6 de enero de 2011

Las grandes familias II

Traducción de Amparo Albajar

Ha transcurrido cierto tiempo desde el final de Las grandes familias -y es de sobras conocido a cuan diferente velocidad ocurre eso: con una lentitud exasperante, "a paso de tortuga", para los niños, a un ritmo sostenido para los adultos, o tan deprisa que no da tiempo a percibir el transcurso para los ancianos- y el declive físico para los miembros de la primera generación se hace cada vez más evidente, pero el mantenimiento del estatus económico y, consiguientemente, social les proporciona la ilusión de que todo sigue "como en los buenos tiempos", sea en las relaciones con los criados y con los demás individuos ajenos a su clase, sea en el seguimiento de una cacería que hace un cegado Marqués de La Monnerie, incapacitado para tomar parte efectiva en ella, mediante una maqueta a escala de los campos de caza.


"Era como si el Marqués cazara realmente, tras la pista del animal fugitivo y astuto. Las palmas de sus manos y las falanges de sus dedos reinaban sobre millares de hectáreas de provincia. Sus dedos, agitados sin cesar por espasmos, descendían a los valles, saltaban por las colinas, le transmitían la textura afieltrada de una avenida verde, la polvareda de la tierra bajo el galope de los caballos y las salpicaduras de los vados. Escuchaba los ladridos de sus perros; medio alzado sobre los estribos, tocaba la trompa para mandar desemboscar o cambiar de bosque, y las notas de desplegaban tras él como banderolas doradas... Tenía tanto calor que hubiera querido sacar el pañuelo para enjugarse el cuello."


Pero la realidad es que la sociedad está sujeta a algo parecido al equilibrio homeostático: cuando las circunstancias, en su acepción más amplia, cargan contra la clase dominante derribándola de su sitial, encumbra también a una nueva clase hasta la posición que ha quedado libre. En la Francia de entreguerras, la antigua aristocracia va perdiendo terreno frente a la burguesía, frente a los nuevos profesionales liberales bien relacionados y a los advenedizos medradores: "tenacidad, astucia y egoísmo".


"[Sus aspiraciones] exigían borrar el recuerdo del padre borracho, instalar a la madre en una dignidad semiburguesa y hacer desaparecer al hermano idiota. [...] Simon sabía que el presente de un hombre afortunado se impone siempre a su pasado, y que el éxito incluso puede borrar el crimen."


Frente al injusto mérito legado por el nacimiento, el "democrático" mérito del hombre hecho a sí mismo:


"Tenía la impresión de ser su propio genitor, y no reconocía más antepasados que la universidad, las antecámaras de los ministerios, las salas de redacción y los gabinetes de gobierno."


Es posible que el certificado de defunción del ancien status quo lo acabe firmando el cercano auge del capitalismo especulativo. La posesión de los medios de producción ya no es ninguna garantía ante el especulador que con pequeños paquetes de acciones de grandes compañías, y debido a la dispersión del capital que cotiza en bolsa, no sólo tiene asiento reservado en los consejos de administración, sino que posee el derecho de decir la última palabra en cualquier proceso de toma de decisiones.


"[...] Hoy en día todo el capitalismo se basa en dos cosas: en primer lugar, lo que se llama el control, es decir, una situación de hecho que da la dirección absoluta de una sociedad anónima a aquel que no posee más que entre el diez y el quince por ciento de las acciones [...]; y en segundo lugar, la posibilidad de que una sociedad anónima tenga acciones de otra sociedad y, por tanto, pueda adquirir su control."


Esa nueva situación, la entrada en escena de esos nuevos actores que reclaman para sí el papel protagonista, es la que provoca, tras cien años de prosperidad, el hundimiento de las grandes familias industriales y financieras ancien régime y encumbra a los espías, los conspiradores, esos personajes intelectual y productivamente insignificantes cuya mayor virtud es saber cambiar a tiempo la sombra de un árbol por la sombra de otro: es el triunfo del arribismo y de la mediocridad. Estamos en 1929, y no sólo las grandes figuras de la economía y de la política desaparecen, también amanecen los días de un nuevo orden mundial.


"Una nueva generación, que había perdido un millón y medio de los suyos en los campos de batalla, se encaramaba al poder, pero en medio de la desorganización de la economía mundial, sólo tendría tiempo para preparar los nuevos desastres."

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