Nación Apache, http://www.nacionapache.com.ar/archives/2578, ofrecemos en su estupendo blog este cuento corto, típico de Wallace. Apareció en la revista Esquire, el 1º de noviembre de 2000 y es su primera versión en español, traducida por Nicolás González Varela.
Encarnaciones de Niños Quemados
David Foster Wallace
Papi estaba a un lado de la casa colocando una puerta para el inquilino cuando escuchó los gritos del niño, y la voz de Mami subiendo de tono entre ellos. Se pudo mover rápido, y la puerta de atrás del porche llevaba a la cocina, y antes que la pantalla de la puerta se hubiera cerrado fuertemente detrás de él, Papi había abarcado la escena en su totalidad, la olla boca abajo en el suelo ante la estufa y el quemador de gas jet azul y el charco de agua en el suelo todavía soltando vapor mientras sus muchos brazos se extendían, el niño con sus pañales cargados manteniéndose rígido con el vapor saliendo de su pelo y de su pecho, y sus hombros escarlatas, y sus ojos hacia atrás, y su ancha boca abierta y parecía de alguna forma separada del sonido que había exhalado, Mami agachada, sosteniéndose en una rodilla con el trapo de cocina apuntando sin sentido al niño, unido a sus gritos, histéricos, así que estaba casi congelada. Una de sus rodillas y los pequeños y suaves pies al desnudo estaban todavía en la piscina de vapor, y lo primero que hizo Papi fue coger al niño bajo sus brazos y llevarlo lejos del vapor, transportándolo a un aljibe donde le quitó las cubiertas y arrancó la tapa para dejar que la fría agua de pozo corriera a través de los pies del niño mientras con su mano recogía y tiraba más agua fría sobre la cabeza, los hombros y el pecho, queriendo primero ver que el vapor dejara de salir del muchacho, Mami por encima de sus hombros llamando a Dios, hasta que él la envió a por toallas y gasas si es que había, Papi se movía rápidamente y bien, y su mente de hombre, vacía de todo menos de propósito, sin estar del todo enterado que tan rápido se estaba moviendo o que había dejado de oír los fuertes gritos, porque al oírlos, se detendría, haciendo imposible lo que debía hacerse para ayudar a su hijo, cuyos gritos eran tan frecuentes como su respiración y continuaron así hasta que se habían convertido en un sonido típico de cocina, algo más para moverse deprisa. La puerta lateral de la ranchera estaba colgada de uno de los goznes y se movía un poco por el viento, mientras un pájaro en el roble al otro lado del camino aparecía para observar la puerta con actitud engreída mientras los llantos todavía venían desde el interior. Las peores quemaduras parecían ser las del brazo derecho y las del hombro, el color rojo estaba desapareciendo del pecho y del estómago, convirtiéndose en rosa bajo el agua fría, y la planta de sus pies no tenían ampollas, según veía Papi, pero el pequeño todavía golpeaba y gritaba, exceptuando que ahora lo hacía solamente por reflejo del temor que Papi sabía que pensaría más tarde, su pequeña cara hinchada y de la que aparecían venas marcadas en su sien, mientras Papi seguía diciendo “estoy aquí, estoy aquí”, mientras la adrenalina fluía y la rabia de Mami por dejar que esto ocurriera estaba empezando a reunirse en fragmentos dentro de su extremadamente silenciosa cabeza. Cuando Mami volvió, él no sabía si rodear la cabeza del niño en una toalla o no, pero mojó la toalla y lo hizo, envolviéndolo bien fuerte, y levantando a su bebé fuera del pozo, depositándolo sobre el filo de la mesa de la cocina para relajarlo, mientras Mami trataba de mirar las ampollas de los pies, pasando una mano por la zona de su boca y murmurando palabras sin sentido, mientras Papi se arrodilló, colocándose cara a cara con el niño en la mesa mientras el filo de la misma estorbaba, repitiendo que “estaba ahí” y tratando de calmar los llantos del pequeño, pero él mismo todavía gritaba casi sin aire, un fuerte, puro y brillante sonido que podía detener su corazón, mientras sus pequeños labios y sus encías eran iluminadas con el celeste de una pequeña llama que Papi pensó en llevar, gritando como si casi estuviera de nuevo bajo la olla inclinada dolorido. Un minuto, dos como éste hubieran parecido mucho más, con Mami al lado Papi, hablando de temas tontos y sin sentido en la cara del niño y la alondra sobre la rama caía sobre él, con su cabeza hacia un lado y la bisagra poniéndose blanca en una línea desde el peso de la puerta inclinada hasta la primera voluta de vapor saliendo vagamente desde debajo de la toalla, mientras los ojos de los Papis se encontraban, y se hacían cada vez más grandes - el pañal, el cual cuando abrieron la toalla e inclinaron a su pequeño sobre la tela a cuadros mientras desabrochaban las suaves lengüetas, tratando de quitarlo, el mismo se resistió un poco, con nuevos gritos y estaba ardiendo, el pañal de su niño estaba ardiendo en sus manos, mientras vieron donde había caído el agua real y se había estancado, quemando a su bebé todo éste tiempo mientras gritaba para que lo ayudaran, y no lo habían hecho, no se les había ocurrido, y cuando finalmente se lo sacaron y vieron el estado de lo que había ahí, Mami dijo el primer nombre de su Dios y se aferró de la mesa, tratando de mantenerse de pie mientras Papi se dio vuelta y soltó un insulto en la cocina, maldiciéndose tanto a sí mismo como al mundo por no haberse dado cuenta la última vez, mientras ahora mismo, su hijo podría estar prácticamente durmiendo, si no fuera por la velocidad de su respiración y las pequeñas contracciones de sus manos hacia el aire, arriba de donde yacía, manos del tamaño del pulgar de un hombre, que se habían aferrado al pulgar de Papi en la cuna mientras observaba como la boca de Papi se movía creando una canción, su cabeza martilleaba constantemente y parecía ver mas allá de él, algo en sus ojos hacia que la soledad de Papi se apaciguara de forma extraña. Si nunca has llorado a mares, ten un niño. Rompe tu corazón por dentro y algo que alegrará al niño es la tonta canción que Papi escucha de nuevo como si la dama estuviera casi a su lado con él, mirando lo que han hecho. Horas después lo que Papi nunca olvidará de esto eran las ganas que tenía de fumarse un cigarrillo en ese preciso momento mientras le cambiaban el pañal al niño de la mejor forma posible con gasas y dos toallas de mano cruzadas, mientras Papi lo levantó como un niño recién nacido con el cráneo del mismo en su mano y lo llevaba rápidamente hacia la furgoneta caliente y quemaba llantas hasta el pueblo, llegando a la UCI del hospital con la puerta de la ranchera abierta así todo el día hasta que el gozne cedió, pero entonces era demasiado tarde, cuando sucedió no podía parar y no podían llegar a tiempo. El niño aprendió a dejarse llevar y ver como todo se desenvolvía por lo alto y lo que se hubiera perdido de ahora en adelante no importaba, mientras el cuerpo del niño crecía y caminaba, atrayendo a sus iguales, viviendo su vacía vida, una cosa entre cosas, su propia alma desaparecía como el vapor, cayendo como la lluvia y surgiendo como el sol, arriba y abajo como un yoyo.
Soy una gran admiradora de DFW. Me ha llamado la atención el título del post, porque el pasado día 16 dejé un comentario en el blog de Juan Francisco Ferré, recordando el aniversario; mi comentario empezaba así: "Un año sin DFW...", igual que tu post. Me alegra la coincidencia.
ResponderEliminarSaludos.