Pertenecer a la legión –pues nuestro número es ingente, y nuestro nombre legión- de rendidos admiradores de Thomas Bernhard tiene una recompensa, aunque de carácter estrictamente privado y de sutil materialización, incalculable: el genial cascarrabias austríaco nunca decepciona a sus incondicionales.
“La ministra roncaba, aunque muy suavemente, roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero”.
En conjunto, la obra de Thomas Bernhard pasa por obsesiva y pesimista, es notoria y sobradamente conocida su seriedad, y su carácter agrio hasta la mala educación ha tascendido otras de las muchas cualidades que poseen tanto su prosa como sus obras teatrales, y también su poesía.
Mis premios (Meine Preise, 2009) es una recopilación de artículos breves –breves en su extensión pero, como siempre, amplios en su mala leche- que escribió el autor relatando la concesión de algunos premios a su labor; es Bernhard puro en un contexto literario que no cultivó con asiduidad, el de los relatos cortos, cuya característica más notable es un agudo sentido del humor, a ratos rayano, como siempre en el austríaco, del más crudo cinismo.
Así, la devolución de un traje que había comprado para recibir un premio, y que resulta que le quedaba estrecho, le hace exclamar:
“Quien compre el traje que acabo de devolver no sabrá que ha estado ya en la entrega del Premio Grillparzer de la Academia de Ciencias de Viena.”
El recuerdo de un colega de baraja le hace reflexionar sobre el paso del tiempo:
“… el expolicía Immervoll… venía a diario a mi cuarto para jugar conmigo a las veintiuna, él ganaba y yo perdía, durante semanas ganó él y yo perdí, hasta que él se murió y yo no.”
La refrectariedad de la pompa y el boato de la alta sociedad austríaca tampoco sale indemne:
“Corría peligro de asfixiarme en la atmósfera de aquella sala. Todo estaba lleno de sudor y dignidad.”
Un traje estrecho que echa a perder una ceremonia; el kilométrico nombre de un premio que procura dar por el título correcto entero; el que le permite adquirir una neblinosa ruina perdida en un impenetrable bosque; el que recoge para comprar inmediatamente un Triumph Herald
“… ahora tenía que ir precisamente a ese Ministerio y dejar que precisamente aquella gente a la que detestaba profundamente me colgara un premio que detestaba”;
el portazo de un Ministro ante su mala educación; el que usa para cambiar las contraventanas de su casa
“El ser humano debe aceptar el dinero siempre que se le ofrece sin titubear nunca por el cómo y el de dónde, todas esas consideraciones no eran siempre más que pura hipocresía”:
la reflexión, incluso, de que lo mejor es no dejarse homenajear. Incluso un premio al aprendiz de comercio Bernhard y un discurso que no tuvo lugar…
“No debemos desahogarnos siempre con nuestros grandes ni imputarles con toda vehemencia y griterío nuestra miserable existencia y desamparo”.
Completan el volumen los discursos pronunciados por Bernhard en las ceremonias de entrega. Se trata de piezas cortas, concisas, concluyentes, que dan una idea presumiblemente fiel del Bernhard más próximo, más humano, aunque éste no esté, realmente, tan lejos de los obsesivos protagonistas a los que nos tienen acostumbrados sus obras.
“La ministra roncaba, aunque muy suavemente, roncaba, roncaba con el suave ronquido de los ministros, conocido en el mundo entero”.
En conjunto, la obra de Thomas Bernhard pasa por obsesiva y pesimista, es notoria y sobradamente conocida su seriedad, y su carácter agrio hasta la mala educación ha tascendido otras de las muchas cualidades que poseen tanto su prosa como sus obras teatrales, y también su poesía.
Mis premios (Meine Preise, 2009) es una recopilación de artículos breves –breves en su extensión pero, como siempre, amplios en su mala leche- que escribió el autor relatando la concesión de algunos premios a su labor; es Bernhard puro en un contexto literario que no cultivó con asiduidad, el de los relatos cortos, cuya característica más notable es un agudo sentido del humor, a ratos rayano, como siempre en el austríaco, del más crudo cinismo.
Así, la devolución de un traje que había comprado para recibir un premio, y que resulta que le quedaba estrecho, le hace exclamar:
“Quien compre el traje que acabo de devolver no sabrá que ha estado ya en la entrega del Premio Grillparzer de la Academia de Ciencias de Viena.”
El recuerdo de un colega de baraja le hace reflexionar sobre el paso del tiempo:
“… el expolicía Immervoll… venía a diario a mi cuarto para jugar conmigo a las veintiuna, él ganaba y yo perdía, durante semanas ganó él y yo perdí, hasta que él se murió y yo no.”
La refrectariedad de la pompa y el boato de la alta sociedad austríaca tampoco sale indemne:
“Corría peligro de asfixiarme en la atmósfera de aquella sala. Todo estaba lleno de sudor y dignidad.”
Un traje estrecho que echa a perder una ceremonia; el kilométrico nombre de un premio que procura dar por el título correcto entero; el que le permite adquirir una neblinosa ruina perdida en un impenetrable bosque; el que recoge para comprar inmediatamente un Triumph Herald
“… ahora tenía que ir precisamente a ese Ministerio y dejar que precisamente aquella gente a la que detestaba profundamente me colgara un premio que detestaba”;
el portazo de un Ministro ante su mala educación; el que usa para cambiar las contraventanas de su casa
“El ser humano debe aceptar el dinero siempre que se le ofrece sin titubear nunca por el cómo y el de dónde, todas esas consideraciones no eran siempre más que pura hipocresía”:
la reflexión, incluso, de que lo mejor es no dejarse homenajear. Incluso un premio al aprendiz de comercio Bernhard y un discurso que no tuvo lugar…
“No debemos desahogarnos siempre con nuestros grandes ni imputarles con toda vehemencia y griterío nuestra miserable existencia y desamparo”.
Completan el volumen los discursos pronunciados por Bernhard en las ceremonias de entrega. Se trata de piezas cortas, concisas, concluyentes, que dan una idea presumiblemente fiel del Bernhard más próximo, más humano, aunque éste no esté, realmente, tan lejos de los obsesivos protagonistas a los que nos tienen acostumbrados sus obras.
Darrerament, la blogosfera en va plena deThomas Bernhard. Tant és així, que m'he fet prestar els seu llibre Helada, que és una mena de dietari d'un jove metge. Les primeres pàgines, almenys, ja són una sotragada d'aquelles que s'agraeixen quan encetes una lectura.
ResponderEliminarMaite:
ResponderEliminarEstic segur que T.B. és un autor d'aquells de qui tothom parla però poca gent llegeix; diuen que és un escriptor per a escriptors...
"Helada" està bé, però per començar, penso que poden ser una bona introducció a la seva obra, variable en qualitat, com és normal, dos llibres petitons però que ja tenen tota l'essència Bernhard: "Hormigón", i "El malaguanyat", un dels pocs traduïts al català. Després, el que crec que és la seva obra major, "Extinción".
Salut i bones lectures!