3 de octubre de 2008

Los espectros



Los espectros. Leonid Andreyev. Cuadernos del Acantilado.

La vida en un manicomio es un microcosmos, un nicho ecológico, un ecosistema en equilibrio que se limita a ser una imagen del mundo exterior, pero que se sitúa en el lado desconocido del espejo.

De la mano de Yegor Pomerantsev, un burócrata que ha perdido irremediablemente la razón y que, por suscripción popular, ha sido recluido, nos internamos en la vida cotidiana de una clínica psiquiátrica privada -y ésta es una distinción cargada de sentido y de objetivos, teniendo en cuenta dónde y en qué momento se desarrolla la acción- en la que los elementos excedentes de una sociedad que, ella misma, no superaría un test de sanidad mental, arrastran sus alienadas vidas aislados como las manzanas podridas. Vidas que, no obstante, siguen llenas de contenido y que, a veces, son indistinguibles de las de aquellos que, en principio, deberían cuidarles: el doctor Shevirov, que escapa cada noche al Babilonia a beberse sus frustraciones, y la enfermera Astafievna, enamorada silenciosa y desesperada del doctor, atareada en la ingente ocupación de conseguir hacerse visible.

Allí conoceremos a Petrov, siempre alerta y armado permanentemente con una piedra en el bolsillo para defenderse de sus perseguidores; a Anfisa Andreyevna, el ama de llaves cuarentona que sufre por la longitud de sus piernas y se preocupa porque, una vez muerta, no la depositen en un ataúd tan corto que tengan que cortárselas para que quepa; al innominado paciente que llama incesantemente y a todas horas a cualquier puerta que esté cerrada... Todos ellos acompañados por las apariciones súbitas de San Nicolás, el interlocutor privado de Pomerantsev y su único contacto con el exterior, con quien el subjefe de la administración parte en vuelos nocturnos para examinar el estado del mundo. Una vez más, la eterna pregunta acerca de dónde está el manicomio, si dentro o fuera, queda respondida; sin embargo, lo que sigue sin estar nada claro es dónde están los locos...

Andreyev, mediante un estilo que bordea el expresionismo, nos guía a través del transcurrir de una de las vidas posibles, precisamente aquella en la que la tragedia puede tener su trasfondo irónico, la tristeza puede redimir, y la locura corre pareja con la ternura.

Una pequeña joya; un tratado de moral; una crítica mordaz al tratamiento de la diferencia; un espejo, otra vez un espejo, en el que no se sabe si la deformación es debida a la forma de éste o es la imagen original la que está ya deformada. Todo ello condensado en apenas 70 páginas de un estilo preciso y brillante. Y es que la economía expresiva no tiene por qué ser sinónimo de ligereza; y el pesimismo, como ya habíamos sospechado, es, de todos los estados posibles del espíritu, el más creativo.

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