Mis actos y mis razonamientos me incumben únicamente a mí. Jamás haría nada con el objeto de provocar la admiración de mis amigos, aunque a menudo me siento tentado a que mis enemigos conserven viva su animadversión. En cuanto a los aplausos, me son indiferentes, pues generalmente constituyen la forma externa con que se muestra la falta de inteligencia de los imbéciles, de aquellos que, sin haber comprendido nada, se limitan a hacer ruido.
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