1 de octubre de 2009

La muerte de Bunny Munro

La muerte de Bunny Munro. Nick Cave, Global Rhythm Press
Traducción de Miquel Izquierdo


“Todo el mundo sabe que no saber si te sentirás mejor es a menudo la peor parte de no sentirse bien.”

[Alegato: Cuando alguien, y menos aun si no es un escritor profesional, no tiene nada que decir, debería abstenerse de escribir un libro; y si la presunción o el empuje de su ego no se lo impiden, parecería que alguien que “ha leído” el manuscrito, otro tiempo llamado “editor”, debería hacerle comprender que el artefacto correspondiente no es publicable. Pero éstos de ahora son tiempos en que cualquier individuo alfabetizado que por cualquier causa tiene cierta presencia mediática –la cantidad de ejemplos es apabullante, en todos los medios de comunicación y en todo el mundo civilizado- se ve capaz de pergeñar un texto, y en los que no faltan “editores” a la caza de la última sorpresa literaria que manejan con soltura el tamiz esperando que su “descubrimiento” no se cuele por el instrumento directamente desde el limbo de las expectativas hasta el infierno de sus almacenes de invendidos.]

Vaya esta invectiva anterior para justificar la sospecha con que puede recibirse la noticia de la publicación de un libro como La muerte de Bunny Munro (The Dead of Bunny Munro, 2009) si solamente se conoce al autor de oídas, y la posible renuncia a entrar al trapo con su lectura. Sin embargo, en este caso, esa sensación de fraude se pierde inmediatamente después de haber leído el primer capítulo, apenas seis páginas de una prosa… radiante.

La primera sensación, esa ya positiva, que sorprende al lector justo iniciada la lectura de esta irreverente obra del músico australiano es que se halla ante una colosal gamberrada; y esa es una sensación que persiste a medida que uno va pasando páginas y avanzando, pero sería reducir lastimosamente la lectura si no se intenta ver más allá de un contenido diabólicamente transgresor narrado con un ritmo anfetamínico. Un impresentable y enfermizamente erotómano vendedor a domicilio de productos de belleza, tras provocar el suicidio de su esposa, abandona su hogar y, en compañía de su hijo de nueve años, emprende un camino de degradación, un camino improbable hacia una redención imposible, que avanza inexorable hacia un magnífico final: la reunión de las tres generaciones Munro, un abuelo senil, un padre acabado y un nieto en el que depositar las esperanzas de redención no puede ser más que un guiño macabro.

Fragmento del Capítulo X leído por Nick Cave:

Imposible sustraerse a toda la tradición de literatura transgresora, que se va filtrando en la lectura y evocando imágenes literarias que mezclan al marqués de Sade con Burroughs, por más que Cave reniegue del apóstol de la beat generation:

"Cave bebe de "estilistas de la prosa" como Nabokov o John Updike. Pero en la crudeza, las resacas y la obsesión por el sexo del personaje que ha creado Cave resuenan las historias de Bukowski. Y precisamente uno de sus libros reposa en la biblioteca de Cave.
"Esto no debería estar aquí", responde lanzando el libro al otro lado de la habitación. "Le considero un poeta de mierda. Cada vez que voy de gira, los chicos (del público) se acercan después del concierto y me regalan libros de Bukowski. Vuelvo a casa con una maleta llena", continúa. "Soy partidario de la separación del poeta y su obra. En cambio, él llena las páginas de sus cosas. Encuentro irritante la manera en la que quiere convertir su pobre existencia en algo heroico. Y es horripilantemente sentimental".
Con rabieta contra Charles Bukowski Cave quiere demostrar que su concepción del arte se aleja de lo confesional.
Diario El País, 12-09-2009, Suplemento Babelia.

a Huysmans con McCarty o a Anaïs Nin con Barry Gifford.

Supongo que debe ser fácil, cuando se es un personaje instalado en el campo de lo “alternativo” –oigan alguna de las piezas musicales del autor, tanto suyas como de alguno de los grupos de los que ha formado parte, The Birthday Party, The Bad Seeds o Grinderman-, quedarse en el lugar común de las orillas de la oficialidad, funcionarizar la transgresión por la transgresión, soltar palabrotas en un ambiente de brutalidad, y quedarse tan ancho; no es el caso de Cave, como no lo fue el de su primera novela, Y el asno vio al ángel (And the Ass Saw the Angel, 1989). Al igual que Bunny Monro no es un personaje usual, tampoco esta novela tiene nada que ver con la literatura mediática ni artificialmente rompedora; se trata de una gran novela que, aunque tal vez no apta para todos los públicos, explora, siguiendo el rastro, aunque a distancia, es cierto, de las grandes novelas, el alma y el comportamiento humanos en una situación límite ante la que igual de verosímil es, al menos literariamente, luchar con todas las fuerzas como sucumbir con la tranquilidad más espontánea.

Un artefacto; explosivo, es cierto, pero magnífico, absolutamente recomendable.

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