No comparto la moderna y políticamente correcta idolatría al altruismo. Creo que, en realidad, la apología del amor a la humanidad, el sacrificio por los demás y la defensa del más débil, erigida como imperativo categórico soslayando los méritos para hacerse acreedor a ello, no es más que una enfermedad del espíritu, un debilitamiento de la voluntad, una renuncia de la incuestionable superioridad del individuo sobre la comunidad o sobre el bien común.