25 de abril de 2009

Calle de las Tiendas Oscuras



Calle de las Tiendas Oscuras. Patrick Modiano, Anagrama
Traducción de Maria Teresa Gallego Urrutia

¿Acaso no se esfuman en el crepúsculo nuestras vidas con la misma rapidez que un disgusto intantil?

Inscrita en la reciente y bienvenida afluencia de títulos de Patrick Modiano a los anaqueles, Anagrama y Proa en catalán (Carrer de les Botigues Fosques) recuperan este Premio Goncourt de 1978, Rue des boutiques obscures, cuando su autor contaba con apenas 33 años, inédito hasta hoy en castellano.

En él se dan cita ya, a pesar de ser una de sus primeras obras, algunos de los principales leit motiv que han hecho de Patrick Modiano uno de los escritores europeos con más y merecido prestigio: la soledad inevitable a la que nos enfrentamos cuando queremos recuperar nuestro pasado; la búsqueda de una identidad, en ese caso, la del propio narrador, a través de la memoria; el París poliédrico como lugar eminentemente literario; y la época de la ocupación, una de las épocas más oscuras de la historia francesa reciente, con la que el autor pasa cuentas de manera poco complaciente. Todo ello, con la precisión estilística y la economía de medios característica del autor francés.

La memoria es unos de los temas recurrentes en la obra de Modiano; no tanto la memoria como contenido sino como proceso activo. Es bajo ese supuesto que se plantea la suposición de que si la memoria es el poder de reconstruir nuestros recuerdos mediante la ligazón de ciertos hechos asociados, una especie de conjunto de hitos que nos auxilian a reencontrar un camino ya recorrido en el pasado, debemos esa reconstrucción a la huella que esos hechos, ciertas personas o algunas cosas han dejado en nosotros. Pero no acaba aquí la hipótesis que plantea el autor, sino que avanza un paso más en el poder generador del recuerdo: tal vez, contrariamente a lo que sugiere la intuición, también las cosas mantienen huellas de nuestro paso, aun careciendo de capacidad memorística, y es posible reelaborar nuestros recuerdos no mediante las huellas que han dejado las cosas en nosotros sino a través las que hemos dejado nosotros en ellas: una especie de memoria sin sujeto no susceptible de contaminación.

Al fin y al cabo, si nos fuera concedida la posibilidad de recordar todo aquello que hemos olvidado, ¿es tan seguro que aceptar fuera la opción más conveniente? Los buenos momentos olvidados que podríamos revivir, ¿compensarían aquells olvidos que por nada del mundo quisiéramos recordar? ¿Estaríamos tan seguros de la integridad del ovillo como para tirar despreocupadamente del hilo?

Hay ocasiones, sin embargo, que coinciden sospechosamente con aquellos recuerdos que sí deseamos recuperar, en las que el fogonazo instantáneo de una cara que desaparece justo antes de recoconocerla; una frase que nos ha parecido oir al otro lado de una puerta que se cierra; el vislumbre de una luz amarilla y pálida al otro lado de una ventana a través de la niebla, constituyen instantes en que parece que las compuertas del recuerdo están a punto de facilitarnos un acceso que se nos cierra justo cuando iniciábamos el movimiento para atravesarlas… Casi sin apercibirnos, el recuerdo ha huido.

En todo caso, Modiano nos plantea otra cuestión sobre la que vale la pena reflexionar: el intento de reconstrucción del propio pasado puede conllevar un peligro asociado: al prestar atención y dar relevancia a una serie de pistas falsas, por más verosímiles que nos puedan parecer, el personaje que acabamos construyendo puede que no tenga nada que ver con el personaje original: en lugar de utilizar los recuerdos para reconstruir un pasado, acabamos inventando uno.

El pasado siempre se encuentra en el fondo de un pozo, y el camino de descenso, pues recuperarlo es siempre bajar por una inestable y frágil escalera, no es fácil: siempre existe el peligro de resbalar, de dar un pas en falso, o de no apercibirse de ese escalón que falta, caer inevitablemente al abismo. Un abismo, por otra parte, del que ya no es posible escapar. Y es que las huellas del pasado son las más fáciles de borrar porque se desvanecen solas, y lo que fuimos en ese tiempo no es más que una vida inventada poblada de espectros.

Todo ello, como casi siempre en Modiano, en un París real pero con trazas míticas, esa ciudad que opera como un personaje más, y que es el mapa donde se sitúa la acción de los diversos personajes, tanto los que aparecen como aquellos de los que solamente queda, otra vez, su recuerdo, “itinerarios que se cruzan, entre todos cuantos recorren por París miles y miles de personas igual que miles y miles de bolitas de un gigantesco billar electrónico que, a veces, tropiezan entre sí. Y de todo eso no quedaba nada, ni tan siquiera el rastro luminoso que deja el paso de una luciérnaga”.

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