de ánimo tan particular para enfrentar sus textos como Henry James. La cualidad hipnótica de su prosa y su enrevesada sintaxis, pleonásmicamente eficiente, requieren una atención que, obviando -aunque disfrutando- la forma, permite descifrar un mensaje, entre el cúmulo de elisiones, sobreentendidos y ocultamientos, que deja atónito al lector desprevenido. Así que busquen un entorno apropiado y tomen, al menos, una dosis anual de Henry James; su inteligencia se lo agradecerá.

4 de julio de 2014

Le ParK

Traducción de Rubén Martín Giráldez
"Distopía: dícese de la utopía perversa, donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. Manipulación, adoctrinamiento masivo, vigilancia y mediocritización son cuestiones permitidas, incluso incentivadas, en el mundo distópico."
"Quizás la distopía literaria más conocida de todas sea la que escribió George Orwell en el año 1948, 1984 (Nineteen Eighty-Four, 1948), la famosa novela en la que aparece el Big Brother, años después paradójicamente convertido en un reality show de alcance global. Ya antes, el norteamericano Aldous Huxley había escrito su versión de la catástrofe en la cientifista Un mundo feliz (Brave New World, 1931). Ray Bradbury, años más tarde, inventaría una sociedad en la que los bomberos, en lugar de apagar incendios, los provoca: Fahrenhei 451 (Fahrenheit 451, 1953), la temperatura a la que arden los libros, sería llevada al cine con indudable éxito por François Truffaut."
"El filósofo inglés Thomas More escribió su Utopía (Utopia, 1516) en pleno siglo XV, y desde entonces muchos escritores se han asomado a las distopías; algo renuente, algo pernoctado, las distopías pueden leerse como uno de los síntomas de nuestro tiempo: fábulas catastrofistas de mentes lúcidas o diagnósticos del dolor de la modernidad."
Texto extraído del recorrido literario Distopías: lo que no queríamos, disponible en la página web de Librería La Central
En una sociedad donde la modernidad se ha convertido en una patología, cada paso adelante que da el progreso en el aspecto técnico, como si de un equilibrio homeostático se tratara, es un paso atrás en la evolución de la especie; a cada revolución técnica le corresponde su ración de involución humana. Esto no es una regla, por supuesto, pero es uno de los puntos de partida de esta alarmante distopia, que Bégout desarrolla en Le ParK (Le ParK, 2010), basada en la manipulación de la masa, como si el instinto gregario fuera inseparable de la condición humana, mediante la explotación ilimitada del concepto de centro lúdico como el lugar donde no sólo nos divertimos sino que, además, nos facilita todo aquello que deseamos en colectividad -para los deseos personales ya tenemos La Bola Dorada de Picnic al borde del camino o al planeta Solaris-, a un precio prohibitivo que sirve a la vez de filtro para indeseables y de excusa para sobrevalorar sus prestaciones.

¿Y qué es Le ParK? Pues un parque de atracciones, según el DRAE, "el lugar estable en que se reúnen instalaciones recreativas, como los carruseles, las casetas de tiro al blanco y otros entretenimientos" (por cierto, definición algo anacrónica). La palabra "atracción" proviene de la latina attractio, que denomina a la acción y el efecto de "traer hacia sí"; sus componentes léxicos son el prefijo ad- (hacia), tractus (tirado), y el sufijo -ción (acción y efecto).

¿Cómo se materializa esa atracción? Pues recurriendo a la saturación: el visitante, abrumado por la multiplicidad de la oferta, no puede discriminar entre qué constituye una atracción y qué es solamente un paso intermedio entre atracciones... Lo que se persigue es, en consecuencia, no dar respiro al visitante y, de este modo, provocar emociones mediante una conveniente puesta en escena. ¿Qué tipo de emociones? Ah, depende del sujeto, una misma atracción puede influir emotivamente en cada visitante  de forma diferente, siempre en función de su disposición anímica: quien busque diversión, encontrará diversión -y algo más, siendo este algo más el trazo particular de Le ParK y lo que le diferencia del resto de parques de atracciones-; quien busque perversión, encontrará perversión y algo más; quien busque riesgo, encontrará humillación y castigo, otro algo más inconsciente que Le ParK es capaz de discernir. En definitiva, el parque es capaz de satisfacer todos tus deseos, adelantándose a tus solicitudes y adelantándose incluso a proveer aquellas necesidades que todavía no habías identificado.

En una situación de reclusión relativa -Le ParK está situado geográficamente en una isla y, por tanto, delimitado exteriormente; sin embargo, una vez dentro, no se puede acceder a sus límites- las relaciones entre los invitados, cuyo número es limitado, pero ninguno de los habitantes del parque sabe discriminar quién es un invitado o un empleado, se ven alteradas porque sus roles, a diferencia de lo que ocurre en el exterior, no permanecen estáticos. Así, Bégout nos presenta a un preso que ha decidido cumplir su condena perpetua en el recinto, a una joven de frágil constitución anímica, y a un empleado que se extravía en los entresijos de la instalación, y los equipara con la situación del propio narrador -un narrador objetivo que, a pesar de un lenguaje periodístico y desafectado, no es capaz de mantener la frialdad y acaba sucumbiendo a "la poética" de Le ParK-, dejando entrever que una de las posibilidades del parque tal vez sea el desclasamiento: todos, empleados, habitantes y visitantes pueden experimentar la experiencia del intercambio, discrecional pero temporal, de clase; dejando en un lugar aparte, pro supuesto, al multimillonario ruso creador del parque y al arquitecto que lo diseñó. A dónde llevaría la materialización de esta vieja idea reivindicativa del proletariado universal -proletariado que, debido a las restricciones económicas de entrada al parque, nunca podrá acceder a él- es algo que se deja a la imaginación del lector. En todo caso, en un lugar donde se trata "la perversión como entretenimiento lícito", lo que sí queda claro es que "escapar" es quedarse.


Bruce Bégout habla acerca de Le ParK

Violando las fronteras del género, Le ParK tiene la virtud de interpelarnos como habitantes de un mundo hastiado de civilización en el que la dificultad no está en cumplir los deseos sino en encontrar deseos cuya satisfacción esté a un solo paso de ser imposible. Mezcla de ensayo filosófico y de narración de ciencia ficción -sin ser, curiosamente, ninguna de las dos cosas-, más Lovecraftiano que Ballardiano, se trata de uno de aquellos pocos y escogidos libros perversos cuya lectura inquieta, cuestiona y amenaza. Imprescindible. 

2 de julio de 2014

Los recuerdos

Joan Didion con su marido, John Gregory Dunne, y su hija, Quintana Roo, en Malibu, California, 1976. Fotografía: John Bryson/Time Life Pictures/Getty Images
"Te quedan tus maravillosos recuerdos, me decía la gente más tarde, como si los recuerdos trajeran consuelo. No lo traen. Los recuerdos son por definición del pasado, de lo que ya no está. Los recuerdos son los uniformes de la Westlake que hay en el armario, las fotografías descoloridas y agrietadas, las invitaciones de bodas de gente que ya no está casada, las tarjetas impresas en serie de funerales de gente cuya cara ya no recuerdo. Los recuerdos son las cosas que ya no quieres recordar."
Joan Didion, Noches azules, Random House Mondadori, 2012