14 de enero de 2014

El plantador de tabaco

El plantador de tabaco. John Barth. Traducción de Eduardo Lago, Sexto Piso, 2013
"... del mismo modo que un escritor puede, merced a unos cuantos ajustes delicados, parodiar un estilo hermoso."
Ebenezer Cooke o Ebenezer Cook (c. 1665-c. 1732) fue un gentleman inglés que heredó, vía familiar, una plantación de tabaco en el territorio colonial de Maryland. Se supone que fruto del viaje que efectuó a esas posesiones, de sus experiencias, reales o ficticias, y de la intrincada situación política de las colonias británicas de ultramar, escribió un poema, en forma de sátira clásica, titulado The Sotweed Factor, or a Voyage to Maryland, a Satyr (1708).
"¿Quién si no un loco se entrega a hacer versos, salvo si se es demasiado lerdo para hacer dinero?"
En 1960, John Barth, un escritor que había dado a la edición dos novelas cortas en el más puro estilo realista, recoge esta información y publica El plantador de tabaco (The Sot-Weed Factor, 1960), haciendo protagonista al mismo personaje real
"Ebenezer Cooke, con más ambición que talento y, sin embargo, más talento que prudencia."
A Tobacco Plantation.
http://www.pbs.org/wgbh/aia/part1/1h299b.html
y relatando la aventura de su viaje a la colonia, su implicación en las luchas por las posesiones de ultramar que se sostenían en los propios territorios pero también en Londres, y los intentos de sublevación de los nativos americanos y los esclavos importados de África, a la vez que, después de ser nombrado Poeta Laureado del Territorio de Maryland, emprende la composición de un poema épico en el que, bajo el concepto de Marylandíada, piensa recoger, al estilo clásico, la historia de ese territorio. Este poema, que va componiendo a lo largo de su estancia, se llamará, una vez terminado, The Sotweed Factor.
"Todos los estremecimientos y húmedas dudas nocturnas que habían asaltado el reposo del Laureado disipólos como a la niebla del Támesis por la mañana el sol, cuando se alzó sobre Londres. Ebenezer se levantó a las nueve, renovado de cuerpo y espíritu, y cuando recordó los acontecimientos del día anterior y su nuevo cometido hízolo con alegría."
John Barth.http://sextopiso.mx/
5900-barth-john/
¿Ficción sobre ficción sobre ficción? Es posible, pero no es el principal mérito de El plantador de tabaco. La mejor y más justificada forma de subvertir la tradición no es renegar de ella sino asimilarla; para homenajear hay que conocer al homenajeado; para innovar es imprescindible asimilar, hacer propio el statu quo anterior. El plantador de tabaco es un homenaje a la tradición narrativa europea de los siglos XVII y XVIII, y el hecho de escribirlo en pleno siglo XX no es tanto una forma de parodia, que también, como de reconocimiento. Lawrence Sterne, Miguel de Cervantes, François Rabelais Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, el impecable cuarteto precursor de toda novela de aventuras que se precie, extienden su alargada sombra sobre la novela de Barth, que acepta el reto de escribir, en pleno auge del postmodernismo, una novela como las del siglo XVII con un protagonista del siglo XVII, al estilo del siglo XVII, pero con los recursos del siglo XX, es decir, dando preponderancia al acto de narrar sobre la historia misma que se narra: un verdadero homenaje del postmodernismo al premodernismo.
http://falmanac.
blogspot.com.es

El plantador de tabaco es una novela de aventuras, pero también un tratado sobre el arte de contar, sobre cuántas historias pueden confluir en una trama, sobre cuál es la importancia relativa de cada una de ellas en el conjunto, sobre el tratamiento de los personajes y sus caracteres, sobre el agradecimiento y la redención. 
"Ningún placer pláceme más que el oír un cuento bien contado, sea éste triste o alegre, superficial o profundo [...] Si un cuento es malo, parecerá largo aunque se cuente en un abrir y cerrar de ojos, y si es bueno, semejará corto aunque acabarlo lleve  del día de san Suizingo al de san Miguel [...] Un cuento bien urdido es chismorreo de dioses, a quienes les es dado ver el corazón y la médula de la vida que hay en la tierra; es la telaraña del mundo; la urdimbre y la trama... ¡Vive Dios, lo que me gustan las historias, señores!"
El método es un ritmo de acción trepidante llevado por un narrador omniscente al que, pese a su fidelidad al relato, no se le echa de menos un agudo sentido del humor, y que se ve interrumpido con frecuencia por las historias que intercalan algunos de los personajes, a menudo relevantes para la comprensión del texto, pero también a veces en forma de digresión extemporánea: la metaliteratura de nuevo, el relato dentro del relato -no tanto como Las mil y una noches como en "El curioso impertinente"- como sistema para que la linealidad temporal del texto no se vea afectada; 
"Es un grave error por parte del narrador ponerse a filosofar y a contarnos qué significa la historia que nos está contando; puede que no signifique en absoluto lo que él piensa."
incluso algunas de esas digresiones acaban teniendo un importancia transcendental en la trama, como el Diario de un antepasado de uno de los protagonistas que le ayudará a despejar su genealogía o La historia secreta de John Smith, que contiene una poco edificante contracrónica de las hazañas, más sexuales que otra cosa, del explorador inglés. En el centro del relato, ese plantador de tabaco que no consigue plantar ni una hebra, que se ve zarandeado por las intrigas políticas en la metrópoli y en las propias colonias, y que defiende como puede una virginidad que, por distintos motivos, se ve amenazada con una regularidad pasmosa, Ebenezer Cooke, un personaje dickensiano que se hace entrañable por su credulidad y por su inocencia, esa cualidad que todo el mundo desea poseer aunque sólo sea para perderla:
"Ese es el crimen del que se me acusa [...], el crimen de la inocencia, cuyo peso han de soportar los que alcanzan la sabiduría. Ése es el verdadero pecado original que todos llevamos en el alma cuando nacemos."
Chesapeake Bay. http://axisoflogic.com/artman/
Una vez comenzada su lectura, El plantador de tabaco inocula en la sangre del lector calculadas y progresivas dosis de veneno, y su único antídoto es seguir y seguir con las aventuras del inocente plantador, rogando para que la próxima página no defraude -y bien cierto que no lo hace- las expectativas lectoras de más personajes, más intrigas, más sorpresas... No se trata solamente de la admiración por el arte de urdir magistralmente una narración, arte en el que Barth se recrea de forma excelente y al que Eduardo Lago contribuye acercándolo al lector en castellano con una traducción soberbia y Sexto Piso con una cuidadísima edición marca de la casa, sino que rememora también el amor por las historias, habiendo devuelto a este lector las sensaciones de esas lecturas de adolescencia -Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, Los miserables, el descubrimiento de Charles Dickens, Jack London y Joseph Conrad y tantas otras lecturas hacedoras de lectores-, por lo que tenían de insistentes, invasivas y febriles. Sumérjanse en ese océano de historias de 1.173 páginas, déjense mecer por el vaivén del oleaje y disfruten del poco frecuente placer de la narración por la narración. En estado puro.

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