15 de abril de 2009

Zona



Zona. Mathias Enard, La Otra Orilla
Traducción de Robert Juan-Cantavella


“La guerra es un deporte como otro cualquiera. Al final no tienes más que escoger un bando: ser víctima o verdugo.”

Zona es la transcripción, más que el relato, de la corriente de conciencia de un viajero durante el tiempo que transcurre en el viaje en tren desde Milán a Roma.

Francis Servain Mirkovic, el personaje desde cuyo pensamiento toma forma el relato, hijo de un ciudadano francés, un oscuro funcionario comisario político y torturador en la guerra de Argelia, y de una concertitsta de piano croata que fue en su día niña prodigio, ha combatido como partisano en el sangriento conflicto de los Balcanes. De regreso a Francia, se ha convertido en un informador, un espía de los Servicios Secretos franceses. Los recuerdos de su vida, marcada por la muerte y la violencia, se van desgranando a lo largo del viaje, alternándose con epìsodios históricos, personajes y situaciones de otros conflictos del pasado acaecidos en “la Zona”, sustantivo que comprende toda la ribera del Mediterráneo, de Barcelona a Beirut y de Trieste a Túnez, desde la guerra de Troya –las alusiones a los personajes de la Ilíada son constantes a lo largo del relato; incluso la estructura del relato dividido en 24 capítulos, el mismo número de cantos que la obra homérica, el primer gran relato de la primera gran batalla-, las cruzadas –Palestina es otro de los escenarios donde si sitúan tanto la acción como el relato que el protagonista lee en su viaje, esa lectura que “es una forma de olvidarse, de desaparecer en el papel”-, las guerras napoleónicas en los dominios del antiguo imperio austrohúngaro y en el norte de África, la guerra civil española y Millán Astray, la segunda guerra mundial con las deportaciones y los campos de exterminio, el conflicto de Oriente Medio y, finalmente, la guerra en los territorios de la antigua Yugoslavia, en la que el narrador ha tenido un papel activo del que nos iremos enterando a medida que avanza el viaje.

La visión del narrador de la historia de la humanidad es pues la de una sucesión de conflictos armados que se suceden ininterrumpidamente asolando “la Zona”, esa cuna de la civilización que es el Mediterráneo, pero que es a la vez origen y escenario de las peores atrocidades. Al fin y al cabo, esas guerras sucesivas que jalonan la historia de las riberas de este mar “desde la edad de bronce hasta el infinito”, desde las primeras de las que hay noticia hasta las que siguen disputándose en la actualidad son la misma guerra –“preguntándose cuánto podía durar la guerra, la guerra dura siempre”-, distintos episodios de un mismo enfrentamiento del hombre contra el hombre, en la que los ganadores, los perdedores y las víctimas son siempre los mismos.

Zona es un libro arriesgado, tanto por su contenido extremadamente escatológico, plenamente justificado teniendo en cuenta el tema principal de la narración, como por su forma, un monólogo interior con escasa puntuación, una sola frase de casi cuatrocientas páginas levemente interrumpida por dos capítulos que forman parte de ese libro que está leyendo el protagonista, que requiere un sobreesfuerzo por parte del lector para seguir el imparable curso del pensamiento del narrador, ininterrumpido como la sucesión de paisajes que desfilan por la ventanilla del tren y que van siendo registrados puntualmente en el curso del trayecto. Trayecto que, más allá de la geografía real por la que transcurre, constituye un verdadero viaje sin retorno al corazón del horror; aunque en este caso el objetivo no sea la búsqueda de un conradiano Kurtz en las impenetrables selvas africanas viajando a través de una alucinante corriente fluvial, sino llevar a Roma, al Vaticano, a “los especialistas de la eternidad”, un maletín que contiene “la esencia de la tragedia, la energía de la venganza” utilizando para ello el desplazamiento insomne en un prosaico tren pendular.

Arriesgado pero inmenso, de una calidad incuestionable, un texto sin concesiones, contundente en su profundidad y deslumbrante en su estilo, intenso como la propia guerra. Merece la atención que requiere y recompensa a ese tipo de lector en vías de desaparición que exige de la literatura el acceso a “libros que se parecen a nosotros, que nos abren el pecho desde la barbilla hasta el ombligo, que nos derriban”. En definitiva, algo más que entretenimiento incruento.

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