26 de marzo de 2009

Dora Bruder



Dora Bruder. Patrick Modiano, Seix Barral. Traducción de Marina Pino.

Existen casualidades, encuentros y coincidencias que se ignorarán siempre”.

Patrick Modiano reaparece en este blog con honores de estreno, un autor al que no se ha tenido inexplicablemente demasiado en cuenta en la península hasta hace relativamente poco, esta vez de la mano de Seix Barral, y con un texto originariamente publicado en francés en 1997.

[Tal vez haya una explicación para esa coincidencia de ediciones de Modiano en este último año en distintas editoriales; un editor comentó a este reseñador que alguien les sopló que tocaba un Premio Nobel francés, y hubo carreras para contratar los derechos de Patrick Modiano, siempre mirando de reojo para que, por fin, no fuera el tantas veces postulado Quignard. Nadie pensó en Le Clézio, que fue quien acabó llevándose el gato sueco al agua.]

Tal vez sea decir poco, o tal vez no: depende de si el lector está ávido de retos que le sorprendan, o “se contenta” con leer partes de una obra, cada una de ellas un volumen, que parecen componer un gran escrito en fragmentos; quien busque novedades estilísticas en Modiano debería aprovechar su tiempo buscando en otras partes, pues la lectura del autor francés se asemeja siempre a una relectura, como si eso que descubrimos cuando abrimos un nuevo libro ya lo hubiésemos leído en otra parte, pero con otras palabras y en situaciones narrativas distintas. Dora Bruder, en este caso, cumple a la perfección ese papel: es Modiano cien por cien, es su literatura: un espacio, París, que no obstante trasciende la delimitación geográfica de la ciudad real; y un estilo también propio, la brevedad, la concisión, la brillantez, la precisión.

Dora Bruder funciona, a nivel estilístico, como un relato secuencial, a semejanza del lenguaje cinematográfico: su punto de partida es un primerísimo plano, la desaparición de una chica de veinticinco años, en cuya proximidad al lector se concentra todo el horror, más sugerido que explicitado, para ir abriendo el plano gradualmente hasta llegar a un plano general donde se muestra el entorno de la protagonista. En estas circunstancias, cabría esperar que la distancia –toda perspectiva es un estudio de la distancia- al punto focal disolviera su importancia, pero no sucede así porque todo lo que va mostrando esa apertura gradual del ángulo de visión revela que la situación original es la situación general.

Otro acierto no menos meritorio es la existencia de un narrador implicado en la historia de la desaparecida que relata. El efecto falseador que podría provocar la perspectiva temporal, la distancia entre el tiempo de la desaparición de Dora Bruder y el de la investigación del narrador, queda corregido por el recurso a sus recuerdos referentes al barrio donde vivían los padres de la protagonista; los pasajes y paisajes de su propio pasado, evocados ahora en relación a los lugares ligados a la familia Bruder, pasan de ser experiencias personales, memoria propia, a experiencias compartidas con el sujeto de su investigación.

¿Nos hallamos, pues, ante un thriller? Rotundamente, no; Dora Bruder no es una investigación policial ni el diario de una búsqueda, pero está escrito con cierto aire de work in progress en el que el narrador va informando al lector de sus averiguaciones a medida que consigue datos –existen varias acotaciones temporales directas destinadas a situar la acción: “Mientras escribo este libro lanzo llamadas como señales de faro, aunque desgraciadamente no confío en que puedan iluminar la noche. Pero mantengo siempre la esperanza”-, al mismo tiempo que aplaza la resolución de las incógnitas, pero no para mantener la tensión narrativa sino por la sencilla razón de que, en varios momentos de la narración, se enfrenta a irresolubles callejones sin salida.

Se nos presenta, pues, una doble historia: la que corresponde a Dora Bruder, ocurrida a principios de los años 40, y la historia de la búsqueda del narrador, llevada a cabo a su vez de un doble escenario: la pesquisa propiamente dicha, lineal, sucesiva, y en tiempo presente; y la que componen sus recuerdos, fragmentaria, inconexa –como la propia memoria, por cierto-, a la que la propia investigación confiere unidad y sentido. Esa fragmentación –confusión intencionada entre el narrador y el autor cuando aquel nos informa que está escribiendo una novela llamada Viaje de novios, que es el título de un libro de Modiano; diversas diacronías en las que no es fácil, en un primer momento, hallar ubicación; ciertos paréntesis objetivos, para hablar del tiempo, por ejemplo, situados fuera de la trama principal, con el efecto de descarga de tensión- es, tal vez, el mayor mérito del libro, y lo es porque la maestría de Modiano consigue que la veamos como una sola historia.

Una historia, pues, sencilla pero nada simple, que habla de la sensación de vacío ante lo infructuoso de la búsqueda, del efecto sobre el ánimo de la constatación de que todo está perdido y, sobretodo, enfrentado a la posibilidad de que Dora Bruder muriera en un campo de exterminio y ante el fracaso del narrador al intentar averiguar lo que sucedió realmente, de la diferencia que existe entre morir y desaparecer.

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